Los papiros de la madre Teresa de Jesús. José Vicente Rodríguez Rodríguez

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Los papiros de la madre Teresa de Jesús - José Vicente Rodríguez Rodríguez Caminos

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falsas humildades!

      No le parece suficiente lo que está diciendo y echa por otro camino: el de la falsa humildad en que se empeñan algunas personas. Dice:

      Se deje de unos encogimientos que tienen algunas personas y piensan es humildad. Sí, que no está la humildad en que si el rey os hace una merced no la toméis, sino tomarla y entender cuán sobrada os viene y holgaros con ella. ¡Donosa humildad!, que me tenga yo al Emperador del cielo y de la tierra en mi casa, que se viene a ella por hacerme merced y por holgarse conmigo, y que por humildad ni le quiera responder ni estarme con Él ni tomar lo que me da, sino que le deje solo, y que estándome diciendo y rogando le pida, por humildad, me quede pobre, y aun le deje ir, de que ve que no acabo de determinarme (CV 28, 3).

      Fuera esas humildades tontas:

      No os curéis, hijas, de estas humildades, sino tratad con Él como con padre y como con hermano y como con señor y como con esposo; a veces de una manera, a veces de otra, que Él os enseñará lo que habéis de hacer para contentarle. Dejaos de ser bobas; pedidle la palabra, que vuestro Esposo es, que os trate como a tal (CV 28, 3).

      A continuación, ayudando a esos entendimientos derramados les explica las excelencias de este modo de rezar, «aunque sea vocalmente, con mucha más brevedad se recoge el entendimiento, y es oración que trae consigo muchos bienes». Y ¿por qué se llama oración de recogimiento?:

      Porque recoge el alma todas las potencias y se entra dentro de sí con su Dios, y viene con más brevedad a enseñarla su divino Maestro y a darla oración de quietud, que de ninguna otra manera. Porque allí metida consigo misma, puede pensar en la Pasión y representar allí al Hijo y ofrecerle al Padre y no cansar el entendimiento andándole buscando en el monte Calvario y al huerto y a la columna (CV 28, 4).

      Aconseja a quienes cultiven este modo de oración:

      Las que desta manera se pudieren encerrar en este cielo pequeño de nuestra alma, adonde está el que le hizo, y la tierra, y acostumbrar a no mirar ni estar adonde se distraigan estos sentidos exteriores, crea que lleva excelente camino y que no dejará de llegar a beber el agua de la fuente, porque camina mucho en poco tiempo. Es como el que va en una nao, que con un poco de buen viento se pone en el fin de la jornada en pocos días, y los que van por tierra tárdanse más (CV 28, 5).

      Y sigue todavía ampliando sus enseñanzas sobre este recogimiento. Lo que quiere es que quien reza el Padrenuestro entre en contemplación perfecta, nada más comenzar, por eso las enseñanzas que da sobre el recogimiento no tienen otra finalidad sino la de educar en la contemplación, propia de hijos, clavando su corazón y su voluntad en Dios Padre, al que invocan como a «Padre» y de quien proclaman que está en los cielos, y muy principalmente en el cielo del alma.

      Poniendo ya fin a estas reflexiones sobre santa Teresa, hija de Dios, hay que fijarse en lo siguiente: en el primer capítulo de las Moradas primeras cuando habla del alma como de un castillo, de un aposento para Dios, califica al Señor de «un rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes», y allí no habla de Dios Padre, pero sí lo hace en CV 28, 9 en el siguiente texto cuando aconseja:

      Pues hagamos cuenta que dentro de nosotras está un palacio de grandísima riqueza, todo su edificio de oro y piedras preciosas, en fin, como para tal Señor; y que sois vos parte para que este edificio sea tal, como a la verdad es así, que no hay edificio de tanta hermosura como una alma limpia y llena de virtudes, y mientras mayores, más resplandecen las piedras; y que en este palacio está este gran Rey, que ha tenido por bien ser vuestro Padre; y que está en un trono de grandísimo precio, que es vuestro corazón.

      La cercanía es así mayor que considerar a Dios como rey tan poderoso, sabio, limpio y lleno de todos los bienes. La frase teresiana es deliciosa: Dios «ha tenido por bien ser vuestro Padre».

