Comunicación e industria digital. Группа авторов

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de proyectos de diversidad cultural priorizados por la comunidad» (véase el anexo 2).

      Este presupuesto participativo es original de Latinoamérica y está asociado con la Ley de Puntos de Cultura, que se estableció a partir del año 2004 en Brasil. Actualmente hay en el país unos 2500 puntos, seleccionados por medio de concursos públicos, que benefician a los PP. Es una manera de potenciar las energías locales con soporte del gobierno a los que trabajan sobre aspectos de la cultura. También aquí se articula esta iniciativa con una red: por un lado la red Ar--ticulación Latinoamericana Cultura y Política y por otro la Red Latinoamericana de Arte y transformación Social, constituida por una plataforma de 65 organizaciones que opera en 11 países de la región. Esta red impulsó el debate en el Parlamento del Mercosur, en el 2009, y desde entonces los países miembros están trabajando una legislación propia. En Argentina, el colectivo El Pueblo hace Cultura está impulsando la implementación de la ley. En otros países se debate sobre cómo se pueden organizar estos puntos y repartir sus fondos, pero se ven como una manera de conseguir autonomía y durabilidad en determinado tiempo, pues los proyectos se financian por tres años (Piñón 2011).

      Lo que muestran estos ejemplos es la importancia de la regulación «desde abajo» con la proliferación de actores, la profundización del alcance a los niveles individual y comunitario, la heterogeneidad ideológica de la implementación (más o menos centralización, más o menos confianza en el Estado central o en el clientelismo local, participación más y más grande de la población, distribución más o menos igualitaria de los recursos…). También se ve el riesgo de superposición de programas porque las varias agencias de políticas sociales se hacen competencia en los ámbitos nacional y local. Más interesante quizás son las interrelaciones de confianza entre los que implementan una política social y los miembros de la comunidad. El éxito depende en parte del interés común y el buen entendimiento entre los recursos del Estado y las capacidades locales para implementarlas. Estas prácticas y procesos deben tener sentido en el ámbito local (Festenstein 2005).

       «Individuos creativos»: emprendedores sociales

      Las industrias creativas también pueden ser iniciadas por individuos pero con un interés en el desarrollo de su comunidad. La descripción de este fenómeno es ambivalente y ambigua. Para James Lull, las industrias creativas en los espacios virtuales como Second Life pueden ser un modo de explorar «el empresariado cultural» (cultural entrepreneur) y evoca la posibilidad de crear «superculturas personales» (personal superculturas). Ulrich Beck hace referencia a una colectividad paradójica al hablar de «individualización recíproca» (reciprocal individualization) para describir estas nuevas transiciones sociales y culturales, mientras que Barry Wellman evoca «comunidades personales» (personal communities) (Frau-Meigs 2008).

      Pero esta visión de individuos creativos depende mucho de una visión mercantil de la cultura, que sirve a los intereses de Hollyweb. Para los cultivarredes, se trata de vender una creatividad y una extimidad (pérdida de intimidad) «por diseño» en las plataformas listas para mediatizar la participación digital. Pero también hay otra visión alternativa que otorga a los individuos creativos otras características, como por ejemplo, un interés social que intenta cambiar la relación asimétrica del individuo y la cultura como espacios variables y modulares. Esta perspectiva construye al individuo creativo como un «emprendedor social» (social entrepreneur). Los casos que llamaron la atención vienen del subcontinente indio (India y Bangladesh), con personas que han alcanzado la prominencia global durante las décadas pasadas como Mahoma Yunus, creador del Banco de Grameen y de la noción de «microcrédito», y Bill Drayton, fundador de la agencia Ashoka e inventor de la noción de «empresario social». Ellos han dado credibilidad a la idea de que del espíritu emprendedor social puede proceder el cambio social. Lo han puesto en el debate sobre el desarrollo participativo y sostenible.

