¿Te acuerdas de la revolución?. Maurizio Lazzarato

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¿Te acuerdas de la revolución? - Maurizio Lazzarato

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esté por asfixiarte, hasta el momento en que dejás entrar al sol. Entonces te das cuenta de que te rodea por todas partes.

      KAREEM ABDUL-JABBAR

      Tenemos que hacerles entender a los jóvenes negros moderados que si sucumben a las enseñanzas revolucionarias, serán revolucionarios muertos.

      EDGAR HOOVER, JEFE DEL FBI

      El mundo colonial del que hablaba Fanon tenía un parecido sorprendente con el mundo vivido por los negros estadounidenses.

      KATHLEEN CLEAVER

      Estados Unidos es, quizás, la democracia en la que las relaciones entre blancos y no blancos (históricamente los negros, pero hoy también los hispanos) asumen marcadamente el carácter de una lucha de clases.

      Si, actualmente, la colonialidad también atraviesa y califica las instituciones y políticas de las democracias del Norte del mundo, no es solo porque las políticas neoliberales emprendieron una colonización del centro, sino también porque es constitutiva de las democracias occidentales, como Estados Unidos nos deja fácilmente constatar. La involución actual de la democracia, su degeneración fascista y racista, no debería sorprendernos si tomamos en consideración la formación del Estado y de las instituciones occidentales en el interior de la economía-mundo y, claramente, si se tiene en cuenta la democracia estadounidense.

      Ni la república con esclavos ni el régimen colonial e imperial eran cuerpos ajenos a la democracia.25

      Lo que los medios de comunicación llaman los “demonios raciales” de Estados Unidos cada vez que hay una víctima afroamericana del racismo supremacista blanco es en realidad un componente estructural de las instituciones democráticas estadounidenses. En Europa, el Estado y sus instituciones, por un lado, y el colonialismo y el imperialismo, por otro, se desarrollaron en dos territorios separados por mares y océanos, mientras que en Estados Unidos, colonos y colonizados, invasores e invadidos, comparten un mismo territorio, de modo que la colonialidad del poder muestra con claridad desconcertante su genealogía democrática.

      Si los medios, los académicos, las instituciones democráticas de todo el mundo no quieren ver la colonialidad que constituye a Estados Unidos, es porque sigue repitiendo el mismo estribillo: “de te fabula narratur”, la historia habla de ti. Por estas razones, la interpretación de las nuevas formas de racismo, sobre las que Trump se ha montado para acceder al poder, no debe dar paso ni a la fenomenología de la “relación con el otro”, ni siquiera a la teoría de la inmunidad social de Roberto Esposito. El racismo (y el sexismo) son relaciones de clase que fundaron y estructuraron nuestras sociedades.

      La filosofía política se formó concibiendo las instituciones a partir exclusivamente de Europa (de determinadas poblaciones y conflictos). De Hobbes, Spinoza, etc., teorizamos el poder, la democracia, las instituciones, como si detrás de cada una de estas filosofías no existiera un imperio colonial y como si esto no afectara a este mismo poder, a esta misma democracia, a estas instituciones.

      Incluso cuando en Estados Unidos la esclavitud y la democracia, el imperialismo conquistador, la colonización genocida y el capitalismo van de la mano, es decir, son indisociables, el ojo del filósofo y del politólogo no ve en ello nada problemático, ya que simplemente ignora su relación o la considera irrelevante para emitir un juicio sobre las instituciones. El caso de Hannah Arendt es sintomático, trágico y cómico a la vez.

      Arendt analiza la revolución estadounidense y los fundamentos de sus instituciones, sin admitir jamás el hecho ineludible de que se trata de una democracia con esclavos construida sobre el genocidio de los “indios” que, tras la abolición de la esclavitud, mantuvo la segregación racial hasta los años 60 del siglo XX, seguida del encarcelamiento masivo de negros e hispanos, para reproducir hoy un racismo cuya virulencia contagia todas las relaciones sociales y permite acceder a la presidencia de la república a un supremacista blanco.

