El credo apostólico. Francisco Martínez Fresneda

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El credo apostólico - Francisco Martínez Fresneda Frontera

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los evangelios se observa con claridad que Jesús es un hombre de fe. En el evangelio de Marcos (cf 9,14-29par) se narra un exorcismo: un padre lleva a su hijo a Jesús para que expulse al demonio y le desaparezcan las convulsiones de los endemoniados, pero que en este caso son más propias de un epiléptico. No es el maligno quien se dirige a Jesús, sino el padre. Jesús increpa al demonio y este deja al niño. Pero antes de curarlo el padre le dice: «...si puedes algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos. Jesús le respondió: “¿Que si puedo? Todo es posible a quien cree”. Al punto el padre del chico gritó: “Creo; socorre mi falta de fe”» (Mc 9,22-24). La fe de Jesús en el Padre es la que cura al niño, fe que introduce en la historia el poder amoroso de Dios hacia sus criaturas revelado en el Reino.

      La fe de Jesús es la confianza en el Señor que se ha comprobado en Abrahán y en María. Y esa esperanza firme en Dios que él experimenta es la que observa y exige a ciertas personas que padecen una situación límite, cuando recorre Palestina anunciando el Reino, para acercar a ellas el poder amoroso de Dios capaz de recrear la vida. Jesús le dice a la hemorroisa: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y sigue sana de tu dolencia» (Mc 5,34); al ciego Bartimeo: «Ve, tu fe te ha curado» (Mc 10,52); lo mismo sucede con la fe de la mujer sirofenicia (Mc 7,24-30); el paralítico que le llevan a su casa en Cafarnaún (cf Mt 9,1-8); los ciegos y el mudo endemoniado (Mt 9,27-31). Y la fe como confianza en Dios la expresa también en el dicho sobre la higuera: «Tened fe en Dios. Os aseguro que si uno, sin dudar por dentro, sino que creyendo que se cumplirá lo que se dice, dice a ese monte que se quite de ahí y se tire al mar, le sucederá. Por tanto os digo que, cuando oréis pidiendo algo, creed que se os concederá, y os sucederá» (Mc 11,22-25). Esta confianza en Dios es lo más personal de Jesús, que evita apoyarse en sí mismo para cumplir la misión encomendada.

      La fe como fidelidad o lealtad al Señor la afirma el autor de la Carta a los hebreos. Jesús es un testigo de la fe, como Abrahán, Moisés, Gedeón, Barac, Sansón, etc. (cf Heb 11,1-40). Pero en él se alcanza la perfección creyente: «Corramos, pues, con constancia la carrera que nos espera, fijos los ojos en el que inició y consumó la fe, en Jesús» (Heb 12,2). Y la fidelidad al Señor la demuestra cuando es tentado (cf Mc 1,12-13par; Heb 2,9-18) y cuando transmite la misericordia y la fidelidad del Señor a su pueblo en cuanto Hijo de Dios: «Por eso tenía que ser en todo semejante a sus hermanos: para poder ser un sumo sacerdote compasivo y acreditado ante Dios para expiar los pecados del pueblo» (Heb 2,17).

      Jesús es fiel a Dios y mantiene la confianza de un hijo para con su padre. Pero el Padre es el que exige el respeto debido a su dignidad. El sentido de obediencia se advierte en la Oración en el huerto de Marcos (cf 14,36) con la dinámica del justo que ora: invocación, súplica, aceptación y abandono a la voluntad divina: «Decía: Abba (Padre), tú lo puedes todo, aparta de mí esa copa. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». Jesús, con el rostro en tierra (cf Mc 14,35), como signo de sumisión y disponibilidad, invoca a Dios como Abba. Con ello formula su relación inmediata y cercana a Dios y se aferra a la confesión que su pueblo tiene del Señor: «Tú lo puedes todo». Y lo hace en estos momentos en que es consciente de su muerte inmediata, de la forma de morir y de la pérdida de la causa por la que ha vivido. Además, junto a este poder, implora también la fidelidad del Padre que hace impensable que abandone a sus hijos. Sea cual sea el dictamen de Dios, Jesús se adhiere de antemano a su decisión, obedece a su voluntad suprema, voluntad que es el soporte de su propia vida y es lo que ha enseñado a los discípulos en la tercera petición del Padrenuestro según la redacción de Mateo: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo» (Mt 6,10).

