El príncipe. Nicolás Maquiavelo

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El príncipe - Nicolás Maquiavelo

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que, a propósito del príncipe, se habla de justicia. Maquiavelo está verdaderamente desesperado por la inminente ruina de Italia: viendo esa posible salida, se aferra a ella y habla, no su lenguaje sino el que él mismo había escuchado con escepticismo, pero que había arrastrado bajo su mirada a las muchedumbres, en su juventud, en tiempos de Savonarola. La empresa —dice— no es imposible. “Hay aquí síntomas extraordinarios, sin ejemplo, que vienen de Dios: se abrió el mar; una nube os mostró el camino; la piedra derramó agua; llovió el maná; todo ha contribuido a vuestra grandeza. Lo demás debe ser obra vuestra.” Las metáforas proceden de la Biblia. Esos acontecimientos milagrosos habían acompañado, según la tradición, recogida en el Pentateuco, el éxodo del pueblo de Israel desde Egipto bajo el mando de Moisés, y simbolizan aquí la serie de hechos que había llevado a Lorenzo a su posición encumbrada: la derrota de la república, la elección de su tío Juan al trono papal, la muerte de su otro tío Julián.

      El acceso al papado de Juan de Médici (febrero de 1513) o, más probablemente, una nueva reflexión sobre ese hecho en el momento del gran peligro para Florencia y para Italia (después de la batalla de Mariñán el enfrentamiento entre Francia y el Imperio se manifestaba como un conflicto decisivo entre fuerzas mucho mayores que antes; y ese conflicto, ya entonces, parecía destinado a tener en Italia su desenlace) transformó de golpe el libro, para su autor, en un posible instrumento de lucha para salvar a la península de una inminente dominación extranjera. De allí, esta invocación patética, que incorpora en cierto sentido al campo del “deber ser”, de la moral al príncipe nuevo, que se había movido, hasta ese momento, en el campo de la “realidad efectual”, gobernado sólo por la utilidad personal.

      No hay adulación, sino sólo exhortación. “En Italia hay gran virtud en los miembros (los pueblos), falta en las cabezas (los príncipes)”. Se necesita, pues, que surja una cabeza, que alguien tome la iniciativa de formar un ejército de ciudadanos, ya que las milicias mercenarias no sirven y son una plaga.

      Lo que el secretario de la Segunda Cancillería no había podido llevar a cabo en tiempos de la república, lo intenta ahora, tratando como remedio extremo, de transformar al pobre Lorenzo, que no era sino un títere de Juan, en el capitán destinado a liberar a Italia de la dominación extranjera. A esta solución, que se le presentaba como una cuestión de vida o muerte, Maquiavelo sacrificaba, durante pocas páginas, no sólo sus ideales republicanos, sino también su papel de técnico imparcial, que aconseja a los gobernantes en el ámbito de la mera realidad efectual, dejando de lado toda preocupación del “deber ser”.

      El sentimiento de patria invade, diría que usurpa, el campo de la moral, legitimando lo que la conciencia del hombre naturalmente repudia. Es éste el aspecto más actual del drama íntimo de Maquiavelo, y hace que este librito, tan despiadado en su realismo, adquiera, al final, un carácter patético.

      Concluyendo, insisto en que la idea que se tiene de Maquiavelo es parcialmente falsa. No separó la moral de la política, sino sólo del poder y estudió tanto la técnica del poder mismo como la de la resistencia contra él, aunque ésta última no en El Príncipe, sino en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio. No justificó el crimen con la razón de estado, sino que demostró que la razón de estado suele llevar al crimen (y ésta es una justificación sólo para quienes admiten la legitimidad de la razón de estado).33 No exaltó el poder absoluto, sino que indagó las leyes de su proceso, así como del proceso contrario.

      ACTUALIDAD DE LA ANTINOMIA MAQUIAVELIANA

      Para nosotros, Maquiavelo es una figura importante; la sentimos actual, tanto en su aspecto positivo como en su aspecto negativo. Es difícil ponerse de acuerdo sobre sus positividades y negatividades, y éste es un síntoma claro de su actualidad.

