¿Te acuerdas de la revolución?. Maurizio Lazzarato

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¿Te acuerdas de la revolución? - Maurizio Lazzarato

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colonizado, el indígena e incluso el obrero que, una vez que ingresó a la fábrica, está sujeto al “poder despótico del capitalista”, para usar las palabras de Marx.

      Cuando elogian sus libertades tanto económicas como políticas, los liberales olvidan sistemáticamente que la mayor parte de la humanidad (los colonizados, las mujeres) está sujeta a sus poderes militares arbitrarios y despóticos. Emiten juicios, articulan análisis sobre la política, la justicia y la libertad sin nunca tener en cuenta la dimensión mundial y social de su maquinaria política.

      “Siempre hubo economías-mundo, al menos desde hace mucho tiempo”, dice Fernand Braudel, pero la singularidad del capitalismo no radica solo en su máquina productiva global y su doble movimiento que valoriza el trabajo abstracto y desvaloriza cualquier otro tipo de actividad, sino también en la distribución de un adentro europeo donde reina el Estado, la constitución, la ley, la guerra sujeta a reglas, y de un afuera colonial donde el estado de excepción, la guerra sin límites, la arbitrariedad y la violencia sin limitaciones legales son la regla.

      La división internacional del trabajo y la división internacional de la guerra, del derecho y de la soberanía son simultáneas y complementarias, de manera que los dos procesos son concomitantes e inseparables, con Europa como centro propulsor. El adentro y el afuera de la máquina política se cruzan con el adentro y el afuera de la máquina económica.

      Si bien es verdad que el capital disuelve todo lo sólido, moviliza lo fijo, pone en movimiento lo estable, también está establecido que el capitalismo debe reterritorializar todo lo que hizo volar por los aires. Para ello, necesita del Estado (primer espacio de reterritorialización), pero también del suelo colonial (segundo espacio de reterritorialización) y sus relaciones. Si el primer proceso de reterritorialización fue descrito notablemente por Deleuze y Guattari, el segundo es ignorado por casi todos, con la notable excepción de Carl Schmitt.

      Para abordar este segundo aspecto del funcionamiento de la máquina global no podemos apoyarnos en Moore ni en Marx, ni siquiera en David Harvey, que hizo del espacio el objeto de sus estudios. Si la cuestión de la división espacial está en el centro de las investigaciones de Harvey, el análisis de la organización mundial de la guerra, del Estado y de las leyes que deciden su reparto y su naturaleza resulta insuficiente y no se aparta de la senda abierta por Marx. Cuando describe la acumulación primitiva, Marx evoca la acción violenta del Estado, del ejército, el rol depredador de las finanzas (deuda pública). Pero lo que está en cuestión a partir de la conquista de América es algo más: una concertación estratégica entre “Estados y soberanos europeos” no solo para repartirse las tierras de las conquistas coloniales, sino también, a partir de estas, para establecer una nueva configuración del orden jurídico, de la guerra y del Estado en la propia Europa. La acción de la Conquista y la colonización retorna constantemente al continente europeo, primero como fuerza constitutiva del orden político y luego, en el siglo XX, como fuerza destructora de este mismo orden.

      La descripción de la síntesis disyuntiva de la política, el derecho y el Estado no hay que buscarla entre los marxistas, sino en El nomos de la tierra, de Carl Schmitt, donde esta separación/conjunción aparece perfectamente descrita.17

      En el trabajo de Carl Schmitt, la división del espacio político mundial es contemporánea de la constitución del mercado mundial. Las primeras tentativas de repartición de tierras por parte de los europeos, sobre la base de la nueva dimensión global que resultó de las guerras de conquista coloniales, “comenzaron inmediatamente después del descubrimiento del Nuevo Mundo”.

