Los papiros de la madre Teresa de Jesús. José Vicente Rodríguez Rodríguez

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Los papiros de la madre Teresa de Jesús - José Vicente Rodríguez Rodríguez Caminos

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o cinco veces deseando que por él (por sí mismo) se declarase conmigo, porque este es el principio de su bien. Venga acá: ¿no padece esto y esto y de esta y de esta manera? ¿Por qué aun preguntándoselo me lo ha negado?”. Y ella contó a este testigo todo lo que en su corazón le había pasado aquel tiempo, puntualmente todo. Y luego le dijo: “Pues, mire, hijo, no tiene que temer; lo que hay de culpa en todo esto yo lo tomo sobre mí; la mayor que ha tenido y por donde eso le ha apretado tanto, ha sido por no haberse comunicado [...]”. Y a cosas a propósito le dijo a este testigo: “Venga acá; si ahora le viniese uno a decir: hermano fray Agustín, Papa le han hecho, ¿no se reiría como cosa tan fuera de camino?, pues así se ría de todo eso”».

      De estas sesiones de dirección espiritual de la Madre Teresa de Jesús salió nuevo fray Agustín y quedó completamente libre de aquella tribulación y asegura que «desde aquel día este testigo comenzó a sentir alivio en todo aquello, y al cabo de poco estuvo tan libre como si jamás hubiera pasado; y ha quedado de manera en aquello, que, aunque de propósito quiera llamar aquellos pensamientos, no puede, que en semejantes cosas nunca ha visto semejante suceso, porque siendo persona que trata almas, siempre ha visto que a las que aquello han padecido les quedan unas briznas de cuando en cuando». Antes de su relato afirma que la Madre Teresa «tuvo particular don de nuestro Señor de conocer interiores y dar consejos espirituales para el bien de las almas».

      Concluyendo

      La palabra, los gestos, la clarividencia mental con que se presentaba eran las armas de la captación de las voluntades. Uno de sus biógrafos, Yepes, dejó escrito: «Entre otras gracias tuvo una señaladísima que fue haberle dado Dios una maravillosa fuerza y virtud en sus palabras para mover los corazones de aquellos con quien trataba. Porque con la eficacia de ellas, deshacía corazones y rendía las voluntades y allanaba contradicciones que se le ofrecían»[11].

      Y otro que la trató mucho y fue su confesor, Pedro de la Purificación, dice de ella: «Tenía tan suave conversación, tan altas palabras y la boca llena de alegría, que nunca cansaba, y no había quien pudiese despedir de ella [...]. Jamás trató nadie con ella que no saliese con ganancia y aprovechamiento en su alma y mejorase su vida» (BMC 6, 380).

      Y no faltó quien dijera de ella que era como la piedra imán que a todos atraía; atrajo, imantó a tantos y tantas y ¿qué está haciendo ahora, qué está haciendo hoy mismo sino seguir con esa su capacidad de atracción imantadora?

      Capítulo 5. Las golosinas de santa Teresa

      Las referencias de las gentes y de los pueblos a los santos suelen, a veces, ser un tanto pintorescas. A santa Teresa le cargan las yemas de santa Teresa, los corazones de santa Teresa, los miguelitos de santa Teresa, etc., todo ello tan dulce y sabroso que la gente se chupa los dedos.

      Paladear de Teresa de Ahumada

      La misma Santa habla de dulces, se acuerda del Cantar de los cantares y cita por tres veces un texto donde se dice: «Asentéme a la sombra de aquel a quien había deseado y su fruto es dulce para mi garganta» (Cant 2,3). En carta a una de sus parientas le dice: «Me ha quedado terrible hastío de cosas dulces» (Cta 68, 3). A su hermano Lorenzo de Cepeda le dice: «Harto me regalo cuanto puedo y heme enojado de lo que me envió, que más quiero que lo coma vuestra merced, que cosas dulces no son para mí, aunque he comido de esto y lo comeré; mas no lo haga otra vez, que me enojaré mucho: ¿no basta que no le regalo nada?» (Cta 182, 3). Haciendo memoria de lo que le enviaba su hermano le dice: «Las sardinas vinieron buenas y los confites a buen tiempo, aunque quisiera yo más se quedara v.m. con los mejores. Dios se lo pague» (Cta 177, 1). Y con su buen humor acostumbrado dice al mismo: «Riéndome estoy como él me envía confites, regalos y dineros, y yo cilicios» (Cta 177, 14). A la priora de Sevilla, María de San José, le dice sin más: «Bien hará de enviarme los confites que dice, si son buenos, que gustaría de ello para cierta necesidad» (Cta 167, 3). Y en otra carta le comunica: «Todo lo demás es muy bueno, y los confites lo vinieron (buenos) y son muchos» (Cta 180, 4). El día que llegaron tantos confites y tan buenos con otras muchas cosas, patatas, naranjas... estuvo la madre con doña Luisa de la Cerda, su gran amiga, y le dio «de ellos (de los confites)» que si hubiese pensado que le iban a gustar tanto se los enviara en nombre de la priora de Sevilla, ya que esta doña Luisa «con cualquier cosa se huelga mucho, y más bien parece a nosotras dar poco a estas señoras» (Cta 180, 5). Su hermano recibió de Sevilla la mejor y más grande caja de confites, y este se la pasó a la Santa. Tan generosa como es, tiene muy buen cuidado en no enviar confites a Brianda de San José, priora de Malagón, que «por la mucha calentura que tiene, que la matara». Lo único que pide para ella que tiene mucho hastío son «naranjas dulces, y cosas de enferma» (Cta 180, 6).

