La fageda. Dolors González

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La fageda - Dolors González

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Salt, entre los que se encuentran Josep Torrell y el psicólogo Josep Mateu, se trasladan una o dos veces por semana a las poblaciones con dispensarios para atender a los pacientes. Pero Cristóbal pasa el día en la zona más dura del hospital y cada vez se le hace más cuesta arriba, así que convence al nuevo equipo técnico para organizar unos talleres de laborterapia, es decir, de realización de terapia mediante el trabajo, actividad que ya ha puesto en marcha en Zaragoza y Martorell. El hospital alberga a novecientos ingresados que, en el mejor de los casos, se pasan los siete días de la semana paseando por el patio del manicomio. Es el momento de movilizarlos, de inventar actividades que puedan realizar y que den sentido a sus existencias. Se aprueba la idea y Josep Mateu y Cristóbal Colón la aplican de inmediato. Estos talleres iniciados en el psiquiátrico de Salt son el embrión de una nueva concepción que se va gestando en la mente de Cristóbal: la posibilidad de construir una empresa de verdad que resuelva problemas de verdad.

      El dispensario del sector de la Garrotxa empieza a recibir visitas en marzo de 1975. Las visitas se atienden en el hospital comarcal de Sant Jaume, es decir, en el centro hospitalario que da cobertura a todos los pueblos de la Garrotxa. En poco tiempo, al dispensario se añaden los servicios terapéuticos de un club de ocio, situado en la calle San Rafael, y pronto se plantea abrir un centro de día. Josep Mateu, que se desplaza semanalmente desde Salt al dispensario de Olot, es uno de los impulsores de los talleres del club de ocio. Ve muy claro y sostiene que trabaja con personas como las demás. “Si pensamos que la persona humana es el resultado de una evolución afectiva a lo largo de su vida y que los problemas de salud mental se han de situar en fases de esta evolución que no han terminado de completarse, de algún modo todos, dentro de esta evolución, tenemos algo de anormal. La línea de la normalidad es muy relativa, porque las circunstancias ambientales son decisivas. Si se vive en una época difícil, desfavorable, el índice de enfermedades mentales aumenta porque cuesta más integrarse”, explica Josep Mateu en una entrevista publicada en la revista Presència.

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      Entrada a La Fageda.

      En el club social de Mateu, que funciona un par de veces por semana, se trabajan diversas actividades relacionales —excursiones, lectura de diarios, juegos colectivos...—, es decir, actividades que combatan la marginación de estas personas y que las ayuden a sentirse integradas primero en un grupo y después en la sociedad. Poco a poco va aflorando la posibilidad de copiar también algunas de las actividades que ya se están llevando a cabo en el taller de laborterapia de Salt, más vinculadas al aspecto ocupacional. Con esta experiencia, los responsables del dispensario se dan cuenta de que hay enfermos que podrían realizar una tarea productiva y que ésta les beneficiaría mucho como terapia. Y eso por varios motivos relacionados con la reconstrucción de la autoestima, pero también por uno prosaico: el dinero. Vivimos en una sociedad en la que se valora el dinero. Para estas personas, ganar dinero significa, lisa y llanamente, que su trabajo tiene un valor. Pero la red de asistencia psiquiátrica carece de recursos para llevar a cabo este proyecto.

      Entramos en los años ochenta con el plan de sectorización implantado en Catalunya: en Olot, por ejemplo, el psiquiatra Josep Torrell atiende a los pacientes dos días por semana y el psicólogo Josep Mateu organiza talleres con estas mismas personas. En el hospital de Salt también se empieza a notar que ha disminuido el número de ingresos y que los nuevos profesionales han implantado otro sistema de trabajo y atención a los ingresados. Por otro lado, siguen realizándose con buenos resultados los talleres de laborterapia que han puesto en marcha Josep Mateu y Cristóbal Colón. Este último ya hace unos años que ha abandonado el hospital de Salt para irse a vivir y a trabajar en centros sanitarios de Barcelona.

