Comunicación e industria digital. Группа авторов

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      RESUMEN: En la era del «culto al cuerpo» y en plena espectacularización de la sociedad, instados a convertirse en imágenes con ciertas características rigurosamente definidas, los cuerpos humanos se ven desencantados de todas aquellas potencias simbólicas que exceden los códigos de la «buena apariencia». Este ensayo se detiene sobre ciertas estrategias de censura implícita de los medios de comunicación gráficos y audiovisuales, que evitan mostrar o retocan las imágenes de cuerpos viejos con técnicas depuradoras y alisadoras, insinuando que ostentarlas impúdicamente equivaldría a practicar una nueva forma de obscenidad. Algunos avisos publicitarios y otros materiales mediáticos resultan especialmente fértiles para analizar estos procesos reflexionando sobre sus impactos, así como su contraste y eventuales diálogos con ciertas corporalidades configuradas en el campo artístico contemporáneo.

      Palabras clave: tecnociencia, culto al cuerpo, visibilidad, publicidad, biopolítica, mercado.

       The old body as an image with failures: the moral of the skin smooth and media censorship of aging

      ABSTRACT: In the era of the «the body worship» and in full spectacularization of society, urged to become images with certain strictly defined characteristics, human bodies are disenchanted of all those symbolic powers exceeding the codes of «good looks». This literary essay stops on certain strategies of implicit censorship of and the graphic and audiovisual media, which avoid displaying or retouch the images of old bodies with sewage and smoothing techniques, suggesting that showing them off shamelessly would tantamount to a new form of obscenity. Some advertisements and other media materials are especially fertile for analyzing these processes reflecting on their impact as well as their contrast and any conversations with certain corporalities set in the contemporary art field.

      Keywords: techno-science, body worship, visibility, graphic communication, audiovisual advertising and bio-politics, market.

       Es una pena que una criatura tan radiante deba envejecer —suspiró Wile. —Realmente —concordé— ¡Sería maravilloso si pudiera conservarse tal como es, mientras que el retrato envejeciera y se marchitara en su lugar! Hago votos para que así sea.

      ÓSCAR WILDE1

       Cuando cumplí cincuenta años parecía que me hubiera vuelto invisible. Nadie más dijo nada, ni un elogio, ni una mirada, nada. Eso es lo que más me da la sensación de haberme vuelto una vieja.

      PROFESORA, 55 AÑos2

      No es fácil ser viejo en el mundo contemporáneo, aunque ser vieja quizás sea aún peor. Esas aseveraciones pueden sonar paradójicas en un momento histórico que posibilitó como nunca antes la expansión cuantitativa y cualitativa de la vida, especialmente en lo que respecta a las mujeres. Entre las muchas características inéditas de nuestra época se cuenta tanto la creciente participación femenina en todos los ámbitos —incluso en los más altos escalafones del poder, con libertades equiparables a los hombres en los diversos planos de la existencia— como el hecho incontestable de que la población mundial está envejeciendo. Además de haberse reducido la tasa de fertilidad por habitante y, por tanto, el número relativo de nacimientos, los increíbles avances tecnocientíficos de las últimas décadas no cesan de desafiar los límites que tradicionalmente constreñían a los cuerpos humanos, disminuyendo tanto la morbilidad como la mortalidad. Las características biológicas de cada sujeto y de la especie en general se revelan cada vez menos intransigentes delante de la intervención técnica, mientras que el espectro de experiencias individuales y colectivas ofrece una diversidad jamás vista, capaz de transbordar los horizontes de la condición humana empujando sus confines rumbo a territorios impensados.