      Se entera de que el padre Jerónimo Gracián anda un poco enfermo y le manda a decir en una carta: «Harto le hemos encomendado a Dios para que estuviese bueno». Pero esto no le basta y por eso le anuncia: «Unos membrillos le envío, para que la su ama (Jerónima) se los haga en conserva y coma después de comer, y una caja de mermelada, y otra para la superiora de San José, que me dice trae grandes flaquezas. Dígale vuestra merced que la coma, y a vuestra merced suplico yo que no dé nada a nadie de esa, sino que la coma por amor de mí; y en acabándose me lo haga saber, que vale aquí barato» (Cta 115, 8).

      Doña Catalina Hurtado es la madre de dos carmelitas que han entrado en las descalzas de Toledo y ya hechas las paces que se habían resentido por la entrada de las muchachas, la madre envía a la Santa «manteca muy linda [...] también eran muy lindos los membrillos; no parece que tiene otro cuidado sino regalarme» (Cta 29, 1). En otra carta a Sevilla, dice a la priora: «No me envíen ninguna cosa, por caridad, que cuesta más que ello vale». Añade: «Algunos membrillos vinieron buenos, pocos» (Cta 122, 12).

      Frutos del campo

      También le gustan los frutos del campo. Un día, en su primer convento, se siente un poco enferma y manifiesta que le apetecería comer un poco de melón; pero no lo hay en casa. Y aquí viene la florecilla, recogida por el padre Ribera: suena la campanilla de la portería, acude la encargada y se encuentra con medio melón en el torno, sin «hallar a nadie que lo hubiese traído». Y la madre se alimenta de aquella carne olorosa, dulce, blanda, aguanosa, que todo esto es el rico melón. En otra ocasión, al volver de una de sus fundaciones a Ávila, viéndola tan enferma y necesitada, una de sus monjas más querida «movida de caridad le hizo unas rosquillas». Pero parece que aquel día no estaba la Madre para dulces, pues reprendió a la rosquillera, diciéndole: «Hija, no me venga a esta casa a enseñar eso» (BMC 19, 560). Lo que no sabemos es si se comió las rosquillas. Creo que sí.

      Estando la Santa en Burgos, antes de poner la clausura del convento, bajaba con frecuencia a visitar a los enfermos del hospital; y un día que se sentía ella misma enferma dijo que comería «de unas naranjas dulces, y el mismo día le envió una señora unas pocas muy buenas. Ella en viéndolas echóselas a la manga y dijo que quería bajar a ver a un pobre que se había quejado mucho y repartió todas las naranjas a los pobres». Alguna de las hermanas le preguntó por qué se las había dado, y ella respondió con mucha alegría: «Más las quiero yo para ellos que para mí. Vengo muy alegre que quedan muy consolados» (BMC 2, 236). En otra ocasión le trajeron unas limas, fruto del limero, y como las vio dijo: «¡Bendito sea Dios que me ha dado qué llevar a mis pobrecitos» (ib).

      Lo mismo que santa Teresa se mueve entre los pucheros y con la sartén en la mano, es una delicia ver cómo trastea manejando naranjas dulces, membrillos, y verla, como si fuera un rey mago, repartiendo confites y otras dulcerías, y nos convencemos una vez más de que Teresa de Jesús era una persona normal y humana, y era muy realista, andaba con los pies en la tierra, aunque nos parezca que estaba siempre en el cielo.

      Golosinas superiores

      Pero las golosinas de santa Teresa a las que me quiero referir ahora

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