26 años de esclavitud. Beatriz Carolina Peña Núñez
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Tres autores han estudiado el caso de Juan Miranda. La primera exposición se debe al insigne historiador inglés J. R. Pole en el artículo “Some Problems of a Colonial Attorney-General in a Multi-Cultural Society” (1999).24 En este ensayo, Pole examina dos casos legales de la segunda mitad del siglo XVIII, desconectados entre sí: el del español esclavizado Juan Miranda y el del pastor holandés Domine Meyers, en 1766. Para Pole, lo que los acerca es que involucran a sujetos no ingleses embrollados en casos jurídicos en Nueva York, una provincia británica multinacional, multicultural, multilingüe y multirreligiosa, y que ninguno de los dos individuos tenía el inglés como primera lengua. Este artículo, bien documentado, se enfoca en lo jurisprudencial y alude a grandes rasgos a las fases distintas del proceso legal mirandino. Posee las virtudes de haber sacado el asunto de Juan Miranda a la luz y de destacar la labor de William Kempe, el fiscal general de la provincia de Nueva York, quien asumió la defensa del esclavo litigante. Contiene varios errores, sin embargo, concernientes, sobre todo, a los aspectos originarios de los conflictos de Miranda. Pole exalta la cualidad excepcional de los eventos que tuercen en direcciones “para las que las historias de la esclavitud no nos han preparado”. Insiste en el “espectáculo extraordinario” de un “juicio concedido a un esclavo mulato contra su amo”.25 El mismo artículo salió más tarde en el último libro de J. R. Pole, Contract and Consent. Representation and the Jury in Anglo-American Legal History (2010).26
El segundo estudio es del historiador Richard Bond y se titula “‘Spanish Negroes’ and Their Fight for Freedom” (2003).27 Se trata de un artículo breve, pero sustancioso y de hábil pulso sintético. Para Bond, la historia de Juan Miranda “es emblemática de la determinación extraordinaria de los españoles cautivos por recuperar su libertad”, a la vez que permite vislumbrar tanto las tribulaciones de estos hombres como las estrategias que emplearon para liberarse. El texto no discierne entre el cautivo de corso que, expuesto ante el tribunal de asuntos marítimos, recibe del juez la etiqueta de esclavo por su color de piel, y el lance contra Miranda, en el que, si bien la iniquidad es, en esencia, la misma, Axon nunca presentó al adolescente ante el Tribunal de Vicealmirantazgo, sino que, furtivo, se apoderó del joven. Apartando otras inexactitudes, Bond subraya el hecho excepcional de que los negros españoles conforman una alta proporción de los esclavos que aparecen en los registros de los tribunales de la Nueva York colonial. En contraste con “la típica narrativa de la esclavitud”, el autor destaca que otro logro único es que los Spanish Negroes supieron aprovechar los recursos legales disponibles y, más inusual aún, que algunos consiguieron la libertad antes de 1775.28 Bond retoma la vida de Juan Miranda en una sección de su tesis doctoral inédita “Ebb and Flow. Free Blacks and Urban Slavery in Eighteenth-Century New York” (2004).29 Pionero, Bond aborda los Spanish Negroes con cierta extensión, y remarca la tenacidad de este grupo de impugnar, a través de canales legales, el estatus de esclavo impuesto por el Tribunal de Vicealmirantazgo.30
La historiadora estadounidense Serena R. Zabin hace del caso de Juan Miranda el leitmotiv del quinto capítulo, “Black Cargo or Crew”,31 de su libro Dangerous Economies. Status and Commerce in Imperial New York (2009).32 En esta sección, Zabin trata distintas materias, interconectadas con los ejes guerra, mar y comercio en la Nueva York dieciochesca. Vuelve repetidamente al asunto mirandino que considera un ejemplo de que “la captura de un marinero negro por un capitán blanco era solo el comienzo de la historia”.33 Se concentra más en la fase inicial del pleito de Miranda, y también incurre en varias incorrecciones alusivas al caso. Su tesis central es que, en el contexto de las guerras imperiales entre España, Francia e Inglaterra por el dominio de las rutas marítimas comerciales del Atlántico, los marineros de origen africano, de banderas española y francesa, detenidos por