El príncipe. Nicolás Maquiavelo

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El príncipe - Nicolás Maquiavelo

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le pidió que estructurara una nueva constitución para la ciudad, Maquiavelo le propone un curiosísimo proyecto de poder unipersonal a término, destinado a durar mientras viviera el Papa, para ser sustituido después por un régimen republicano minuciosamente descrito.21

      Por otra parte él proclama legítimo el oportunismo cuando se trata del interés general. En los Discursos exalta al primero de los Brutos, quien simuló la locura para poder preparar más tranquilamente la revolución contra el rey Tarquino: “Conviene hacerse el loco, como Bruto; y bastante se hace uno el loco, alabando, hablando, viendo, haciendo cosas en contra de lo que se piensa, para complacer al príncipe”.22

      Otras de las conclusiones a las que Maquiavelo estaba llegando cuando se produjo la crisis decisiva de 1512, era que la multiplicidad de pequeños estados en que Italia estaba dividida, con la secuela de las pequeñas interminables guerras internas en las que repúblicas y príncipes empleaban milicias mercenarias en su mayor parte extranjeras, debilitaba desastrosamente a la península destinándola a transformarse en dominio francés o español, a menos que, como Francia en tiempos anteriores o España en esos mismos años, se unificara. La virtual, aunque efímera unificación de Italia central, doce años antes, por parte de César Borgia, le hizo pensar que una de las ciudades-estados o uno de los príncipes italianos podían ser agentes de una unificación que, por más que se la quiera definir hoy como utopía, en ese entonces estaba en el ambiente. Cuando Julio II levantó la bandera antifrancesa con el grito de “¡Fuera los bárbaros”, se apoyaba en cierta conciencia colectiva. Hay que decir que muy pronto se reprodujo, en favor de Florencia, la circunstancia que, a principio de siglo, había favorecido a César Borgia: el vínculo de parentesco entre el eventual agente unificador y el Papa, puesto que el señor de Florencia, Juan de Médici, fue elegido pontífice con el nombre de León X, y dejó sólo nominalmente el gobierno de la ciudad en manos de su hermano Julián, y luego de la muerte de éste (1516), en las de su sobrino Lorenzo.

      Esta coincidencia debió impresionar profundamente a Maquiavelo, que recordaba con qué facilidad César Borgia, apoyado interesadamente por el papado (que siempre se había opuesto a la formación de un estado unitario en la península, pero que, en esa oportunidad, por razones de parentesco, la favorecía), se había apoderado de Umbría, parte de las Marcas y Romaña, derrotando a los minúsculos señores de sus ciudades y a las milicias mercenarias de estos últimos. Ahora la situación se reproducía, pues un Médici ocupaba el trono de San Pedro. Y esta vez, en el año 1513, era Florencia, la ciudad a la que Maquiavelo amaba “más que a su alma”,23 la que se encontraba en la situación particularmente afortunada en la que se había encontrado, en 1500, César Borgia.

      “EL PRÍNCIPE”, PERSONAJE TRÁGICO

      El Principe, compuesto en 1513, en un momento marcado para el autor por la detención y la tortura, refleja todos esos elementos contradictorios.

      La obrita consta, a mi modo de ver, de tres partes completamente distintas. La primera es la dedicatoria. No nos queda la originaria, a Julián de Médici, muerto en 1516. Tenemos, en cambio, la que Maquiavelo escribió para el sucesor y sobrino de éste, Lorenzo. Es la página más estilísticamente tradicionalista que Maquiavelo haya escrito, de períodos amplios y pesados, de acento obsequioso. Quiere hacer —dice— al príncipe de Florencia un regalo en sí humilde, pero que es el mejor que pueda ofrecer, pues es el resultado de largos años de estudios y experiencias. Luego expresa el deseo de que el destinatario “llegue a la grandeza que la suerte y sus demás cualidades le prometen”. A esta frase se limitaba la adulación característica de semejantes dedicatorias. Y no es difícil —a pesar del interés que Maquiavelo tenía en granjearse el favor de Lorenzo— descubrir una remota luz de ironía en ese haber puesto la suerte (es decir, el parentesco con el Papa) como la cualidad principal del homenajeado. Pero, aun tan limitada, esa alabanza debió pesarle.24

      La segunda parte es la obra misma, con exclusión del último capítulo. De insólita brevedad, de estilo cerrado y enérgico, caracterizado por momentos por un esquematismo de tratado científico, dotado casi siempre de una pasionalidad reprimida por prudencia y por una búsqueda de imparcialidad que pareció cinismo, este libro es poderosamente unitario, porque es obra de un artista dramático, que ve la historia como una inmensa comedia o una inmensa tragedia. Y El Príncipe es un retrato, el retrato de un personaje trágico, arrastrado a cometer crímenes, a matar en sí al hombre, por la lógica férrea del poder.

