Nuevos signos de los tiempos. Varios autores

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Nuevos signos de los tiempos - Varios autores Caminos

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captación de las posibilidades que entraña esta figura histórica mundializada para afirmarnos todos como seres humanos y constituir una sola familia de pueblos hace ver el grado de monstruosidad de la dirección dominante, que no solo impide que nos realicemos como una sola familia sino que niega la vida a muchos millones de personas, ya que se producen elementos para que todos vivan dignamente y sin embargo la mayoría no tiene acceso a esos recursos.

      Hoy vivimos en el totalitarismo de mercado, primero porque todo tiende a convertirse en mercancía y el mundo está llegando a ser un mercado global5 y, sin embargo, hay dimensiones humanas que por su misma condición no son transables y que se vacían al convertirse en tales. En segundo lugar, hay totalitarismo porque el mercado no es libre sino que está dominado por las corporaciones globalizadas que no solo administran los precios sino que tendencialmente concentran la oferta e incluso la diseñan, y todo en función de su ganancia. Por eso los productos son más perecederos y se ofertan productos que muchas veces no son los mejores, pero que producen mayores ganancias. Esto, en el caso de las medicinas y la comida, es criminal.

      Inundan el imaginario de publicidad, que se presenta espectacularizada para hacer a los individuos adictos a ese mundo. Como necesitan consumir, les imponen bajos salarios y se eximen de responsabilidad respecto de sus trabajadores e incluso tendencialmente respecto del Estado, en lo que llaman «sociedad del riesgo», en la que cada quien recibe todo lo que gana y contribuye con impuestos lo menos posible, con lo que el pueblo y, cada vez más, la clase media se sienten completamente desprotegidos. Pero tienen que aceptar las condiciones impuestas porque la política está al servicio de los que imponen y porque sienten compulsión a consumir.

      Pero, desde la última década, la situación es mucho peor porque ya no es el modo de vida consumístico lo que lleva la voz cantante. Ahora es el miedo. Ya no dominan los grandes empresarios sino los grandes financistas, que se han dedicado a la especulación. Y para eso provocan crisis. Crisis en las corporaciones ya que les exigen que las ganancias vayan al reparto de dividendos, sacrificando la investigación y la innovación y en definitiva la productividad; y crisis financieras.

      La actitud de la fe, que es la relación entre las personas, se ha trasladado a los mercados y por eso ante el rumor de que los mercados están perdiendo la confianza, los gobiernos sacrifican los salarios dignos, la seguridad social, los impuestos directos y viven tendencialmente de los impuestos indirectos, es decir, de la gente. No solo eso, los bancos declaran quiebras fraudulentas y las paga el Estado, es decir, los contribuyentes, que son todos menos ellos. Es, como insiste el papa Francisco, la nueva versión, mucho más criminal, de la vieja historia del becerro de oro6, es el dinero convertido en fetiche7, que exige víctimas, que mata, como clama el Papa incesantemente8.

      Si esto es lo absoluto, como no puede haber dos absolutos (cf Lc 16,13), las personas se vuelven relativas. Los que comandan la dirección dominante las usan y luego las desechan como basura9.

      Esto suena muy duro y es muy doloroso, pero callarlo es volverse cómplice de esta dirección inhumana y suicida.

      Para ejecutar todo esto sin estorbos han decretado el fin de todas las entidades colectivas. Ya que son estas entidades personalizadas las que podían presionar a los Estados para que dejaran de ser apéndices del gran capital y para obligarlos a que cumplan su responsabilidad social. Han decretado que solo existen individuos. Eso son realmente ellos. Aunque no son sujetos libres con libertad liberada porque sirven servilmente al capital. Se han entregado a esa pasión dominante y son esclavos de ella. Por eso se han deshumanizado. Ellos hacen todo lo posible para que las personas se definan como miembros del conjunto que compone el mercado mundial con sus innumerables subconjuntos, que eligen según su gusto o lo que estiman como su utilidad. La publicidad se encarga de canalizar ese gusto y esa pretendida utilidad. Y la elección se reduce al menú confeccionado por ellos. Como se ve, las relaciones entre personas se han trasvasado a las relaciones entre personas y cosas; y las mismas relaciones entre personas acaban teniendo ese mismo sentido de consumirlas, de satisfacer un deseo o de buscar un interés.