      Capítulo 4. Santa Teresa, la «ganavoluntades»

      Corona de piropos

      Un gran escritor, Antonio de San Joaquín, carmelita descalzo, además de otros libros, escribió doce tomos sobre santa Teresa. En ese que llamó Año Teresiano, en el tomo V publicó, en Madrid año de 1749: «Índice que en diversos idiomas atesora abundante copia de epítetos, con que numerosa variedad de personas ha procurado manifestar las perfecciones y prerrogativas que el Cielo concedió a nuestra Madre santa Teresa de Jesús». El buen fraile reunió más de 1324 epítetos laudatorios de la Santa.

      Aunque esta palabra «ganavoluntades» que va en el título no aparezca en el Diccionario de la lengua, ni registrada en esa fecha del siglo XVIII, me gusta emplearla y aplicársela a santa Teresa, pues era eminente en este campo de ganar la gracia y voluntad de las personas. La quisieron y la veneraron grandes figuras de la Iglesia: carmelitas descalzos, jesuitas, dominicos, franciscanos, sacerdotes seculares, obispos. La cuestionaron el nuncio Felipe Sega y algunos otros eclesiásticos y buen número de los padres del antiguo Carmelo, y tuvo sus mayores peleas y sinsabores con la princesa de Éboli, doña Ana de Mendoza y de la Cerda.

      Felipe Sega

      El nuncio Felipe Sega se hizo famoso por el exabrupto que lanzó contra la Santa ante el padre carmelita descalzo Juan de Jesús (Roca), llamándola «fémina inquieta, andariega, desobediente y contumaz que a título de devoción inventaba malas doctrinas, andando fuera de clausura, contra el orden del concilio Tridentino, y prelados, enseñando como maestra, contra lo que san Pablo enseñó, mandando que las mujeres no enseñasen»[9].

      Bartolomé de Medina

      Con alguna de estas lindezas estaba de acuerdo el dominico Bartolomé de Medina, profesor de teología de la Universidad de Salamanca, pues también él, en un primer momento, la desaprobaba. Uno de sus discípulos de entonces lo cuenta así:

      Al tiempo que la dicha santa Madre fue a Salamanca a fundar como fundó el monasterio de su reformación, el maestro fray Bartolomé de Medina, de la Orden de Santo Domingo, catedrático de Prima de Teología, cuyo discípulo fue este testigo, al principio recibió mal las cosas de la santa Madre, en tanta forma que públicamente en su cátedra dijo que era de mujercillas andarse de lugar en lugar y que mejor estuvieran en sus casas rezando e hilando (BMC 19, 349).

      La «ganavoluntades», sabiendo que se mofaba de ella, le estimó en tanto que procuró con el Comisario apostólico... le diese sus veces y en algunas ausencias le dejase por superior de ella.

      Hombre sincero comprendió Bartolomé que tenía que retractarse, y el mismo discípulo nos informa que en la misma cátedra que había hablado mal de ella, dijo: «Señores, el otro día dije aquí unas palabras mal consideradas de una religiosa que funda casas de monjas descalzas. Hablé mal. Hela comunicado y tratado, y sin duda tiene espíritu de Dios y va por muy buen camino». Y solía decir después a menudo que «no había tan gran santa en la tierra». Es la propia Santa la que confiesa en su Relación 4, 8 en 1575 o 1576:

      Trató con el padre Maestro fray Bartolomé de Medina, catedrático de Prima de Salamanca, y sabía que estaba muy mal con ella, porque había oído de estas cosas; y parecióle que este le diría mejor si iba engañada que ninguno. Y procuróse confesar con él, y dióle larga relación de todo, lo que allí estuvo y procuró que viese lo que había escrito, para que entendiese mejor su vida. Él la aseguró tanto y más que todos, y quedó muy su amigo.

      De tal manera conquistó santa Teresa a Bartolomé que iba con frecuencia a verla en Alba de Tormes y a confesarla; y retenía una gracia del cielo poder ver y tratar a la Madre. Los lazos de buen entendimiento con ella se fueron afianzando y terminó por ser uno de los más grandes defensores

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