      En su ensayo sobre la revolución, se plantea, muy sorprendida, una pregunta sobre la tradición revolucionaria que revela su cinismo o su ingenuidad: ¿por qué ningún revolucionario ha asumido la revolución estadounidense como modelo?

      “El pensamiento político revolucionario de los siglos XIX y XX se ha comportado como si nunca se hubiera producido una revolución en el Nuevo Mundo”. Peor aún, “las revoluciones que se producen en el continente americano se expresan y actúan como si se supieran de memoria los textos revolucionarios de Francia, Rusia y China, pero no hubieran oído hablar nunca de la Revolución americana”.26

      El hecho de no haber sabido incorporar las conquistas políticas de la Revolución americana, continúa la filósofa, fue un error que condujo al fracaso de la revolución porque se centró en la dimensión “social” de la Revolución francesa a expensas de la “fundación de la libertad” propia de Estados Unidos.

      En el siglo XX, la revolución se convirtió en uno de los acontecimientos más comunes de la vida política, pero no en “todos los países y continentes”, como sugiere Arendt, sino sobre todo y casi exclusivamente en los países del Sur profundamente marcados por la esclavitud, la colonización, el imperialismo y el genocidio de los nativos. Los pueblos colonizados tenían todas las razones del mundo para no referirse a la “Revolución americana”, ni a su desarrollo, por su carácter profundamente esclavista, racista, imperialista y genocida. No podían aprender nada de ella, porque era todo lo que odiaban y querían destruir. Los pueblos colonizados estaban más bien de acuerdo con Samir Amin, quien, mirándola desde el Sur del mundo, la definía como una “falsa revolución”.

      La libertad estadounidense está fundada sobre la mayor concentración de esclavos (4 millones) que ha conocido la historia, cinco veces más que la concentración de esclavos en las islas esclavistas del Caribe francés y británico.

      Los “padres fundadores” fueron en su mayor parte propietarios de esclavos que pensaron seriamente en reivindicar esta institución al afirmar ser los continuadores de la polis griega y su tradición. Once de los quince primeros presidentes fueron propietarios de esclavos hasta 1860.

      El relato de la revolución más política ha elidido cuidadosamente el hecho de que una de las razones de la revuelta de los colonos contra Inglaterra había sido salvaguardar esta institución, amenazada por los ingleses. La Constitución de Estados Unidos preservó y defendió la esclavitud sin nunca nombrarla. Se ocupaba directamente de la esclavitud en seis puntos e indirectamente en cinco. El texto protegía la propiedad de los esclavistas, autorizaba al Congreso a movilizar milicias contra las revueltas de esclavos, prohibía al gobierno federal intervenir para poner fin a la importación de esclavos por un período de veinte años y obligaba a los estados donde la esclavitud era ilegal a devolver a los esclavos que se escapaban de los estados esclavistas a sus amos.

      Mientras Thomas Jefferson escribía “todos los hombres son creados iguales”, un hombre negro que nunca habría disfrutado de este derecho aparentemente natural aguardaba a un costado las órdenes de su amo. Era Robert Hemings, medio hermano de Martha Jefferson, casada con Thomas Jefferson, nacido de la relación del padre de Martha con una mujer negra en su propiedad. El padre de la revolución lo había elegido de entre sus trescientos esclavos para que lo acompañara a Filadelfia, de modo que pudiera garantizarle todas las comodidades, mientras el amo se dejaba llevar por la redacción de la Declaración de Independencia. Acosado por la posibilidad de una revolución esclavista como la de Santo Domingo, Jefferson prohibió la entrada al territorio estadounidense de todos los esclavos que, por una razón u otra, pasaron por Haití.

      Para la elección de George Washington en 1789, el “Nosotros, el pueblo” que votó constituía solo el 6% de la población. El sistema electoral estadounidense

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