      La fe de Jesús en el Padre es lo que ha salvado al hombre: «Pero ahora, prescindiendo de la ley, aunque atestiguada por la ley y los profetas, se revela esa justicia de Dios que salva por medio de la fe de Jesucristo a todos los que creen, sin distinción» (Rom 3,21-22). La fe de Jesús responde a la misericordia y fidelidad del Padre para con los hombres para salvarlos, no obstante la infidelidad humana a la relación de amor que el Padre ha establecido desde el principio: «Esa justicia-fidelidad de Dios se revela y hace carne en la pistis de Jesús como fe-fidelidad concretada en su obediencia humana (como respuesta total a la fidelidad de Dios-Padre). De este modo la autocomunicación de Dios se encarna y manifiesta (se traduce humanamente) en la fe de Jesús y en su justicia: o en su justa obediencia, que brota de su confianza y entrega radical al Padre» (Gesteira, 118-119).

      Los mismos aspectos que entraña la fe que Jesús ha vivido, los va a tener la fe de los cristianos, que ahora será la fe en Jesús, pues él se convierte en objeto de la fe después de la Resurrección. Para Juan la fe en Jesucristo es una entrega confiada a su persona; parte del nacimiento nuevo que propone a Nicodemo (cf Jn 3,3), vida nueva que se enraíza en el sentido que le ha dado Jesús (cf Jn 15,1-7), que no es otro que el amor y el servicio mutuo (cf Jn 13,1-15), se alimenta con la comunión de su cuerpo y de su sangre (cf Jn 6,56), y se expresa en la donación de sí a los demás (cf Jn 15,13). La fe que une a Jesús y, en él, a los hermanos, termina en Dios como Padre. Entonces la fe en Jesucristo será la respuesta creyente, auténticamente cristiana, al amor de Dios, que ha sido como Jesús ha creído y ha respondido al amor de su Padre: «Dios nos ha amado primero [...]. Nosotros hemos conocido y hemos creído en el amor que Dios nos tuvo. Dios es amor: quien conserva el amor permanece con Dios y Dios con Él» (1Jn 4,10.16).

      Pablo también presenta a Jesús como aquel que da al creyente una «nueva vida» (cf Ef 1,15-21; 3,14-19) y le hace, por la fe, comprender y querer las mismas relaciones humanas y cosas que ama Cristo. La novedad de vida que ha encontrado al caminar tras Jesús le hace escribir: «...todo lo considero pérdida comparado con el superior conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por el cual doy todo por perdido y lo considero basura con tal de ganarme a Cristo y estar unido a él. No contando con una justicia mía basada en la ley, sino en la fe en Cristo, con la justicia que Dios concede al que cree» (Flp 3,8-9). Este servicio del cristiano a Jesús, al que se une por la fe, se enriquece con la actitud de obediencia: «¿No sabéis que si os entregáis a obedecer como esclavos, sois esclavos de aquel a quien obedecéis? Si es al pecado, destinados a morir, si es a la obediencia, para ser inocentes. Erais esclavos del pecado, pero gracias a Dios os habéis sometido de corazón al modelo de enseñanza que os han propuesto; y emancipados del pecado, sois siervos de la justicia» (Rom 6,16-18); y con la actitud de confianza: «Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él» (Rom 6,8; cf 2Cor 4,18). Obediencia y confianza que, como hemos afirmado, también son dos de las características de la fe bíblica de Jesús.

      Sucede en Pablo como en Juan: la fe del creyente en Cristo termina en la fe de Jesús en el Padre. Por eso nuestra fe en Cristo también es una respuesta al amor de su Padre y nuestro Padre, que ha preparado nuestra salvación y nos ha amado en su Hijo (cf Rom 8,28-30). Y es su Hijo el que nos lleva a una profunda comunión con el Señor (cf 1Cor 8,3), que le hace exclamar: «Estoy persuadido de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni potestades, ni presente ni futuro, ni poderes ni altura ni hondura, ni criatura alguna nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rom 8,38-39).

      La fe de Jesús se centra en su respuesta de amor filial al Padre. La fe de los cristianos alcanza el mismo objetivo de Jesús. Si la fe es un diálogo con Dios, ciertamente iniciado por Él, la fe cristiana es la respuesta al amor previo de Dios revelado y hecho persona en Cristo Jesús (cf Jn 3,16).

      3. La dimensión objetiva

      Dios Padre es una persona viva, que dialoga y ama. El creyente responde con su fe, porque se fía y confía en Él. Y si esto es así, también lo es que se acepte todo cuanto Él comunica. Es lo que llamamos la dimensión objetiva de la fe, o los contenidos fundamentales de la revelación cristiana. Estos acontecimientos son los que Dios Padre ha realizado para la salvación del hombre y para recuperar el sentido primero de la creación. La fe de la persona se asienta y funda sobre los hechos salvadores que el Señor ha realizado para con su criatura.

      Y los primeros hechos salvadores que narra la revelación cristiana son

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