      Todas esas fronteras se están desplazando: antes consideradas rígidas y estables, determinadas por fuerzas inmanejables como los designios naturales o divinos, ahora registran una dilatación e incluso una metamorfosis, que amplía su espectro más allá de lo que hasta hace poco se consideraba posible. En ese contexto, la estructura orgánica que conforma los cuerpos humanos parece estar en plena mutación: sus antiguos márgenes se rediseñan constantemente, poniendo en jaque hasta la mismísima demarcación de la finitud. En los últimos cien años, la expectativa de vida de la población mundial se ha duplicado. Quien naciera en tierras brasileñas a principios del siglo pasado, por ejemplo, esperaría vivir menos de 34 años; recién en la década de 1980 esa probabilidad alcanzó un nivel que se puede considerar dentro del rango de la ancianidad, al llegar a los 63 años (Kalache, Veras y Ramos 1987). En el tránsito hacia el siglo XXI, esa estimativa superó la marca de las siete décadas de vida para los ciudadanos del Brasil, cuando las estadísticas ya daban cuenta de un nuevo fenómeno: el envejecimiento de la población nacional.3 A escala planetaria, el perfil demográfico también fue cambiando: mientras en algunos países la expectativa de vida ya supera las ocho décadas, se calcula que el número de personas con más de sesenta años se triplicará hacia el 2050, llegando a los dos mil millones; entonces la población de esa franja etaria excederá la cantidad de adolescentes y niños menores de catorce años de edad.4 De modo que los ancianos, además de ser cada vez más viejos y más fuertes, pronto serán mayoría; sobre todo las damas, cuyo calendario vital insiste en aventajar al de los caballeros.

      A la luz de esos datos, cabría preguntar: ¿qué puede, hoy, un cuerpo? Una respuesta parece obvia: los cuerpos humanos pueden cada vez más y, asimismo, lo pueden durante más tiempo. Por otro lado, las mujeres y los hombres contemporáneos saben que ellos son los orgullosos artífices de todas esas conquistas, fecundadas a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado para consolidarse en las últimas décadas. No se trata tan solo de un estiramiento en la duración y en la «cantidad de vida»; además, esa tendencia viene acompañada del énfasis en un concepto más complejo: la tecnociencia y el mercado ofrecen un profuso menú que tiende a aumentar, también, la «calidad de vida». Aunque esta otra categoría sea bastante más esquiva a las definiciones y mucho más complicada cuando se trata de medirla; pero, en todo caso, no hay dudas de que los vectores históricos imprimen su influencia en la conformación de los cuerpos y de las subjetividades, y esa noción ya impregna nuestra era. Factores socioculturales, económicos y políticos ejercen una presión sobre los sujetos de los diversos tiempos y espacios, estimulando la configuración de ciertas formas de ser e inhibiendo otras modalidades. Por eso, dentro de los límites de ese marco flexible y poroso que es el organismo de la especie homo sapiens, las sinergias históricas que prevalecen en determinada época incitan ciertos desarrollos corporales y subjetivos, al mismo tiempo que bloquean el surgimiento de formas alternativas.

      Por todos esos motivos, si los contornos del cuerpo humano se están redefiniendo actualmente, esa proeza no se debe solo a las maravillosas soluciones técnicas que no paran de multiplicarse, sino también a otras transformaciones que afectan a las sociedades occidentales cada vez más aglutinadas y conectadas por las redes de mercados globales. Si el envejecimiento y la muerte siempre constituyeron graves límites para la expansión de los cuerpos humanos, hoy esas barreras están siendo dinamitadas. Las nuevas ciencias de la vida sueñan con la posibilidad de «reprogramar» esos cuerpos para tornarlos inmunes a las enfermedades, por ejemplo, esquivando así tanto las penurias de la vejez como la fatalidad de la muerte. Se trata del ancestral sueño de la eterna juventud, renovado como una gran ambición de nuestra época y como una promesa que, tal vez, pronto estará a disposición de todos; o, cuando menos, de todos aquellos que tengan condiciones de pagar por tan magnífica receta.

      Esa última salvedad merece ser destacada, porque en el caso de que tal panacea sea descubierta, sin duda no surgirá bajo la forma de un viaje místico rumbo a algún tipo de «más allá», ni tampoco como cualquier otra opción que contemple un flujo de energías sobrenaturales o extraterrenas. Si ese milagro se concretizara entre nosotros, de hecho, tendrá las facciones prosaicas de una mercancía o de toda una línea de productos y servicios; y, como tal, estará sujeto a un precio que podrá

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