El príncipe. Nicolás Maquiavelo

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no haber actuado tempestivamente contra los partidarios de los Médici y con el apasionamiento dolorido de El asno de oro, todo esto con el auxilio de las cartas personales de ese momento. Entonces veríamos todo lo que hay de desesperado en el llamamiento del último capítulo de El Príncipe. Maquiavelo se aferra a su personaje trágico como, en nuestro inmediato ayer, en Barbusse, un Sartre, un Cesare Pavese se han aferrado al mito del poder al servicio de la justicia.

      Es un drama que se repite en la historia. Ya Julio César confió en la dictadura sin término para imponer la reforma agraria y no hizo sino fundar el imperio destinado a ser dominado por el latifundio. Pero en César estaba la componente de la ambición personal. Maquiavelo no era un político ambicioso, sino un escritor, y la gloria a que aspiraba era la de la lucidez en ver los hechos como son. Esa lucidez hace que la ilusión del principado positivo en él sea siempre efímera: veía demasiado claramente el dilema. Una última cita: “Realizar buenas reformas políticas requiere un hombre bueno y hacerse violentamente príncipe en una república requiere un hombre malo; por esto es difícil que acontezca que un hombre bueno quiera tomar el poder por el camino del mal por más que sea con una buena finalidad, y que un perverso, hecho príncipe, quiera obrar bien, y usar bien la autoridad mal adquirida”.35

      El haber sufrido ese problema, que es permanente en la historia, pero que es para nosotros particularmente agudo y atormentador, pues estamos viviendo una crisis en cierto modo homologa a la del siglo XVI, hace que sintamos a Maquiavelo casi como un contemporáneo. No llega a negar el poder; se limita a sentirlo trágicamente. Pero nos proporciona los elementos para juzgarlo, y es el único que lo ha hecho con tal implacable claridad. Quien lea El Príncipe y los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, nunca esperará justicia de ningún poder absoluto; la buscará donde no haya hombre que se encumbre sobre otro, condición necesaria —lo dice Maquiavelo hablando de los Suizos— para una “libre libertad”.

      NOTAS

      1 Francesco de Sanctis, Storia della letteratura italiana. Milano: Treves, II, p. 86.

      2 Ibidem, p. 56.

      3 Benedetto Croce, Materialismo storico. Bari: Laterza, Economia marxista, 1918, pp. 112-113.

      4 Charles Boulay, B. Croce jusqu’en 1911. Génève: Droz, 1981, p. 345.

      5 No creo que se pueda citar un pasaje determinado a este respecto, pero es el criterio que se desprende del conjunto de la obra maquiveliana y, en particular, de los primeros capítulos de los Discursos y de El Príncipe en su totalidad.

      6 Niccolò Machiavelli, Discorsi sulla prima deca di Tito Livio. I, 2.

      7 Como ejemplo entre muchos, Ibidem, I, 17 y 18.

      8 Esto resulta clarísimo en todos los escritos de Maquiavelo anteriores a 1512 (por ejemplo Decenal I, vv. 25-27, “Ritratto delle cose della Magna”, Discorsi... ya citado, libro I, etcétera). Después de esa fecha para él trágica, su lenguaje se hace más cauteloso pero el sentimiento republicano inspira evidentemente al resto de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio (típico es el segundo capítulo del segundo libro) y asoma en El Príncipe, en cuanto afloja la autovigilancia. Además del capítulo V, que será objeto de una consideración especial, podemos citar, como ejemplo de los indicios del republicanismo del autor, ocultos en la abundancia misma de argumentos en que se apoyan los preceptos dirigidos al “príncipe nuevo”, unas líneas del capítulo XII. Allí, en un contexto dirigido al príncipe para convencerlo de la eficacia de las milicias nacionales y de las desventajas que presentan las milicias mercenarias, entre muchas razones estratégicas y ejemplos históricos, a mayor abundamiento, el autor cita el hecho indudable (positivo para él, pero seguramente no para el príncipe, y menos para el príncipe nuevo) de que los ciudadanos armados más difícilmente se dejan dominar por un caudillo ambicioso.

      9 Noccolò Machiavelli, Lettere. Milano: Feltrinelli, 1981, p. 372.

      10 Discorsi sulla prima deca di Tito Livio, I,10.

      11 En Rapporto delle cose della Magna (comprendido en Niccolò Machiavelli. Il Principe e opere politiche minori. Firenze: Lemonnier, 1896, p.161.

      12 Luigi Fóscolo Benedetto, al editar en 1920 esta obra junto con otras del mismo autor y del mismo tipo (N. Machiavelli, Operette satiriche. Torino: UTET. Introducción), fundamenta con excelentes argumentos la hipótesis de que, de los ocho cantos de El asno de oro que Maquiavelo escribió, los primeros cinco pertenezcan al tiempo en que cayó la república, pues reflejan la congoja que privaba en ese momento, mientras la atribución tradicional al año 1517 se basa en la fecha de los acontecimientos mencionados en los últimos tres cantos, que tienen, además, un carácter literario muy distinto.

      13 Niccolò Machiavelli, obra citada. L’ Asino d’oro, IV, 39. p. 82.

      14 Ibidem, I, 120. p. 65.

      15 Ibidem, I,108. p. 64.

      16 Niccolò Machiavelli, Discorsi sulla prima deca... I, 2.

      17 Niccolò Machiavelli, Operette satiriche. L’ Asino d’ oro, V. 104, p. 91.

      18 Niccolò Machiavelli, Il Principe, XV (primera parte).

      19 Véase el Prólogo de Luigi Fóscolo Benedetto a las Operette satiriche ya citadas, pp. 20-29.

      20 Niccolò Machiavelli, Discorsi sulla prima deca... I,59.

      21 El proyecto, que fue pedido y redactado después de la muerte de Lorenzo di Piero de Médici, se titula Discorso sopra il riformar lo stato di Firenze y se puede leer en Il Principe e opere politiche minori. Editorial citada, p. 121.

      22 Niccolò Machiavelli, Discorsi sulla prima deca... III, 2.

      23 Niccolò Machiavelli, Lettere. Editorial citada, p. 505. (Carta a F. Vettori de 16/IV/1527.)

      24 En la dedicatoria de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio a sus amigos Zanobi Buondelmonti y Cosme Rucellai, Maquinvelo se refiere con palabras condenatorias a la costumbre de dedicar obras literarias a los príncipes: “Me parece con esto (la dedicatoria a los amigos) haber salido de la costumbre de los escritores, los cuales suelen siempre dedicar sus obras a algún príncipe; y, cegados por la ambición y la avidez, lo alaban atribuyéndole todas las virtuosas cualidades cuando deberían reprocharle todos sus aspectos repudiables”. Es imposible que, al escribir esto, no pensase en sus propias palabras, escritas —se cree— poco antes. Es este uno de los tantos indicios que nos permiten juzgar a Maquiavelo como figura hamletiana, como la encarnación misma de un problema moral —y por consiguiente político— no resuelto, sino lúcidamente planteado y dramáticamente padecido.

      25 Niccolò Machiavelli, Il Principe, capítulo VII.

      26 Niccolò Machiavelli, Discorsi sulla prima deca... I, 26.

      27 Niccolò Machiavelli. Il Principe, capítulo X1I1. (El ejemplo de Alejandro VI y la alusión a Fernando el Católico sirven, en este capítulo, de pilares para una sólida estructura situados como están, el primero

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