      Hay varios casos de emprendedores sociales que han utilizado las industrias creativas para cambiar el entorno de su comunidad. Más allá del problemático aspecto financiero, los programas de microcrédito han impactado el desarrollo local porque tocan sectores que forman parte de la definición de industrias creativas como la artesanía, en particular con agrupamientos de artesanos en redes de colaboración y venta a distancia. También tocan sectores de los medios, en particular de las radios comunitarias, que permiten dar información sobre la financiación de la economía social, la educación y la protección social (mutuales de salud,…). También contribuyen a que cada vez más sean mujeres quienes participen como individuos creativos, pues son ellas las que más se benefician del microcrédito, un factor de evolución profundo de la sociedad.

      Un ejemplo que llama la atención porque trasciende fronteras y se produce de Sur a Sur —pues ha sido implantada primero en Kenya pero ahora trabaja en Brasil, Guatemala, Perú y Nicaragua, por ejemplo— es el de DataDyne (www.datadyne.org). Es una empresa social que solo utiliza la tecnología móvil pero también le da mucha planificación a la formación de su personal y la gestión de su impacto económico y social. Produce un software gratuito, EpiSurveyor, que permite la recolección de datos sobre la salud en sectores rurales, pero ahora también sirve para otros tipos de datos e indicadores de desarrollo. Es una empresa creada por un individuo, Joel Selanikio, pero que quiere liberarse de la dependencia hacia las fundaciones o las ayudas de gobiernos.

      En otros casos los emprendedores sociales han entregado su obra a la colectividad, como en el caso de los que desarrollan el software libre (FOSS, por sus siglas en inglés). Llama la atención el caso de Mark Shuttleworth, de África del Sur, que desarrolló el Ubuntu («humanidad hacia los otros»), el sistema operativo de ordenador más utilizado en las comunidades FOSS. También está el caso de Ory Okolloh y del proyecto colaborativo Ushahidi (la palabra swahili que significa «el testimonio») de interés particular, pues es una herramienta para el crowdsourcing que usa múltiples canales, incluyendo el SMS, el correo electrónico, el Twitter y la web (http://ushahidi.com/products). Todos estos proyectos han logrado producir bienes relacionales sin que sean necesariamente bienes experienciales, lo que no quiere decir que no generan industria ni intercambio, sino que lo hacen de modo non-propietario, desde abajo. También han conseguido movilizar mucha gente, tanto en línea como fuera de ella.

      Otro ejemplo es el de varias radios comunitarias de América Latina, que combinan sistemas analógicos y numéricos para mejorar la comunidad, y especialmente la situación de las mujeres. Se pueden destacar los casos de radio Tierra, en Santiago de Chile, que se apoya sobre la experiencia de La Morada, una asociación de mujeres para el desarrollo que tiene más de veinticinco años. Es una plataforma activista para la justicia social a favor de los derechos de las mujeres pero en torno a la ciudadanía y la salud. Otro ejemplo es el de radio Wiñay Jatha, que sirve a la comunidad indígena aimara en Bolivia. Es una red establecida por el Centro para el Desarrollo Integral de las Mujeres Aimara (CDIMA), que se enfoca en el empoderamiento de las mujeres vía la cultura y el idioma. Entre otras actividades estos medios proporcionan noticias y servicios de información, organizan redes temáticas y las difunden (Buckley 2011).

      Los elementos claves que sobresalen no son solo los de la sostenibilidad financiera sino también la sostenibilidad comunitaria vía las tecnologías, con un uso muy creativo de los bienes relacionales y culturales. Todos estos casos comparten un concepto de desarrollo con una nueva visión de futuro de las industrias creativas, con perspectivas finales locales y no necesariamente comerciales, con la necesidad de resolver un problema de interés social común. Tienen la capacidad de ampliarse a más personas, de adaptarse a las nuevas tecnologías y de planificarse a largo plazo. Pueden encontrar una variedad de recursos para financiarse que los aleja del paradigma de la dependencia y los aproxima al de la sostenibilidad: no se acercan mucho a las grandes instituciones especializadas de la ayuda internacional

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