El príncipe. Nicolás Maquiavelo

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El príncipe - Nicolás Maquiavelo

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los Discursos sobre la primera década de Tito Livio él habla, a propósito de hechos históricos, pero pensando en su trayectoria personal, de “los tiempos áureos, cuando cada cual puede tener y defender la opinión que quiere”.10 Antes de 1512, en efecto, él escribió lo que quiso y sus escritos de ese período son los únicos que se pueden juzgar en sí y por sí, sin tener en cuenta la presión de los hechos. Nosotros hemos aprendido, en la experiencia de todo el último siglo, qué sutil, y a la vez pesada, puede ser la presión de los hechos sobre un escritor.

      Las obras que Maquiavelo compuso en este período republicano son las menos estudiadas, porque son, naturalmente, las menos maduras, pero nos sirven como piedra de toque para interpretar la producción posterior. Las principales son: los Decenales, crónica florentina en tercetos dantescos, los informes correspondientes a las misiones diplomáticas que Maquiavelo desempeñó por cuenta del gobierno de Florencia, transformados luego por él en otros tantos ensayos, probablemente algunos escritos literarios difícilmente ubicables en el tiempo (Belfagor, cuento misógino en prosa, algunos de los Capítulos, algunas de las Rimas) y, casi seguramente, el Libro I de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, que él consideraba evidentemente como su obra fundamental.

      EL ENAMORADO DE LA REPÚBLICA

      Todo estudio sobre el pensamiento de Maquiavelo tendría que centrarse —creo yo— en esta última obra, concebida en un plano teórico desinteresado no circunstancial, y no en El Príncipe, escrito en condiciones anímicas excepcionales y con una finalidad circunstancial determinada (recuperar el empleo, hacer menos duro el dominio de las nuevas autoridades sobre el pueblo florentino), que a posteriori se transforma en la otra: hacer de Florencia el núcleo activo de la unificación de Italia.

      Estos Discursos estudian la vida política de los tiempos de Maquiavelo a través de un comentario puntual de la historia de la república romana hasta las guerras samníticas inclusive. ¿Por qué eligió Maquiavelo esa parte de la obra de Livio? La razón reside en la tendencia, típicamente humanística, a buscar en la antigüedad útiles modelos de conducta. En esa primera “deca” de la obra de Livio, Roma es aún la polis dentro de la cual el pueblo pugna por desempeñar su papel, y su engrandecimiento en los límites de la península itálica se parece, especialmente en sus comienzos, a la expansión de algunas de las ciudades de Italia, y en particular de Florencia, en las postrimerías de la Edad Media. Era un proceso que se daba a través de luchas entre los principales estados italianos, interrumpido por “la diplomacia del equilibrio” de Lorenzo el Magnífico, pero que se podía reanudar en cualquier momento, ahora que había que luchar contra un enemigo común, el ocupante extranjero. Por eso la historia de la república romana le parece a Maquiavelo tan actual.

      En esos escritos anteriores a 1512, se revela claramente la figura espiritual de su autor, enamorado de su república florentina, pesimista, mordaz, con una aptitud para la metáfora política que no ha sido bastante estudiada, con cierto desprecio de raíz popular por los personajes encumbrados, con un amor profundo por la libertad, cuyo fundamento reconoce en la igualdad. (Dice que los Suizos gozan de una “libre libertad” porque su población es homogénea y nadie sobresale entre los demás, sino en el breve período en que desempeña una magistratura.)11

      A todo esto Maquiavelo agrega el convencimiento de que sólo el pueblo en armas y no la milicia mercenaria, es decir, el ejército profesional de ese entonces, podía defender la independencia de la patria y la libertad de los ciudadanos. Como funcionario del gobierno florentino, Maquiavelo, a partir de 1506, trató en efecto de organizar esas milicias ciudadanas, que eran muy bisoñas en 1512 y no estaban estructuradas como su creador hubiera querido; por esto y otras razones que sería muy largo examinar aquí, fracasaron al defender la ciudad del ejército español que en ese año puso prácticamente la ciudad en manos de los Médici. Pero éstos no perdonaron a Maquiavelo el haberlas creado.

