¿Te acuerdas de la revolución?. Maurizio Lazzarato

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¿Te acuerdas de la revolución? - Maurizio Lazzarato

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el principio. La famosa frontera estadounidense es una frontera colonial, el ejemplo mismo de lo que es un imperialismo. Fue relanzada después de la “revolución”, porque el pequeño propietario rural, modelo del hombre nuevo democrático, solo podía realizarse si continuaba apropiándose de las “tierras libres”, masacrando a los indios y poblándolas inmediatamente de esclavos negros. Hollywood celebró esta serie de genocidios que llevaron a la extinción de los pueblos indígenas y su cultura como una aventura humana, motivo de orgullo. Entre 1776 y 1887, en plena democracia política, Estados Unidos se apoderó de más de 1500 millones de hectáreas de tierras indígenas por medio de tratados o por la fuerza.

      La libertad política celebrada por la filósofa exiliada en Estados Unidos solo concernía a los blancos. En 1857, la Corte Suprema dictaminó que los negros, tanto esclavos como libres, eran descendientes de una raza “esclava”. “Nosotros, el pueblo” asume una significación muy precisa: “Nosotros, los blancos, propietarios”, que las revoluciones anticoloniales del siglo XX entendieron muy bien.

      Los estados del Norte no entraron en guerra con los estados del Sur para abolir la esclavitud, sino para evitar la secesión. Durante la Guerra Civil, Lincoln había convencido al Congreso de financiar la repatriación de negros a África, porque si los blancos tenían problemas con los negros y los negros con los blancos, la solución consistía en deportar a la población negra a su tierra considerada original.

      La abolición de la esclavitud no transformó al negro en un “trabajador libre”, sino que lo sometió al “trabajo forzado”. Después de la abolición formal de la esclavitud, Estados Unidos fue el primer Estado moderno en introducir la segregación racial y el primero en encerrar a los indígenas americanos en reservas.

      El universalismo occidental tiene una aplicación ejemplar en las leyes de Jim Crow, en las que también se inspiraron los nazis. Si bien reconocen la igualdad jurídica, discriminaban a las personas por su raza.

      La segregación escolar no fue declarada inconstitucional por la Corte Suprema de Estados Unidos hasta 1954. Las otras leyes Jim Crow fueron derogadas por la Civil Rights Act [Ley de Derechos Civiles] en 1964 y la Voting Rights Act [Ley de Derechos Electorales] en 1965.

      En “Europa y Estados Unidos”, según Foucault, los “suplicios” habían dado paso a un castigo “moderno”. En Estados Unidos, aun en la primera mitad del siglo XX, el suplicio de personas negras se ponía en escena y constituía un espectáculo que atraía a multitudes blancas.

      En los periódicos locales se publicaban anuncios del linchamiento y se añadían coches suplementarios a los trenes para los espectadores, a veces millares, procedentes de localidades situadas a kilómetros de distancia. Los niños podían tener el día libre en el colegio para asistir al linchamiento. El espectáculo podía incluir la castración, el desollamiento, la hoguera, el ahorcamiento, el empleo de armas de fuego. Se vendían souvenirs que podían incluir los dedos de las manos y los pies, los dientes, los huesos e incluso los genitales de la víctima, así como postales con ilustraciones sobre el evento.27

      Entre 1882 y 1968, al menos 4742 personas, en su mayoría afroamericanas, fueron linchadas en Estados Unidos.

      El problema sigue siendo el mismo. Para el racismo (como de hecho para el sexismo), no hay “progreso” posible. Los avances en materia de derechos deben ser conquistados por la lucha. Solo las movilizaciones de los negros en la década de 1960, paralelas a las luchas de los pueblos colonizados, harán que el racismo retroceda por un breve período.

      Las luchas de los negros por los derechos civiles “fueron un capítulo importante en la guerra de clases en Estados Unidos”. Como se reconoce en el informe de la Comisión Kerner encargado por el presidente Lyndon Johnson tras los disturbios de las comunidades negras en el verano de 1967 (citado en el hermoso libro de Sylvie Laurent, La couleur du marché, al que voy a recurrir muy seguido), se trata de una división de clases: “Nuestro país está escindido en dos sociedades distintas, una negra y otra blanca, separadas y desiguales”.

      El mismo informe señala que “debido al desempleo, las malas condiciones de vivienda y el acoso policial, los negros fueron condenados a un estado de alienación social del que las políticas públicas eran culpables”, porque la asistencia social había sido el dominio exclusivo de los blancos, “confiscada para su beneficio”. Cuando Johnson lanza el programa de “guerra contra la pobreza”, está abriendo una lucha de clases entre blancos y negros porque las políticas de redistribución del bienestar trataron de romper tímidamente el monopolio de los blancos sobre las políticas públicas.

      La campaña que en este período se lanzó contra las políticas keynesianas del New Deal en general, y las políticas de la “Gran Sociedad” de Johnson en particular, obtuvo un éxito inmediato, ya que los blancos eran muy conscientes de que estas podían socavar “un orden racial tricentenario”.

      Los estadounidenses de las clases medias y populares, especialmente en el Sur, están más inclinados a renunciar a su estado de bienestar cuando están convencidos de que las políticas sociales están destinadas a los negros (y en particular a las mujeres negras solteras).28

      El nacimiento del neoliberalismo en Estados Unidos provocó una adhesión inmediata, incluso entre la clase trabajadora blanca, porque sus batallas contra el “asistencialismo” y por la “iniciativa individual” fueron leídas a través del prisma del racismo contra los negros.

      El neoliberalismo emprendió la tarea de deshacer sistemáticamente la “libertad ganada con tanto esfuerzo por los estadounidenses negros” a través de la constitución de una política de recolonización interna, justificada y legitimada por el funcionamiento del mercado. Gary Becker y Milton Friedman estaban convencidos de que el mercado es “daltónico”, que la desregulación del mercado laboral y la reducción de las políticas sociales, exaltando la responsabilidad individual, se encargarían espontáneamente de acabar con el racismo. Incluso un acto racista, según Becker, inventor del concepto de “capital humano”, forma parte de las elecciones individuales que hay que “dejar hacer”, porque es a través de ellas, así como gracias a la coordinación impersonal del mercado, que se producirá la abolición del racismo.

      Las preferencias individuales no pueden estar restringidas por el Estado, y la discriminación alegada, como negarse a servir a un negro en un restaurante y escolarizar a niños de color, revela lo que Becker llamó su “gusto”, un derecho inalienable.29

      El neoliberalismo no solo ha favorecido el fascismo de los militares sudamericanos, sino también el racismo, desde el momento en que protege la propiedad y asegura la división y el control de las “clases peligrosas”. Bajo el disfraz de la igualdad que el mercado garantizaría a todos, la economía neoliberal no hará más que intensificar todos los dualismos y en particular los dualismos de raza (y de sexo), ratificados a través de los mecanismos impersonales de una economía que carece de color.

      La propia Hannah Arendt contribuyó a esta ideología moderna al publicar un largo artículo en el que condenaba la obligación de las escuelas públicas blancas de admitir a niños negros, ya que el Estado, según ella, debía mantenerse apartado de las elecciones educativas de los padres, que competen a la esfera privada, bajo pena de tiranía.30

      En Estados Unidos, la privatización del bienestar tiene una base racial precisa que apunta a “hacer vivir” a las poblaciones que tienen recursos financieros y a “dejar morir” a las poblaciones que carecen de ellos. Como ha demostrado dramáticamente la pandemia, entre los pobres, los más afectados han sido los negros y los hispanos.

      Desde una perspectiva reaccionaria, Becker

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