¿Te acuerdas de la revolución?. Maurizio Lazzarato

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¿Te acuerdas de la revolución? - Maurizio Lazzarato

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capital y el Estado constituyen una máquina de dos cabezas, el “capitalismo político”, que, desde sus inicios, ha organizado una doble territorialidad productiva (centro/periferia) y un doble régimen de trabajo: trabajo asalariado (abstracto) en el centro, trabajo no asalariado (gratuito) en las periferias.

      La organización del sistema político mezcla la división internacional del trabajo con un régimen dual de poder y guerra: un régimen político constitucional en el Norte y un régimen de poder arbitrario en el Sur (estado de emergencia permanente), guerra reglamentada en el centro y guerra sin límites en las periferias.

      La máquina política capitalista asegura la producción económica de valor trazando una línea de color que divide al proletariado del centro del proletariado de las colonias y una división sexual transversal, tanto al primero como al segundo. El trabajo no asalariado de las mujeres es, como el trabajo de los esclavos, otra condición ignorada durante mucho tiempo del trabajo asalariado, del trabajo abstracto y de la productividad capitalista.

      La instauración de este régimen planetario es inseparable de la invención de la raza, mientras que la dominación de la mujer establecida desde hace mucho tiempo requiere un plus de violencia y control ejemplificado por la “caza de brujas”. El sexismo y el racismo son la expresión de dos modos de producción (patriarcal/doméstico/heterosexual y racial/esclavista) capaces de organizar la explotación del trabajo gratuito en gran escala y su legitimación por medio de la producción de sujeciones (mujer, obrero, esclavos, colonizados).

      La primera condición de la máquina capital/Estado y de la existencia de clases ha sido siempre la globalización. Solo en este nivel podemos evaluar la fuerza de la máquina capital/Estado y las chances de la revolución.

      1. EL MERCADO MUNDIAL ES UNA MULTIPLICIDAD DE MODOS DE PRODUCCIÓN

      El modo de entender el capitalismo como coexistencia de diferentes formas de producción y de modalidades de ejercicio del poder heterogéneos ha sido sintéticamente resumido por Heidi Hartmann, una feminista materialista que nos invita a realizar un desplazamiento respecto de la economía política tanto como del marxismo:

      No hay un “capitalismo puro”, como tampoco hay un “patriarcado puro” […] Sería, pues, tal vez más exacto referirnos a nuestras sociedades no como sociedades simplemente “capitalistas”, por ejemplo, sino como “sociedades capitalistas patriarcales basadas en la supremacía blanca”.

      Jason W. Moore, un historiador del medio ambiente, ha producido recientemente, en polémica con la definición hoy dominante del Antropoceno, una teoría muy original del capitalismo y su historia,12 cuya multiplicidad de luchas de clases impide pensarlo como un “capitalismo puro”.

      El capitalismo no se centra exclusivamente en la relación capital-trabajo, ni en Europa (y el Norte del mundo), ni en la Revolución Industrial. Las condiciones para repensar el capital y su funcionamiento son tres. Aunque Moore define su método como centrado en el capital, poniendo entre paréntesis la lucha de clases y los movimientos sociales, “no podría haber salido a la luz sin las luchas llevadas a cabo por las mujeres, los ecologistas, los colonizados, los indígenas y los esclavos a lo largo de toda la historia del capitalismo y especialmente en el siglo XX, donde son la punta de lanza de la revolución mundial”.

      El uso de los saberes producidos por estas luchas hace surgir un nuevo funcionamiento de formas de explotación y dominación que en realidad es muy antiguo. Desde la conquista de América, el capitalismo ha constituido un mercado mundial que puede describirse como una máquina político-económica que ensambla y separa, conecta y divide “islas de trabajo abstracto” –en otras palabras, un (supuesto) trabajo libre, asalariado, progresivamente institucionalizado y jurídicamente reconocido, en su mayor parte concentrado en Europa y en el Norte del mundo, y “océanos” de trabajo no asalariado, servil, muchas veces gratuito, no reconocido y devaluado, localizado en el Sur del planeta–. Históricamente, estos océanos de mano de obra gratuita o barata han sido proporcionados por la tierra, las mujeres, los colonizados, los indígenas y los esclavos.

      El marxismo, aunque reivindica el mercado mundial, se ha centrado en el trabajo abstracto y el trabajo asalariado, ignorando desde el punto de vista político y teórico la enorme masa de trabajo no remunerado (o subpago) sin el cual “el capitalismo no podría durar ni un solo día”.

      Rosa Luxemburgo se anticipó a Moore y comprendió el funcionamiento del mercado mundial más allá de Marx:

      El crecimiento incesante de la productividad del trabajo […] implica y requiere el uso ilimitado de todas las materias primas y todos los recursos del suelo y de la naturaleza. […] En su impulso hacia la apropiación de fuerzas productivas para fines de explotación, el capital recorre el mundo entero; saca medios de producción de todos los rincones de la Tierra; apropiándoselos o adquiriéndolos de todas las formas de sociedad y grados de civilización y […] necesita como mercados capas sociales no capitalistas para colocar su plusvalía. Ellas constituyen a su vez las fuentes de sus medios de producción, y reservas de mano de obra para su sistema asalariado.13

      Luxemburgo nos permite corregir a Marx y a los marxistas. La constitución del mercado mundial está atrapada en contradicciones que vuelven imposible la subordinación de cada relación social a la racionalización capitalista (vuelve imposible una “subsunción real” completa y universal), porque el capital “tiende a extenderse por todo el ámbito de la Tierra y a eliminar a todas las otras formas económicas; no tolera la coexistencia de ninguna otra. Pero es también la primera que no puede existir sola, sin otras formas económicas de las que alimentarse”. Lo que los medios de comunicación llaman hoy “desglobalización” es parte de esta “contradicción” que también se puede expresar de la siguiente manera: el capital nació con el Estado-nación y no puede superarlo. Nacieron y morirán juntos porque constituyen la doble articulación de la máquina llamada capitalismo.

      En el mercado mundial las mujeres, la tierra, los esclavos, los nativos garantizan el flujo de alimentos, energía, materias primas y mano de obra barata o incluso gratuita. Cada acto de explotación del “trabajo abstracto” implica una importante cantidad de mano de obra no remunerada, expropiada, saqueada y robada. A cada obrero contratado en una fábrica le corresponde una gran cantidad de esclavos, nativos, colonizados, mujeres, kilómetros cuadrados de tierra, bosques, minas, ríos, etc., para que la producción sea rentable.

      El capitalismo se caracteriza, entonces, por dos formas de acumulación muy diferentes pero complementarias e inseparables que utilizan dispositivos económicos y dispositivos de poder: la acumulación por capitalización, centrada en la explotación del trabajo abstracto, es decir, la producción de valor en el interior del circuito del capital, y la acumulación por apropiación (saqueo, robo, expropiación por medio de violencia, la fuerza, la guerra, etc.), centrada en el trabajo no remunerado y arrebatado por dispositivos extraeconómicos que se reproducen, en gran parte, en el exterior del circuito del capital propiamente dicho.

      El concepto de trabajo gratuito y no remunerado es decisivo en esta historia del capital. No fue inventado por Moore, quien lo descubrió en los debates de los movimientos feministas de los años 70.

      La cadena de valor es mucho más larga, ya que incluye, al mismo tiempo que lo oculta, al trabajo no remunerado o subpago, e inviste muchos más cuerpos que los que describen la economía política y el marxismo.

      La enorme cantidad de trabajo gratuito tiene una función fundamental para la existencia y supervivencia del capital: contrarrestar la tendencia a la baja de la tasa de ganancia porque los costos

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