El príncipe. Nicolás Maquiavelo

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El príncipe - Nicolás Maquiavelo страница 7

Автор:
Серия:
Издательство:
El príncipe - Nicolás Maquiavelo

Скачать книгу

al que es mejor no nombrar (se trata de Fernando el Católico), quien no predica nunca otra cosa que paz y fe y es decidido enemigo de una y otra; y una y otra, si él las hubiera llevado a la práctica, varias veces le hubieran hecho perder la reputación y el estado”.27

      Al principio de este mismo capítulo, Maquiavelo sostiene que el príncipe debe saber ser hombre cuando le convenga y, cuando le convenga, bestia, alternando, según las circunstancias, la ferocidad del león con la astucia del zorro, no manteniendo las promesas sino mientras mantenerlas dé fruto político. Estas recomendaciones, y otras del mismo tipo que forman el sistema, le han proporcionado a este librito su fama de “manual del perfecto tirano” y a su autor la caracterización completamente desenfocada de teórico de la razón de estado al servicio del poder absoluto.

      EL CORAZÓN ESTÁ CON LA LIBERTAD

      Hay que observar que los elogios de Maquiavelo a los peores tiranos son exclusivamente técnicos. El entusiasmo que tiembla en sus palabras cuando en los Discursos habla de las libertades republicanas, en El Príncipe falta completamente (exceptuando siempre el último capítulo), sustituido por el orgullo del pensador que dice la verdad donde los demás la ocultan y por cierta euforia estética del artista frente al personaje trágico que está moldeando. Él siente este carácter “poético” de su príncipe. Una vez, en 1525, escribiendo a Guicciardini, se firma así: “Niccolò Machiavelli, istorico, comico e tragico”.28 “Istorico” se refiere a las Storie fiorentine, que en ese entonces estaba componiendo; “Comico” al sector jocoso de su labor literaria y especialmente a La Mandrágora, que en esos días se estaba representando, y “Tragico”, evidentemente a El Príncipe, pues no hay entre sus escritos ninguna tragedia propiamente dicha.

      Maquiavelo no aconseja nunca al pueblo que obedezca a su príncipe. Se comporta en este librito con la misma objetividad de que generalmente hace gala en los Discursos, donde hay un capítulo sobre el Decenvirato romano en que el autor se propone mostrar “muchos errores cometidos por el senado y la plebe en daño de la libertad y muchos errores hechos por Apio, jefe del Decenvirato, en desmedro de la tiranía que se había propuesto establecer en Roma”.29 El corazón de Maquiavelo está con la plebe y la libertad: por momentos lo dice y siempre lo deja entender. Pero, cuando se trata de la ciencia política, es decir, de la política que él por primera vez presenta como ciencia, anota diligentemente y demuestra los errores y aciertos de las partes contendientes, desde el punto de vista de los fines que cada una se propone. No es que prescinda de la moral: la moral está del lado del pueblo y de la libertad, y lo dice; pero el aspecto técnico tiene una positividad y una negatividad distintas de las del aspecto moral. Esto, en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio. En El Príncipe prevalece la consideración técnica por dos razones: por el tema circunscrito, que admitía al pueblo sólo como contrapartida necesaria del protagonista, y por el hecho de tener la obra un carácter circunstancial, desgajada como había sido de los Discursos, porque el tema había cobrado repentina y pavorosa actualidad en Florencia. Se podría agregar una tercera razón; y es que en Florencia había desaparecido la 1ibertad de palabra, Maquiavelo acababa de ser sometido a la tortura y, por otra parte, alimentaba la esperanza, justamente gracias a sus conocimientos técnicos, de recuperar el empleo.

      Pobre oportunismo, el de Maquiavelo. Oigamos las instrucciones que da a su príncipe, en el caso de que se haga dueño (como les había ocurrido a los Médici) de una ciudad acostumbrada a vivir libre, es decir, de una república. Me refiero al capítulo V, en el que el autor sostiene que la forma más segura de mantener el dominio sobre ese territorio es destruir la ciudad. Dice: “Quien se adueña de una ciudad acostumbrada a vivir libre y no la destruya, prepárese a ser destruido por ella; porque siempre tiene como refugio, en la rebelión, el nombre de la libertad y sus antiguos ordenamientos, los cuales, ni por largo tiempo que transcurra, ni por beneficios que se reciban, nunca se olvidan. Y por más que se haga, si no se dispersa a los habitantes, éstos recuerdan aquel nombre y aquellos ordenamientos y en seguida, al menor accidente, vuelven a ellos [...]”