      Todo sigue su curso hasta que un día, a finales de 1981, el doctor Torrell recibe una visita de su amigo y antiguo compañero de profesión Cristóbal Colón, que le comenta que su mujer y él están pensando en trasladarse de Barcelona a la Garrotxa, porque él cree que sería posible crear una empresa que diera trabajo a los usuarios del club social que gestiona Mateu en Olot. El proyecto también podría tener el efecto de generar empleos para los ingresados en el psiquiátrico de Salt que pudieran ser externalizados, es decir, que tuvieran autonomía para vivir fuera del hospital siempre y cuando recibieran la atención médica y asistencial necesaria. Con este proyecto, Colón aspira a llevar a la práctica la asistencia a personas con enfermedades mentales a partir de un medio productivo. Este planteamiento implica contradicciones, porque la producción es, según como se mire, la antítesis de la asistencia. Además, no tienen dinero ni un proyecto empresarial determinado. Tampoco tienen modelos que copiar en el mundo de la psiquiatría en España; como experiencias similares sólo cuentan, aparte de con el proceso que se está realizando en el hospital de Trieste, en el norte de Italia, con el trabajo con discapacitados psíquicos de las entidades agrupadas en la Coordinadora de Tallers de Catalunya. Ni saben cómo podrán efectuar la integración de estas personas en el ámbito laboral: cómo reaccionarán estos colectivos largamente marginados y cómo les recibirá el resto de la sociedad. Pero ambos amigos saben que no tienen nada que perder: si sale mal, no empeorará la situación de las personas y como mínimo habrán intentado evitar que un grupo de éstas se desgaste en un manicomio. Y disponen de un punto de partida, un nombre para la empresa: La Fageda. Cristóbal ha decidido que bautizará su proyecto empresarial con el nombre de un espacio natural que le apasiona, el lugar que ha escogido para instalarse con su familia en la Garrotxa, la Fageda d’en Jordà. En esta visita se forja una alianza fundamental para el proyecto. En adelante, el doctor Torrell se convertirá en el valedor de la iniciativa, en el hombre que dará la cara ante sus contactos de la Garrotxa para que crean en el futuro de La Fageda y respalden a su amigo.

      Al cabo de unos meses tiene lugar la escena en el despacho del alcalde de Olot.

      Un trabajo útil para los demás

      Cristóbal Colón (el nombre indica el sentido del humor de su padre, que se confabuló con el rector del pueblo para bautizarlo así) llega al mundo de la psiquiatría desde la ideología izquierdista. Desde el inconformismo, el desacuerdo con el mundo que ha conocido. Y quizás también desde lo que el psiquiatra Jorge Barudy entiende por “resieliencia”, es decir, la necesidad de enfrentarse a la adversidad y de salir de estos enfrentamientos con nuevos recursos, latentes pero insospechados.

      Nacido en el pueblo de Zuera, en el centro de los Monegros (Zaragoza), en 1949, Colón queda huérfano de padre a los trece años y se ve obligado a abandonar los estudios antes de terminar el bachillerato, con lo que él denomina “los estudios primarios típicos de un pueblo de campesinos de los años sesenta”. Aún no ha cumplido los catorce cuando la necesidad de ganarse un sueldo le obliga a trasladarse a Zaragoza para trabajar en la sastrería de un tío. Cuando llega a la ciudad, se agarra a la baranda del tranvía y hace todo el trayecto colgado del vagón para no pagar los cincuenta céntimos que cuesta el viaje. El tranvía acaba el trayecto, pero él todavía tiene que andar tres cuartos de hora antes de llegar a Torrero, el barrio suburbial y proletario donde viven sus tíos, conocido también en aquel tiempo por albergar la prisión de la ciudad.

      Cristóbal entra enseguida a trabajar en el taller de sastrería y a cobrar un sueldo. Gana mil pesetas mensuales más merienda: todos los días toma una rebanada de pan con aceitunas negras. La suya es una tarea de aprendiz: barre el taller, recoge con un imán las agujas que han caído, guarda los retales de lana sobreros, enfila agujas para que el sastre maestro no pierda tiempo, hace recados, cobra facturas... En el taller, entre artesanos, adquiere el hábito de hacer las cosas bien hechas.

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      Cristóbal Colón

      A los dieciséis años abandona el taller y entra a trabajar en la mejor sastrería de Zaragoza. Quiere aprender más. Siente curiosidad por todo cuanto sucede a su alrededor, y esta inquietud intelectual le lleva

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