La fageda. Dolors González
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Cristóbal se interesa también por las reflexiones del psiquiatra austriaco Victor Frankl y empatiza con la visión que este tiene del sentido de la vida y de cómo el vacío existencial lleva al sufrimiento del alma —“el vacío existencial es la neurosis masiva de nuestro tiempo”, escribe Frankl en su libro El hombre en busca de sentido. Además, Cristóbal se da cuenta de que el hombre moderno se deprime, convierte en patología su “mal de vivir” para eludir la responsabilidad individual frente a su destino. La gente dice que está deprimida, se siente impotente ante una realidad que la anula como individuo, y la única solución que se le ofrece son las manos expertas de los profesionales de la psique.
Comedor improvisado en el mismo espacio donde por la mañana se encontraba el taller.
Tal vez las mismas desgracias están detrás de las escandalosas cifras de suicidios y de intentos de suicidio anuales que la OMS publica en sus estudios, o de los millones de personas que se deprimen cada año en el llamado mundo rico. Los intelectuales y mucha gente de izquierdas han fallado en su diagnóstico y ni siquiera han sido capaces de reconocerlo, de admitir que se equivocaban.
Cristóbal intuye que “la modernidad y el progreso por un lado van vaciando las iglesias y por el otro van llenando los supermercados y los centros de salud mental”. Todo ello le sigue recordando las ideas de Jaspers, cuando dice que “la sociedad moderna está convirtiendo a los psiquiatras y los psicólogos en los sacerdotes de los incrédulos”.
Mientras decide cómo reorientar su vida monta un pequeño taller de carpintería en La Floresta (Barcelona). Es un artesano, sabe utilizar las manos, así que el taller de carpintería funciona lo bastante bien para mantenerlos a él y a su esposa. Carme trabaja en el centro para niños psicóticos de Bellaire. Ambos viven en La Floresta y la vida transcurre más o menos plácidamente hasta que se anuncia el próximo nacimiento de su primera hija. “El hecho de ser padre es uno de los elementos clave para la existencia de la Cooperativa La Fageda”, explicaría años más tarde. En aquel momento, en pleno ataque de responsabilidad, se obliga a pensar en su futuro laboral más deprisa de lo que tenía previsto. Sigue completamente horrorizado por el mundo que le rodea, al extremo de que la primera vez que toma en brazos a su hija recién nacida siente un hondo desasosiego. Ha de dotar su vida de sentido. Es entonces cuando toma la decisión: debe sacar partido de toda su experiencia profesional para mantener a su familia, y con el taller de carpintero no va a conseguirlo. La solución pasa por regresar al mundo de la psiquiatría, pero sin volver a las estructuras psiquiátricas formales. Por eso deberá hallar una fórmula que le permita trabajar con personas con dificultades. Esta es su vocación, y ganarse la vida sin entrar en los circuitos ya establecidos, con los que no está de acuerdo. Necesita encontrar un nuevo instrumento que le ayude a resolver el conflicto profesional que experimenta. De repente lo ve claro: el instrumento sólo puede ser la creación de un espacio externo a la propia dinámica del sistema psiquiátrico. A partir de esta reflexión, decide trabajar con personas con discapacidades psíquicas y enfermedades mentales graves, separándose de la práctica psicoterapéutica que ha marcado su carrera profesional hasta el momento.
La siguiente decisión concierne al lugar donde llevarlo a cabo. De inmediato piensa en la Garrotxa. Allí dispondrá de la ayuda de su amigo Josep Torrell, que trabaja en la comarca, y la elección será del agrado de Carme. Ella no atraviesa ninguna crisis existencial y no entiende por qué tiene que abandonar su trabajo en la escuela Bellaire; pero es de Castellfollit de la Roca, un pueblo de la Garrotxa. “¿Quieres que nuestros hijos crezcan aquí, en Barcelona, entre bosques de papelina?”, la espeta Cristóbal como argumento, y con éste y otros termina por convencerla y la familia se traslada.