      Aquí, lógicamente, saldría a relucir el ejemplo de Florencia, que, en 1494, aprovechando la invasión de Italia por Carlos VIII, se había levantado contra los Médici. Prudentemente Maquiavelo se reprime y da un ejemplo menos ajustado, el de Pisa: “[...] como hizo Pisa después de cien años de servidumbre bajo el dominio florentino”. Eso había ocurrido en la misma ocasión y en el mismo año del otro hecho que hubiera sido más natural, pero más imprudente haber evocado y surge por asociación de ideas, como sustitutivo apresurado.30

      Sigue el autor comparando esta situación con la de alguien que se haga dueño de una ciudad acostumbrada al principado, cuya dinastía se haya extinguido o haya sido eliminada violentamente. Los súbditos entonces —dice Maquiavelo— “estando por un lado acostumbrados a obedecer y por otro no teniendo más al príncipe anterior, para nombrar otro entre ellos no se ponen de acuerdo, vivir libres no saben; de modo que son más lentos en tomar las armas...” Y reafirma: “En cambio en las repúblicas hay mayor vida, mayor odio, más deseo de venganza; no los deja, ni puede dejarlos descansar la memoria de la perdida libertad: de modo que el camino más seguro es destruirlas (aquí Maquiavelo recuerda de nuevo que vive en Florencia bajo los Médici, y agrega una coma y una recomendación supletoria de último momento), o habitar en ellas”. Con este último recurso sin desarrollos, el autor trata de evitar que los Médici consideren este capítulo como una velada amenaza, pues ellos mismos eran ciudadanos de Florencia y tenían allí su palacio. Pero en este capítulo, que es un verdadero canto de libertad o muerte, la voz del Maquiavelo republicano y “popular” se hace sentir con una intensidad mayor que en los versos citados de El asno de oro.

      Cierto que, en el resto de este pequeño libro, la impasibilidad del técnico indiscutiblemente domina. Pero también es cierto que El Príncipe no sirvió para que los señores de Florencia olvidaran que Maquiavelo había sido el organizador de las milicias destinadas a cooperar en la resistencia contra ello.31 Sólo más tarde, en 1520 Maquiavelo empezó a recibir algún encargo: en ese año León X le pidió ese proyecto de constitución para Florencia del que ya hablamos y que quedó en letra muerta y, más tarde aún, se le pidió que escribiera la historia de la ciudad. No era ésta, precisamente, la tarea que él deseaba, una tarea en que pudiera contribuir, no a escribir, sino a hacer historia.32

      EL PROBLEMA DEL ÚLTIMO CAPÍTULO

      Algo completamente distinto hay que decir a propósito del ardiente último capítulo, el XXVI, que para mí constituye una tercera parte, netamente separada, incongruente con el resto, no sólo conceptualmente, sino también en el aspecto formal, pues el estilo es característico más de Savonarola que de Maquiavelo. Desaparece la férrea lógica de las contraposiciones tajantes y vigorosas y el período se desarrolla concitado, en base a secuencias de afirmaciones o invocaciones apasionadas, que se suman asindéticamente, con abundancia persuasiva, por momentos fuertemente metafórica. Se agolpan las imágenes bíblicas, con estilo de cruzada. La palabra “estado” no figura en este capítulo ni una vez.

      Al comienzo, una afirmación ambigua: “En Italia corren tiempos como para honrar a un príncipe nuevo”; es decir, el autor toma como punto de partida la realidad absolutista del momento. Es como si pensara: ha llegado la hora de aceptar esta realidad ineluctable y aprovecharla de la mejor manera posible. Sigue diciendo que las desgracias de Italia ofrecen a un príncipe prudente y virtuoso la ocasión de procurar honor a sí mismo y alivio a todos los italianos (es la primera y única vez —creo— que Maquiavelo une el bien del príncipe con el del pueblo y esto habla de la excepcionalidad de la tesis desarrollada en este último capítulo). Para esto hay que levantar la bandera, que toda Italia seguirá, de la lucha contra “la crueldad e insolencia de los bárbaros” (es decir, de los franceses, de los españoles y de las milicias mercenarias). Nadie mejor que Lorenzo di Piero de Médici —cuyo tío es ahora pontífice

Скачать книгу