      Centró la historia en el choque entre la voluntad de poder y el deseo de libertad; y hoy nosotros palpamos en los hechos, después de tanto determinismo económico, el valor esencialmente político, en el sentido de la dominación, de la posesión de los medios de producción e intercambio. Reveló la antinomia entre gobierno y moral, afirmando que sólo pueden permitirse el lujo de obrar según su propia conciencia quienes no aspiren a imponerse sobre los demás. Quien pretenda gobernar (se refiere en forma especial al gobierno absoluto) y no sabe engañar, no sabe aggirare il cervello degli u omini,34 inevitablemente fracasa. Gobernar es un arte complicado que se basa en conocimientos psicológicos y en una sutil alternancia de crueldad e hipocresía, pero sobre todo en una absoluta frialdad, en una ausencia completa de sentimientos humanos, bajo una apariencia de normalidad moral y emotiva. Sobre esta base, hace del príncipe un poderoso retrato de una grandiosidad trágica, que supo apreciar más tarde Victorio Alfieri, el dramaturgo italiano del siglo de las luces, que fue tan popular en América Latina durante las revoluciones antiespañolas. El Saúl de Alfieri es el príncipe de Maquiavelo en plena crisis.

      La consecuencia natural de las premisas maquiavelinas es que el gobierno mejor es el que gobierna menos, el que se encuentra en mayor medida bajo el contralor del pueblo. Maquiavelo lo dice bien alto y varias veces en los Discursos, especialmente al referirse a los conflictos entre la plebe y el Senado en Roma. Hasta aquí, el aspecto que quien ama la libertad y aborrece las dictaduras considera positivo en Maquiavelo. Es el aspecto que lo hace resaltar como figura poderosamente original entre los pensadores políticos de su época.

      Pero este príncipe, que había sido estudiado a lo largo del libro con la imparcialidad de un naturalista que analiza el comportamiento de una especie animal, cobra de golpe en el último capítulo el carisma de salvador de la patria. Se le exhorta a hacerse héroe y a combatir por la justicia, se le promete, en este caso, la obediencia entusiasta de los pueblos. Este último capítulo ha llenado de entusiasmo a los patriotas italianos del siglo pasado. Se ha considerado, y se considera aún, que en él Maquiavelo se rescata de la inmoralidad de los capítulos anteriores, demostrando que los escribió en función de la finalidad superior de salvar a Italia de la ruina inminente. Y es —creo yo— todo lo contrario. Este capítulo, hermoso y apasionado, instrumentaliza el libro a posteriori, es heterogéneo respecto a él y revela el punto débil de ese poderoso panorama mental de Maquiavelo, en que se reflejaba toda la historia pasada como explicación de la contemporánea.

      Ese punto débil es el reconocimiento resignado de la eficacia de la fuerza bruta, en un momento de extrema tensión emocional, con la consiguiente disminución de lucidez. Todos dicen que este último capítulo es utópico; y lo es, pero no en el sentido que le da en este caso a la palabra la opinión más difundida. La unificación de la península no era una utopía en ese momento más que en el sentido fácil de que no se realizó. Maquiavelo tenía razón en pensar que ese era un momento excepcionalmente favorable. La utopía consistía en confiar, para eso, en “el príncipe”. Todos los que en Italia ejercían, en pequeña o gran escala, el poder unipersonal estaban dependiendo de una u otra de las grandes potencias extranjeras, inclusive Julio II, quien lanzó, contra los franceses, ese grito tan popular de “¡Fuera los bárbaros”, mientras se apoyaba en la creciente potencia española. Esta efímera justificación del príncipe en el terreno del “deber ser” hizo que Maquiavelo fuera considerado, ya en sus tiempos, como el teórico del despotismo. Es cierto que las comparaciones en terreno histórico son siempre peligrosas; pero a veces las experiencias que se viven en la historia contemporánea ayudan a entender el pasado. ¡Cuántos espíritus abnegados de nuestro tiempo, sedientos de libertad y de justicia, se han resignado a sacrificar la primera (inútil —se les dijo— a quienes no tiene pan) en aras de la segunda Les ha pasado, en el terreno de la justicia social, lo que le pasó hace cinco siglos a Maquiavelo en el terreno del patriotismo. Es la utopía autoritaria que se repite.

      UN DRAMA QUE SE REPITE

      La crisis política florentina de 1512 fue la tragedia de la vida de Maquiavelo. Para entenderla, habría que comparar su resistencia a la tortura con un soneto

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