      Este es el modo en que se opone a Dios la dirección dominante de esta figura histórica. Una manera, como se ve, frontal y drástica ya que se adora a un ídolo y, repitámoslo, no se puede servir a dos señores (Lc 16,13), y se irrespeta al ser humano desconociendo su dignidad y reduciéndolo a un consumidor adicto y a un productor intercambiable y desechable. Y esto lo llevan a cabo personas que desconocen su propia dignidad o, peor, que la confunden con la dominancia social y con la vida refinada.

      Lo que hemos dicho no incumbe solo a los que comandan la dirección dominante de esta figura histórica sino también a los que se dejan llevar por ella; incluso incluye a quienes se resignan sin buscar una alternativa y sin vivir alternativamente ya; bien porque sucumben a la hipnosis del fetiche, que consiste en pasársela maldiciendo lo malo que está todo y a los que lo causan. Estas personas se oponen a Dios porque el fetiche las tiene en su poder. Si confiaran en Dios, liberarían su libertad para vivir en un horizonte alternativo. Discernir esta situación como pecado implica analizarla y condenar su inhumanidad, pero excluye vivir preso de ella o encerrado en su torre de marfil e implica dedicar la mayor parte del tiempo a vivir alternativamente ya, y desde ese modo humano de vida, a construir la alternativa.

       Quiénes se encuentran con Dios en esta figura histórica globalizada

      Ahora bien, esta dirección dominante afecta profundamente a todas las personas, pero en ningún caso determina a nadie. Su lógica es seducir, y a los que no les basta la seducción busca someterlos por el temor a la muerte. Plantea un dilema: si no se siguen sus dictados, acecha algún género de muerte, desde la muerte trivial pero psicológicamente realísima del ridículo, hasta la de quedarse solo, o la de no encontrar medios para vivir, o la de la descalificación pública o, incluso en caso extremo, la de la eliminación física.

      Pero Jesús ha venido precisamente a liberar a los que por temor a la muerte pasábamos la vida entera como esclavos (Heb 2,14-15). Él nos dio el ejemplo y a su propio Espíritu para capacitarnos a hacerlo en su seguimiento. Él vio claro el dilema: si no se confinaba en su grupo y persistía con las masas que lo percibían como el que los guiaba con el corazón de Dios hacia el cumplimiento de la alianza, lo iban a acabar matando. Pero para él eso no fue un dilema porque para él conservar la vida no era ningún absoluto. El absoluto era cumplir el designio de su Padre, que entrañaba esa conducción fraterna de su pueblo hacia la vida filial y fraterna. Por eso no dudó en seguir su camino cargando con las consecuencias. Al fin él confiaba en que su Padre, y no sus enemigos, tendría la última palabra y que iba a ser de confirmación de su vida y misión y de recreación en su mismo seno.

      Eso mismo pasa hoy. No pocos no siguen la dirección dominante de esta figura histórica. Los encontramos en todas las clases sociales, pero sobre todo en el pueblo y en los profesionales solidarios. Experimentan el miedo, las carencias, la hostilidad. Pero no se dejan someter. Tienen una libertad liberada con la que no ofenden a Dios ni a ningún ser humano; pero tampoco los temen y por eso pueden seguir su camino filial y fraterno en paz, cargando con las consecuencias; aunque también trabajando por minimizarlas.

      Queremos insistir en este punto: no se puede confundir la dirección dominante de esta figura histórica con la figura sin más. Por eso hemos comenzado insistiendo en que en la mundialización veíamos una oportunidad de oro para realizarnos como seres humanos, es decir, para afirmarnos afirmando a los demás. Dicho cristianamente para definirnos, desde nuestra insobornable interioridad, como hijos de Dios, de nuestros padres y de muchos que nos han precedido y posibilitado ponernos a la altura de nuestra época, y hermanos de todos, sin excluir a los otros, a los pobres ni a los enemigos que nos excluyen.

      Por eso hace presente a Dios en esta figura histórica mundializada el que no vive en el mundo como un mercado, sino que vive en la fe en Dios y la reciprocidad de dones con los demás,

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