Nuevos signos de los tiempos. Varios autores

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Nuevos signos de los tiempos - Varios autores Caminos

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se puede vencer al mal a fuerza de bien y constituirse en principio de alternativa superadora. En personas así nos encontramos con la presencia de Dios, que se define a sí mismo como el que da consistencia para superar la opresión y edificar una existencia alternativa (cf Éx 3,14).

      Queremos insistir en que el modo más radical de lograr una consistencia superior a las corporaciones globalizadas es llegar a ser permanentemente un tú de Dios. Y esto no se logra abstrayéndose de la realidad para estar a solas con Él, ni dedicándose a ejercicios que desemboquen en esa presencia. La fe, la esperanza y el amor se realizan en la vida, cuando se la vive sin privilegios ni cortapisas, cuando se hace frente a la realidad desarmadamente, desde lo más genuino de uno. Dios nos sale al paso para ser nuestro compañero fiel («Diosito nos acompaña siempre») cuando no nos plegamos a la dirección dominante de esta figura histórica, cuando no estamos amparados en privilegios ni confiamos en el dinero, o en nuestra capacitación o en una institución prestigiosa a la que nos enfeudamos, ni cuando, al carecer de todo esto, nos resignamos a la derrota. Cuando desde nuestro desvalimiento proactivo nos abrimos a Él, a la situación y a las hermanas y hermanos, Dios se convierte en nuestro tú. El diálogo no es tanto frente a frente sino codo a codo. Se trata de vivir la vida con Él como el compañero de camino, que no nos ahorra nada, pero que con su interlocución constante nos sostiene y nos da motivación y fuerza para caminar en la verdad, en la justicia y en la solidaridad. En esa relación uno llega a ser un yo genuino y abierto siempre desde su insobornable soledad; llega a ser verdadero sujeto, no un sujeto mediatizado por los dictados del orden establecido ni esclavo de su pasión dominante, y se constituye en persona en el sentido más denso y cabal del término, tiene su paradigma en la Trinidad, cuyas personas se definen como «relaciones subsistentes»20.

       Cultivar esmeradamente la polifonía de la vida sin dispersión, porque la relación filial y fraterna llevan la voz cantante, hace presente a Dios

      Actualmente en las sociedades más modernizadas de nuestra región domina el paradigma de Babel: una sociedad fuertemente piramidal (América Latina es la región más desigual del planeta) en la que multitud de hormigas trabajan disciplinadamente en un horizonte de homogeneidad impuesta (la cultura de masas que las corporaciones fabrican para ellas y que se reduce a incansables variaciones de lo mismo) y unidimensionalizado, ya que todo se engloba en el círculo de producción-consumo. La gran disciplina, a la que se refería Hegel hablando de Roma21, se da en el trabajo y también en el consumo, ya que hay que someterse a las condiciones del empleador y abstenerse de casi todo para poder pagar en muchísimos años un apartamentico y comprar, tras muchos años, un minicarro y darse de vez en cuando algún respiro o, para otros, para mantenerse en una mínima normalidad, aunque sea en el último escalón del establecimiento, pero con la satisfacción de que, al menos, se está dentro.

      Frente a este paradigma el cristianismo propone una cotidianidad en la que se cultive la polifonía de la vida, pero sin dispersión, de manera que la relación filial y fraterna lleve la voz cantante22, con una gran autoexigencia que incluya los bienes civilizatorios y culturales del Occidente mundializado, pero los bienes, no la basura. Vamos a explicarlo.

      Si nos definimos por las relaciones de hijos y hermanos no podemos atenernos al circuito producción-consumo ni nuestra meta puede consistir en estar dentro y subir cuanto se pueda. Ante todo, porque en este circuito no caben esas relaciones. Las relaciones que fundan este circuito son las relaciones mercantiles y la satisfacción de las apetencias, más que de las necesidades. A esto se atienen los configurados por él. Si son cristianos, la filiación y fraternidad son cosa del tiempo libre. Esto lo tenemos que tener muy claro. Por ejemplo, si soy profesor de Teología o decano de esa facultad y mi aspiración es subir en el ranking o que la facultad suba, lo que escribamos se reduce a la condición de medio y sea lo que sea de su exactitud formal, pierde su densidad real. Lo mismo podemos decir de cualquier otra realización profesional. Lo mismo que si aspiramos a ganar lo suficiente para vivir conforme a lo que creemos merece nuestro estatus e incluso a darnos algunos gustos.