barcos británicos procedentes de Nueva York, estaban expuestos a ser tratados como mercancía y a ser esclavizados. El corso en el siglo XVIII era una empresa militar y económica. Por un lado, los ataques corsarios contra buques enemigos representaban golpes contra el comercio de la corona contraria; mientras, por otro, constituían oportunidades de obtener ganancias al sujetar naves y cargamentos con que los capitanes y mercaderes comerciarían. En cuanto a los marineros capturados, los negros, mulatos y mestizos, vistos como adversarios y como mercancía, de la que se podían obtener jugosos beneficios monetarios, podían sufrir la transformación de personas libres a objetos mercantiles. Zabin afirma que la esclavitud no era siempre un destino permanente para estos hombres, por lo que la participación de la urbe en las guerras por el comercio y el dominio imperial resultaba en la desestabilización de aquellas ideas dieciochescas asentadas en estrictas jerarquías raciales. Ciertamente, en la conversión del adolescente en mercancía y en el intento, veinte años después, de resquebrajar categorías racistas en la colonia británica de Nueva York, la historia de Juan Miranda es pertinente; pero debe esclarecerse que Miranda no fue un cautivo de las guerras declaradas entre Inglaterra y España, ni fue designado esclavo por el Tribunal de Vicealmirantazgo, como antes apuntó, con acierto y brevedad, Charles R. Foy.34
En el aspecto metodológico, acorde con una tendencia historiográfica contemporánea, esta investigación se funda en un estudio de caso o en la microhistoria. Disecciona la situación compleja de Juan Miranda, un personaje afectado por fuerzas externas y multiformes, en las décadas de 1730, 1740 y 1750, primero en el Caribe y luego en Nueva York. Una porción de la trayectoria del protagonista se extraerá del remanente conservado del expediente legal, cuya lectura crítica buscará cuestionar las aseveraciones de ambos lados del litigio. Las aspiraciones de libertad del neogranadino y las acciones y reacciones de los personajes involucrados en el pleito nos dan acceso a confrontados ángulos de mira. De la bibliografía y otros manuscritos sobre el corso y la esclavitud, se desprenderán los filones más generales relativos al entorno ideológico, político y social. Asimismo, hilando microhistorias, se establecerán conexiones con la documentación incompleta de litigios de otros Spanish Negroes, que también se localiza en la New-York Historical Society y en los New York State Archives. Además, se expondrán experiencias de hispanoantillanos mencionados individualmente o en grupos en la prensa neoyorquina dieciochesca.
Se ha venido a denominar microhistoria la práctica, elucidada por el historiador italiano Carlo Ginzburg en el prefacio de su libro Il formaggio e i vermi (El queso y los gusanos), de reconstruir la personalidad o de realizar el estudio biográfico de un “individuo modesto quien en sí mismo carece de importancia y por esta misma razón” resulta “representativo” para “indagar, como en un microcosmos, las características de un completo estrato social en un periodo histórico específico”. Aun el caso de un individuo atípico puede ser representativo, expone Ginzburg, porque ayuda a explicar, por contraste, lo que se debe entender, en una situación dada, como lo característico en la mayoría; o porque permite definir con mejores contornos aspectos de una realidad que solo nos llegan a través de documentación fragmentaria y distorsionada, procedente, casi toda, de los “archivos de la represión”. El autor enfatiza que, en la historia de las clases subordinadas, la precisión de la investigación cuantitativa no puede prescindir del “impresionismo notorio” de la cualitativa. En vez de incorporar a un sujeto humilde en las cifras solo como un número más, romper el anonimato de su existencia contraría la tendencia de condenarlo al silencio.35
Más que “modesto” o “carente de importancia”, Miranda, el esclavo, se ubica en el lugar social más bajo que podía ocupar un hombre de su época. Se trata de una figura marginal, desposeída en un sentido esencial, pues no se pertenecía ni a sí mismo. Seguir parte de su trayectoria vital, juntando pistas dispersas y discontinuas, cedidas