La fageda. Dolors González
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Desde principios de los años setenta se han alzado diversas voces autorizadas que critican con contundencia la situación de la asistencia psiquiátrica: faltan recursos y coordinación, y las condiciones de vida en los hospitales psiquiátricos son muy deficientes y atentan contra la dignidad humana de los ingresados con el uso de elementos de castigo como cadenas, correas y grilletes.
Son los últimos años de la dictadura franquista, así que la situación estalla en un contexto de efervescencia política, de sensibilización y de contestación frente a todo lo que no funciona. Es el momento de exigir cambios sociales y políticos que mejoren las condiciones de lo que hasta ahora se ha aceptado más o menos resignadamente. Y en este contexto los manicomios de España se convierten en uno de los símbolos más flagrantes de la oscura realidad de una época.
Es entonces cuando surge un movimiento clandestino en el seno de la psiquiatría institucional que defiende nuevas formas de atención: la Coordinadora Psiquiátrica. Constituido por jóvenes profesionales que han vivido los procesos contestatarios de los años sesenta, el movimiento mantiene estrechas relaciones con grupos críticos de la psiquiatría europea. Su discurso, muy influido por el marxismo, critica sobre todo la negación de derechos humanos que sufren las personas con enfermedades mentales.
La Coordinadora consigue que un grupo de profesionales asuma la reivindicación de la necesidad de cambio. A partir de 1972 se suceden diversos conflictos en hospitales psiquiátricos de todo el Estado. Las crisis protagonizadas por el personal del psiquiátrico de Oviedo y el del Instituto Mental de la Santa Creu, en Barcelona, pasan más o menos desapercibidas para la mayoría de la población, pero no para los profesionales de la asistencia psiquiátrica. En cambio, en 1972 el conflicto de Conxo, el centro psiquiátrico de Santiago de Compostela, desvela el problema a la sociedad y prepara el terreno para la crisis de Salt.
Los conflictos que se desencadenan en estos hospitales coinciden con la puesta en marcha del III Plan de Desarrollo franquista, que abarca desde 1972 a 1975. El plan establece como objetivos médicos la “promoción de la asistencia sanitaria de la población del medio rural”, así como la potenciación y el desarrollo de los hospitales. Además, deja constancia del estado calamitoso de la asistencia psiquiátrica. El Panap (Patronato Nacional de Asistencia Psiquiátrica) prevé, dentro de este plan, un aumento del número de camas en todos los psiquiátricos del Estado y un incremento en la inversión destinada a personal.
En el psiquiátrico gallego de Conxo, un grupo de profesionales dirigido por el doctor Montoya se aferra a estas declaraciones de buenas intenciones del Plan de Desarrollo e inicia en 1972 una reforma de la asistencia psiquiátrica en el centro, que pasa por establecer lazos con otras instituciones sanitarias de Orense, a fin de crear una especie de red psiquiátrica provincial. Estos intentos serán frustrados en 1975, cuando la “revolución” de Conxo termine con el despido masivo del personal del centro. Pocos meses antes, la intervención del doctor Víctor Aparicio en el programa radiofónico de la Cadena Ser ha situado el psiquiátrico de Salt en el mapa del horror de la asistencia psiquiátrica en el Estado y, seguramente, el éxito de este programa ha evitado que los protagonistas del conflicto de Salt corrieran la misma suerte que los profesionales de Conxo: en un primer momento, la Diputación de Girona pidió el despido fulminante de todos los trabajadores implicados, pero se retractó.
