La fageda. Dolors González
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El alcalde de Olot les cede unos bajos, el comedor de una antigua escuela en el Convento del Carme. Los familiares de algunos de los catorce trabajadores ayudan a pintar el local y la directora de una escuela les cede muebles viejos. Disponen sólo de unos servicios para todos, y el comedor se ha de convertir en algunos momentos del día en vestuario de mujeres... Así empieza La Fageda, de la mano del doctor Torrell y su equipo de salud mental.
Al nacer, la Cooperativa La Fageda prevé acoger a cuarenta o cincuenta personas y cree que puede dedicarse inicialmente a trabajos manuales del ramo textil y de la imaginería religiosa, aprovechando que son dos de las grandes actividades económicas de la comarca. En esos momentos, en Catalunya hay unos sesenta talleres ocupacionales del estilo del que funcionará en la Garrotxa, la mayoría de los cuales en el área metropolitana de Barcelona. Los impulsores de La Fageda son muy conscientes de las dificultades que experimentan todos ellos.
Moldes y contramoldes
El verdadero sueño, la más honda aspiración de Cristóbal Colón, es acabar creando un taller de carpintería con estas personas. Un taller como el que ha abandonado en La Floresta, pero en grande. Se siente artesano y sabe que el trabajo de la madera puede ser una buena terapia para las personas con problemas mentales. Pero es un hombre práctico y ve que el taller de carpintería no es la opción más adecuada para poner en marcha el proyecto, teniendo en cuenta los precarios recursos económicos y de personal de la cooperativa. No están en posición de elegir. Dependen de lo que les ofrezca el tejido empresarial de la Garrotxa. Así que ambos amigos, Josep Torrell y Cristóbal Colón, se deciden a iniciar una ronda de visitas a empresarios de la comarca para explicarles el proyecto y pedirles trabajo. Llaman a muchas puertas. Por fin, dos empresas del ramo de la imaginería religiosa, de gran tradición en la comarca, y una del sector de la confección aceptan el reto y comienzan a trabajar con la Cooperativa La Fageda, que se ha registrado legalmente como tal en enero de 1983.
La imaginería parece una buena opción para los talleres de laborterapia: no requiere maquinaria, se trabaja con las manos y el producto final puede ser bonito. Además, en el aspecto terapéutico, estos talleres permiten dar un paso adelante respecto a los que se organizan en el psiquiátrico de Salt, puesto que esta vez las figuras creadas no se amontonarán en un almacén ni se romperán, sino que serán productos útiles para un empresario, que las comercializará, y tendrán un valor económico. El trabajo puede empezar a adquirir sentido.
Pero antes hay que aprender bien el oficio, porque nadie en La Fageda tiene experiencia en él. Jordi Falgarona es el monitor encargado de la sección de manipulados en el centro de ocupación, y Cristóbal le transmite la siguiente consigna: La Fageda ha de perseguir la excelencia del producto (una actitud hacia el trabajo que será en adelante una constante en la cooperativa; no sólo por el afán de perfeccionismo sino como concepto moral, vital). Así empiezan a cumplir con los primeros encargos remunerados que llegan a la cooperativa, y en pocos meses los participantes se convierten en expertos de lo que denominan “minis”, figurillas del niño Jesús hechas con yeso.
Es el momento de dar otro paso. Ciertamente, ya no hacen objetos para amontonar en un rincón, sino “minis” para vender a dos industrias de peso en la comarca, pero preferirían no tener que trabajar como mano de obra barata de otra empresa que, además, hace de intermediaria e impide que se aprecie la utilidad real de lo que están fabricando. La responsabilidad sobre el trabajo queda diluida por el hecho de que la cooperativa no responde ante el comprador final de estos objetos. La cadena de valor que dibuja todo el proceso productivo se rompe, se acaba antes de llegar al final del ciclo, y ello resta sentido al proceso. Además, este sistema genera una dependencia clara. Los empresarios pueden cerrar el grifo en el momento y por los motivos que se les antojen, tanto da si el trabajo se está haciendo bien o mal. Por eso en La Fageda hay que ir más allá y empezar a pensar en un proyecto propio que les haga responsables de toda la cadena de producción y venta del producto y, por tanto, más autónomos.
Impulsada por esta idea, la cooperativa se fija como objetivo acabar haciendo producción propia una vez conocidas las técnicas de los moldes para hacer cerámicas. Así que Jordi y Cristóbal inician la búsqueda de materiales más nobles que la escayola, e investigan las diferentes técnicas para rellenar las bases. Piden permiso a los directivos de ambas empresas de imaginería a las que proveen para ir cada uno de ellos a una y aprender sus métodos.
Así descubren la diferencia entre trabajar con moldes abiertos y moldes cerrados. Falgarona estudia el cerrado, de látex, que tiene la apertura por arriba y se puede llenar de pasta a través de este agujero. Pero hay una técnica algo más complicada. Imaginemos, por ejemplo, el molde de un caballo al galope. En este caso, el molde abierto por arriba no nos sirve porque no garantiza que la pasta llegue a llenar todos los espacios que darían forma al caballo. Cristóbal es el encargado de aprender esta técnica que implica el uso de un molde abierto de silicona y, en algunos casos, refuerzos internos con alambres. Los trabajadores del Centro Ocupacional tendrán que utilizar los moldes, pulir la rebaba que queda al sacar el molde y el contramolde y pintar la figura.
Se realizaban labores para las empresas del textil de la comarca.
En 1984, después de trabajar varios meses para ambas empresas de imaginería y de seleccionar y plegar muchas prendas de ropa para la empresa de confección, se disponen a alcanzar el objetivo de hacer obra propia. Se producen ceniceros, lapiceros, espejos... una distribuidora de Sant Cugat acepta anunciar las creaciones del taller en su catálogo y se empiezan a vender las primeras. Parece que el negocio funciona... pero no.
“Fue un desastre”, recuerda años más tarde Cristóbal. “El producto no dejaba margen y no teníamos una estructura empresarial adecuada. En realidad no teníamos nada. Aún recuerdo que compramos un compresor de aire para poder pintar las figuras a pistola. Fue una gran inversión para nosotros, y no era un buen negocio. No dejaba de ser una artesanía mal pagada. Era un trabajo útil y muy bonito. De hecho, era nuestro primer proyecto totalmente propio, el inicio de una empresa como la que queríamos montar. El trabajo que hacíamos había adquirido otra dimensión en cuanto a la responsabilidad del trabajador ante el cliente. Ahora podíamos seguir la cadena de nuestra producción: sabíamos qué sucedía con el trabajo que hacíamos y teníamos que responder de él. Tal vez si hubiéramos persistido o hubiéramos estado más preparados, podría haber funcionado, pero... Tuvimos que plantearnos otras actividades”.
Trabajando a partir de los moldes.
Mientras se decide qué nuevo rumbo tomará la empresa, el taller funciona como cualquier otro: con un horario, una parada para comer, una exigencia de responsabilidad en el trabajo, un grupo dedicado a la imaginería, otro al apartado de confección, un tercero plegando cajas de cartón... y con sueldos. Los sueldos se pagan con lo que producen los trabajadores, que obtienen una remuneración más o menos alta en función de la productividad de la persona y de sus necesidades. Las ayudas del departamento de Servicios Sociales de la Generalitat, que en 1983 todavía depende de la Conselleria de Sanitat, se destinan al