      El Nuevo Mundo es a la vez proveedor de bienes gratuitos, una condición para el desarrollo del capitalismo industrial, y un requisito previo para el orden jurídico y político europeo. En efecto, “la aparición de inmensos espacios libres” y la “toma de la tierra”, integradas en las estrategias de los Estados europeos, fue lo que hizo “posible un nuevo derecho de gentes europeo de estructura interestatal”.

      La constitución política, el Estado, el derecho encuentran su fundamento no solo en el fin de las guerras religiosas en Europa, sino también en la apropiación de la inmensidad de las tierras “libremente ocupables y legítimamente apropiables”. El Estado colonizador puede considerar las tierras que ha tomado como “tierras sin dueño” desde el punto de vista de la propiedad privada, tanto como sin dueño desde el punto de vista del imperialismo. La “conquista” del Nuevo Mundo fue un “acontecimiento fundamental” para la estructuración del poder europeo.

      La máquina mundial del poder, absolutamente homogénea respecto de la máquina mundial de producción, produce un interior donde se despliegan los Estados europeos, su constitución, su derecho, su división de poderes, y un exterior mucho más vasto llamado Nuevo Mundo, donde reina la anomia, la indistinción del derecho y no derecho, la violencia, la arbitrariedad, el racismo, el sexismo, el exterminio genocida.

      Un exterior que no tiene nada de “natural”, porque es la creación de “soberanos y pueblos cristianos” que “habían acordado considerar como inexistente, para determinados espacios, la diferencia entre justicia e injusticia”.

      Las fronteras juegan también un papel fundamental en el reparto del poder, la ley y la guerra. Delimitan un espacio reglado, así como “un espacio de acción liberado de obstáculos legales, de una esfera de uso de la fuerza que quedaba excluida del Derecho”. La “línea” que indicaba dónde terminaba Europa y dónde comenzaba el Nuevo Mundo señalaba también “la acotación de la guerra conseguida por el derecho de gentes europeo” y el comienzo de “la lucha desenfrenada en torno a la toma de la tierra”, continúa Schmitt. La frontera servía también “para la acotación de la guerra europea, y este es su sentido y su justificación para el derecho de gentes”: una guerra regulada por la ley entre Estados europeos y una guerra sin límites “más allá de la línea”.

      Carl Schmitt, como buen conservador europeo para quien la división entre lo interno y lo externo remite a la oposición entre naturaleza y cultura, tiene una concepción que se corresponde perfectamente con la de los “conquistadores”, en definitiva, una “concepción civilizadora del mundo en la que Europa aún representaba el centro sagrado de la Tierra”.

      La competencia entre Estados europeos, que siempre corría el riesgo de degenerar en lo ilimitado de la guerra, se estabilizó cuando esta división entre estado de excepción y ley, guerra sin límite y guerra acotada, se superpuso a la división geográfica entre colonia y metrópoli.

      Dualidad reproducida durante siglos y que Fanon traduce por la pareja “violencia colonial”/“violencia pacífica” –el oxímoron es solo aparente–, cuyos términos mantienen “una especie de correspondencia cómplice, una homogeneidad”.

      2.1. La máquina de dos cabezas

      El capitalismo es una máquina con dos cabezas, capital y Estado, economía y política, producción y guerra, que, desde la formación del mercado mundial, actúan de forma concertada.

      A partir de la Primera Guerra Mundial, de manera acelerada, la alianza capital/Estado se irá integrando progresivamente para producir una burocracia administrativa, militar y política que no se diferencia en nada de la capitalista. Burócratas y capitalistas, al ocupar distintas funciones dentro de una misma máquina político-económica, constituyen la subjetivación que instaura y regula la relación entre guerra de conquista y producción, colonización y orden jurídico, organización científica del trabajo (abstracto) y saqueo de naturalezas humanas y no humanas.

      El capitalismo siempre ha sido político, pero por razones diferentes a las esgrimidas por Max Weber, quien apuntaba al entrelazamiento de estructuras burocráticas y capitalistas.

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