      No corresponde este retrato a un personaje histórico determinado, pero es coherente, pues reúne los rasgos comunes a César Borgia, Alejandro VI, Fernando el Católico Agátocles de Siracusa y muchos otros. Es un personaje trágico, sin amigos (sólo debe confiar en quien tiene un interés personal en serle fiel), más temido que amado, más preocupado por su imagen que por su ser, olvidado de sí mismo en tensión tremenda hacia los cuatro puntos cardinales, para no perderse ni un síntoma de peligro que podría ser mortal, ni el espacio huidizo de una posible conquista. Es el retrato de un jugador, absorbido y anulado por la pasión del juego, un juego en que se apuesta la vida misma vida. El adversario del príncipe en este juego es la Fortuna (con mayúscula), dueña de la mitad del destino: la otra mitad pertenece a la voluntad del hombre. Y en este sentido el príncipe es un personaje épico, porque es un luchador que está al acecho para aprovechar todos los atisbos de buena suerte y contrarrestar la mala suerte con toda la energía de su voluntad de poder.

      Como buen autor dramático, Maquiavelo no puede reprimir su admiración despavorida por el personaje César Borgia cuando, encontrándose en situación sumamente desventajosa, sin armas, sin amigos, bajo la amenaza de una conspiración contra su vida, consigue rehacerse, eliminando fríamente, a traición, a todos los conjurados. Maquiavelo historiador, ciudadano florentino, hombre, había definido como la más inteligente de un conjunto de serpientes venenosas en lucha recíproca (Decenal I); Maquiavelo autor dramático ve en él a un potente personaje trágico; Maquiavelo teórico del arte de gobernar lo aplaude como prototipo del príncipe: siempre hizo lo más acertado para conquistar y mantener el poder. Cometió muchos delitos, pero no cometió delitos que para sus fines fueran inútiles. Maquiavelo da un ejemplo: el pueblo de Romaña era difícil de dominar. César Borgia mandó allí con plenos poderes a un gobernador enérgico y cruel que mantuvo el orden haciéndose odiar. Y bien: cuando el duque pensó que tanto rigor ya no era necesario, para evitar que se atribuyeran a él las crueldades pasadas, hizo que los habitantes de Cesena encontrasen una mañana al gobernador, “cortado en dos partes en la plaza, con un pedazo de madera y un cuchillo ensangrentado al lado”. El pueblo quedó —agrega el escritor— “satisfecho y estupefacto”.25

      En “hacer bien lo que se hace” consiste la virtud en el vocabulario del Renacimiento, en que las palabras tienen su valor etimológico. Su raíz es Vir (hombre) y vale virilidad y, por lo tanto, según el concepto tradicional, energía, originalidad, eficacia. Entonces César Borgia, acaso el asesino de su hermano en Roma y seguramente el de sus compañeros de armas en Senigalia, que no tuvo reparo en cometer alevosos homicidios cuantas veces lo consideró conveniente a sus intereses, es un príncipe “virtuoso”, es decir, eficaz como príncipe.

      La naturaleza misma del poder es demoniaca. En los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, el escritor lo deja entender en más de una oportunidad. A propósito de la deportación de pueblos enteros por Filipo de Macedonia, dice: “Estos procedimientos son excesivamente crueles, enemigos de todo vivir no sólo cristiano, sino humano, y cualquiera debería desecharlos, eligiendo vivir como ciudadano privado y no como rey al precio de la ruina de tantos hombres. Sin embargo, quien no quiera emprender ese primer camino, que es el del bien, si se quiere mantener (en el poder), debe entrar en este mal”.26

      El medio principal para obtener y conservar el poder es el engaño: “Alejandro VI no hizo nunca otra cosa, no pensó nunca otra cosa que no fuera engañar a los hombres, y siempre pudo hacerlo. Nunca hubo hombre que fuera tan

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