       POST RES PÉRDITAS

      En ese año 1512 en que volvió el poder señorial a Florencia y todo su mundo se derrumbó, Maquiavelo no huyó, no fue al destierro como muchos de sus amigos: eligió quedarse y contemporizar con la nueva situación. A partir de ese entonces acostumbró fechar sus escritos contando los años desde la catástrofe, con el agregado Post res pérditas: tantos años después de la “pérdida de las cosas”, donde res tiene un sentido muy amplio: desde la libertad republicana al prestigio personal del escritor, ligado al empleo que había desempeñado (aludía a la vez a las res publicas y a las res privatas).

      Sospechoso para los nuevos señores, Maquiavelo a los pocos meses fue detenido, torturado y, una vez liberado, constreñido a vivir en el campo. Es el momento en que escribe El Príncipe, el pequeño libro en que se basa su antigua fama. Es muy probable que remonten a ese difícil momento los tercetos de los primeros cinco cantos de El asno de oro, poema inconcluso, iniciado como desahogo personal, en el metro y con el espíritu de los Decenales.12 El poeta imagina haberse extraviado en el territorio dominado por la maga Circe, que, en la parte del poema que nunca fue escrita, lo iba a transformar en burro. En los cantos que nos quedan, el autor narra, a manera de prólogo, sus amores con una bella pastora, encargada por Circe de llevar a pastar al heterogéneo rebaño de sus ex amantes, metamorfoseados, según la costumbre conocida de aquella corte, en varios animales.

      En estos tercetos, el deseo de ver caer de nuevo el dominio de los Médici (expresado bajo forma de profecía: “al fin los encumbrados caerán”)13 se mezcla de modo interesante con las observaciones generales acerca de la diversidad de los estados y de las razones de estado imperantes. La amargura del autor por su situación personal y por el derrumbe de las libertades florentinas le arranca acentos de protesta contra la corrupción del mundo. El protagonista, aun convertido en burro, denunciará la desvergüenza difusa, “antes de que se coma la montura”14 —clara alusión a la difícil situación económica del escritor, provocada por la pérdida del empleo— y “ni Dios podrá impedirle que rebuzne”.15

      Mientras trataba de consolarse con su vocación menor, la poesía jocosa, que pasa en este momento al campo estrictamente personal y secreto, en su actividad más seria, la ensayística política basada en la historia, deja de lado por un momento los Discursos sobre la primera década de Tito Livio y escribe El Príncipe.

       EL PRÍNCIPE

      Imposible —creo yo— entender el verdadero significado de esta obrita explosiva si se la considera aisladamente y, a la vez, como un todo homogéneo. Hay que estudiarla en su complejidad y tener en cuenta múltiples factores.

      El primer impulso para la composición de El Príncipe fue dado indudablemente por la importancia que de golpe adquiere en Florencia, en 1512, el fenómeno histórico del poder unipersonal absoluto. El proceso en Italia ya estaba en pleno desarrollo en tiempos de Dante quien, en la segunda parte de su vida, conoció forzosamente a muchos “señores” (los Della Scala, los Polenta, los Malatesta, los Malaspina...) y fue amigo de alguno de ellos, pero cuando los mira en conjunto, como buen ciudadano de una república, los califica de “tiranos”. (Como protagonista de la Comedia, le dice a Guido da Montefeltro, en el canto XXVII del Infierno: “Jamás sin guerra estuvo tu Romaña/dentro del corazón de sus tiranos”.)

      Después, de a poco, casi todos los municipios libres restantes habían ido desapareciendo. Al iniciarse el siglo XVI, Florencia era, sin embargo, aún una república. Hasta ese momento, con Venecia, había sido la principal excepción a la tendencia general hacia la mini monarquía absoluta, no por haber conservado intacto, como Venecia, el régimen republicano, sino por no haberse resignado al principado, que había

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