      Ahora bien, esto no equivale a no aceptar un empleo o no consumir nada. Significa vivir desde otra lógica. Por ejemplo, si soy profesor de Teología cristiana, tengo que reservar un tiempo denso al contacto con pobres con espíritu, si creo que Dios les ha revelado los misterios del Reino, que les ha ocultado a los especialistas23. Desde el interés medular en iniciarse en estos misterios (el Reinado consiste precisamente en el ejercicio, en Jesús de Nazaret, de las relaciones de hijos y hermanos) en el seno de la Iglesia y encarnado en la situación, viene la selección de los temas y el modo de tratarlos. Ahora bien, si realmente me interesan, los trataré con la mayor asiduidad posible, de modo analítico, de manera que se perciba su realidad y su pertinencia. Si eso se aprecia en la academia, mejor que mejor; pero no puede hacerse en función de la academia. Más bien, habrá que hacer todo lo posible porque la academia acepte definirse por su condición de cristiana con todas sus consecuencias. Lo mismo podemos decir de cualquier otro trabajo. Habrá que elegir un trabajo compatible con esa condición fraterno-filial (siempre se puede encontrar alguno; recuérdese que la dirección dominante no totaliza la situación) y realizarlo desde esa lógica, lo que conlleva tratar de hacerlo con la mayor excelencia posible.

      Lo mismo podemos decir respecto del consumo. Desde esas relaciones queda eliminada la compulsión a estar en la onda y a consumir como un modo de sentirse vivo y con relevancia. Más aún, tendencialmente no se necesitará nada, más allá de lo necesario para mantenerse vivo y saludable. Esto liberará energías y recursos para dedicarlos a otras dimensiones. Ya hemos hablado de la soledad y el silencio. Ahí aflorará nuestra verdad y podremos trabajarnos y hacernos más verdaderos. También se ejercitará la oración al Padre materno y la lectura discipular del evangelio y el discernimiento para seguir el impulso del Espíritu. Pero también habrá tiempo y energías para la convivialidad, para conversar y compartir; para contemplar la naturaleza y caminar por ella y por la ciudad; y para el deporte y el juego; y para la fiesta que celebra logros y efemérides y, más al fondo, la vida como don recibido, gustado y compartido. Y no faltará tampoco para participar en comunidades, grupos, organizaciones e instituciones que vehiculen algunos aspectos medulares de esa vida filial y fraterna.

      Si Dios es el Dios de la vida y de la vida humana, y el Hijo de Dios humanado nos supera infinitamente en humanidad y nos atrae a ser humanos con el peso infinito de su humanidad, y no fue un asceta, atado a sus ejercicios, ni un maestro atado a la ley, ni un sacerdote atado al culto, ni un militante y menos aún un liberado del trabajo, que vive en la organización para realizar esforzadamente la causa, sino que fue una persona del pueblo, que vivió en la vida, en la cotidianidad, en los espacios públicos, sin agendas ni proyectos protocolizados, en un intercambio libre y sin alcabalas con todos; que convivía, que gustaba de la naturaleza, que aceptaba las invitaciones, que no necesitaba nada, pero que aceptaba lo que le daban y daba de sí sin reservas. Si este es el modo de proceder del Hijo de Dios que es el paradigma absoluto de humanidad y por eso su parámetro24, desechar la polifonía de la vida para concentrarse en una sola dimensión, la que propone el mercado totalitario u otra pretendidamente alternativa, no humaniza, no supera lo que se opone a Dios, y por tanto no lo hace presente. A Dios lo encontramos en la vida cuando se vive abiertamente, haciendo justicia a todas sus dimensiones y ejercitando todos sus registros; aunque no dispersándose sino viviéndolo todo como hijos de Dios y hermanos de todos.

      Ahora bien, como la dirección dominante desconoce estas relaciones, es decir, como vamos a contracorriente y en el fondo trabajamos por construir otro orden donde habite la justicia y la interacción simbiótica y por eso quepamos todos mancomunadamente, el esfuerzo tiene que ser mucho mayor que si solo aspiramos a subir o al menos a mantenernos en él. Por eso esa gran disciplina tiene que ser una dimensión autoimpuesta; pero no ya voluntarista ni, como lo contemplaba Hegel, negadora de nuestra subjetualidad, sino que tienen que actuar, por el contrario, todos nuestros resortes desde lo más genuino que tenemos y somos y apoyándonos unos a otros, y por eso es un dinamismo incesante, pero en paz y por eso distendido, ya que se hace con gusto. Esto ha de ser puesto de relieve sin ocultar la dificultad

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