De los conflictos psiquiátricos de la época, el de Salt es el más conocido y el de consecuencias más inmediatas. A raíz de la denuncia de las condiciones anacrónicas en este hospital se inicia una reforma psiquiátrica que en las comarcas gerundenses se refleja en el llamado proceso de sectorización, es decir, la implantación de una infraestructura asistencial psiquiátrica distribuida por las comarcas y basada en un régimen abierto de visitas al enfermo. Lo primero que se persigue es detener el flujo de pacientes que llegan semanalmente al psiquiátrico de Salt desde toda la geografía gerundense. Esto implica la apertura de ambulatorios extrahospitalarios en las ciudades que respalden al psiquiátrico provincial y aborden la enfermedad mental desde la terapia, el respeto y la especialización. Los tres primeros centros se abren en Palamós, Figueres y Olot. Con estos ambulatorios se trata de acercar al máximo al equipo de facultativos y trabajadores de la salud al enfermo, para que una actuación rápida y adecuada in situ evite la necesidad de internar a personas que sólo sufren una crisis. El proceso de sectorización se pone en marcha. Es un plan innovador en el Estado español, a la estela de algunos ejemplos europeos, como el de Francia, el primer país que impulsa un plan de sectorización similar. Lo hace a partir de las ideas elaboradas en 1934 en Catalunya por psiquiatras como Francesc Tosquelles, exiliado en Francia después de la Guerra Civil española. Tosquelles, nacido en Reus a principio el siglo XX, ejerció como psiquiatra en el ejército republicano. Durante su juventud se había alimentado de las teorías del profesor Emili Mira, en el Institut Pere Mata, y de las corrientes culturales anarquizantes que circulaban en la Catalunya de los años veinte y treinta. Las experiencias que vivió en la guerra y el paso por un campo de concentración en territorio francés consolidaron sus teorías, que puso en práctica en Francia. Tosquelles contribuyó a dibujar el mapa de la sectorización en este país y fue pionero en la defensa de la terapia institucional, según la cual la vida en los psiquiátricos debe basarse, entre otras cosas, en la participación de los ingresados en actividades que impliquen relaciones e interacciones entre los internos y de éstos con el equipo terapéutico.
Pero volvamos al año 1974. El proceso de sectorización en Girona implica la contratación de más personal médico. No sólo para cubrir las plazas de los nuevos dispensarios que van a abrirse en las comarcas gerundenses, sino también para mejorar las condiciones de vida de las novecientas personas ingresadas en Salt y para cambiar la cultura de trabajo y el tipo de atención al enfermo que reinan en el psiquiátrico. Se contrata a psiquiatras, trabajadores sociales y psicólogos y se inicia un proceso de reforma. Es en el contexto de estos movimientos cuando Cristóbal Colón se incorpora al equipo de profesionales de Salt como auxiliar psiquiátrico. De hecho, es el primer auxiliar que entra a trabajar en esta institución y comparte categoría profesional con más de un centenar de mozos de manicomio que ya hay en ella. En teoría realizan el mismo trabajo, con idénticas responsabilidades, pero lo hacen con concepciones diametralmente opuestas. Esto genera tensiones similares a las que se producen en el área de dirección entre el equipo de gestión anterior y los profesionales de la atención psiquiátrica recién llegados. El equipo formado por nuevos psiquiatras, psicólogos y el auxiliar psiquiátrico trata de minimizar el problema y cooperar para llevar adelante la reforma. Colón pertenece a este grupo, pero pasa la jornada laboral fuera de él, unos peldaños más abajo en el escalafón jerárquico profesional. Sus compañeros, los demás mozos, no le ven con buenos ojos y lo mandan al punto más atroz del psiquiátrico: la enfermería, donde los ingresados pasan buena parte del día atados, donde se ven las crisis más violentas.
“¿Por qué tratarlos como objetos? ¿Por qué tenerlos en una habitación y dejar que las horas, los días y los años se apoderen de su piel sin darles una oportunidad? ¿Qué estamos haciendo con estas personas?”, se pregunta en sus escritos el joven auxiliar psiquiátrico Colón. Y prosigue la reflexión: “Los ves pasear arriba y abajo por el patio. Son cuerpos vivos que han perdido el alma. En este lugar [Salt], cerca de un millar de personas pasan sus días sin intimidad ni sensación de individualidad. Les han hecho perder la dignidad. Es una imagen parecida a la que hemos visto en las películas de los campos de concentración”.
Cristóbal no tardará en comprender que ha