Por último, visita al doctor Torrell y le describe la idea de crear un proyecto que no dependa del ámbito institucional, al tiempo que dé trabajo a personas con graves trastornos mentales de la Garrotxa, comarca que es competencia del doctor Torrell. Tiene claro que sólo se pueden crear puestos de trabajo reales en una empresa real, rehuyendo el “como si...” de la laborterapia. La experiencia de los psiquiátricos de Zaragoza, Martorell y Salt, si bien rica y estimulante, ha resultado frustrante; pero la práctica que ha adquirido en los talleres ocupacionales para discapacitados psíquicos en el ámbito de la Coordinadora le lleva a creer en la posibilidad de crear una empresa de verdad donde trabajen personas con problemas mentales. Aspira a ofrecer un puesto de trabajo real a personas discapacitadas o con problemas mentales, a que las personas de estos colectivos realicen una labor de calidad por la que perciban un sueldo y sean conscientes y responsables de la calidad de los productos que elaboren. Está convencido de que, si consigue este objetivo, podrá contribuir a dar sentido a la vida de estas personas.
En 1982 los índices de paro en España llegan al 18%, los más altos de todo el OCDE. En el sector de población de personas con discapacidades psíquicas o problemas mentales, los índices son más altos si cabe. Se acaba de aprobar la LISMI (Ley de Integración Social de Minusválidos), y entre los empresarios aún no existe la conciencia necesaria para contratar a personas con discapacitades. Para los empresarios, la calle está llena de “buenos” trabajadores en paro. Además, está la idea de que el discapacitado psíquico o la persona con trastornos mentales están muy limitados en lo que a producción se refiere. Cristóbal la matiza: “Sí, puede ser cierto, pero estas personas tienen el mismo derecho al trabajo que las otras. Además, como para todo el mundo, el trabajo puede convertirse también para ellos en una parte importante de sus vidas. Y a pesar de sus carencias pueden ser productivos”.
Para el enfermo mental, el hecho de ser excluido por el entorno laboral implica una situación de marginación social que suele potenciar desequilibrios de la personalidad. Todo ser humano emplea en su desarrollo íntegro dos canales de relación: el del entorno inmediato, la familia, donde se desarrollan las estructuras psicoafectivas, y el que establece con el resto de la comunidad, donde se formarán las capacidades psicosociales. Del desarrollo y el equilibrio que el individuo alcance en la interrelación de estos dos canales dependerá su grado de equilibrio personal y de integración en la sociedad.
Así era el taller del Carme (Olot) en el año 1982.
Resulta evidente que el trabajo es fundamental en el proceso de rehabilitación de las personas con problemas mentales y para la integración social de aquéllas que sufren discapacidades psíquicas. Por eso Cristóbal decide crear una estructura productiva que dote a estas personas de puestos de trabajo donde se puedan realizar y dejen de sentirse rechazadas por los demás.
Cristóbal no sabe aún qué va a producir la empresa, pero sí que la empresa tiene que ser productiva y competitiva. Sabe también que puede contar con Josep Torrell, quien le avalará ante políticos y empresas de la Garrotxa. El doctor siente que ha de respaldar este proyecto. Lo juzga de sumo interés, pero sabe que el país no atraviesa el mejor momento para colaborar en proyectos como éste.
La inflación en España en 1982 es galopante. Cuando en octubre se forma el primer gobierno socialista de Felipe González, los responsables de economía y finanzas encuentran unas tasas de inflación de 13,8%. El primer crédito que solicita La Fageda, por un valor de medio millón de pesetas, lleva aparejados unos intereses del 16%. En algunos momentos de estos primeros meses, incluso el propio Cristóbal se cuestiona si merece la pena continuar. A las dificultades económicas del país se suma el hecho de que hay escasa experiencia en este tipo de centros y que faltan ayudas. Pero la decisión está tomada.
En la lista de pacientes del equipo dirigido por el doctor Torrell hay catorce personas que pueden convertirse en los primeros trabajadores de La Fageda. La decisión de la cooperativa de mezclar