Ontología analéptica. Fabián Ludueña Romandini
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La crónica precedente ha sido transmitida por las Cartas Judías del Marqués de Argens, escritas promediando la primera mitad del siglo xviii. La proveniencia a partir de un documento de carácter literario ha hecho considerar a los historiadores que todo el relato no corresponde sino a un acucioso ejercicio de ficción realista. Empero resulta paladino que las fuentes del relato custodian un núcleo folclórico de procedencia al menos euroasiática que puede remontarse al fondo de los siglos. Por eso, en este punto, la filología histórica habitual debe ceder su lugar a la ultra-historia como disciplina paleo-ontológica.
De esta manera, las páginas que siguen se aventurarán en los inmemoriales meandros que se yerguen incluso más allá del ánthropos para develar el trasfondo filosófico que se oculta en el enigmático cuanto espeluznante caso del Archi-Vampiro de Oppida Heidenum. Si la tarea que nos proponemos llevar adelante se ve coronada por un aceptable éxito, nos veremos confrontados con el sentido post-metafísico del vampirismo pero, asimismo, nos habremos adentrado en los trasfondos últimos que han posibilitado al ser hablante emerger a la vida para erigirse en el Amo aparente, aunque no por ello menos tiránico, de Gaia. Esta pesquisa no podrá entonces eludir la pregunta sobre el sentido ontológico del concepto de vida-muerte y el origen de las especies sobre la Tierra.
La presente indagación, por la materia misma que abordará, nos conducirá a un territorio que es todo menos seguro y que, por esa misma razón, nos exhorta a adentrarnos en él con cautela pero decididamente. Dicha exploración nos conducirá, entonces, a una investigación sobre el origen (Entstehung) como “punto de surgimiento” (Foucault, 2001, vol. i: 1011) que no busca una datación cronológico-material precisa sino intelectivo-estructural del problema de la vida-muerte. Explicado en otros términos cercanos a Karl Kraus, se puede afirmar que, para este estudio y como tendremos ocasión de constatarlo, “el origen es la meta” (Antelo, 2015: 16).
En este camino, seguimos la estela de F.W.J. Schelling y habremos de toparnos con aquello que él gustaba denominar el “fundamento oscuro de la naturaleza (des finstern Naturgundes)” (Schelling, 2001: 378). Si para el filósofo alemán a partir de ese punto puede elevarse la luz que permite el inicio del “reino de la historia (Reich der Geschichte)” (Schelling, 2001: 378), nuestra búsqueda, al contrario, nos llevará a adentrarnos en la oscuridad del reino de la prehistoria e, incluso, del tiempo sin historia del cosmos ilimitado. En este sentido, nuestra ontología analéptica busca alcanzar aquel sendero que nos acerque al punto “anterior a todo fundamento y a todo existente (vor allem Grund und vor allem Existierenden)” y, por tanto, libre de toda dualidad. Se trata del misterio último del in-fundamento (Ungrund) que precede a todas las oposiciones (Schelling, 2001: 406).
Ciertamente, no se trata de caer en el equívoco de uno de los más grandes lectores de Schelling que ha visto en el in-fundamento un determinante “meramente negativo” (Heidegger, 1988: 285). Al contrario, como estimamos que de una positividad para-ontológica se trata, queremos acentuar dicho carácter en el acto conceptual de la traducción: no perseguimos el no-fundamento sino la morfología abierta del in-fundamento de lo humano y de la vida-muerte a cuya delimitación post-metafísica (por tanto, incluso allende el Ser) pertenecen las páginas que siguen. Por estas razones, este libro no es una filosofía del vampirismo y la licantropía. Al contrario, se trata de indagar en una ontología de nuevo tipo para la cual el vampirismo y la licantropía se presentan como las vías regias de acceso, pues estos han sabido custodiar, en el transcurrir de los milenios, la latencia de sus secretos.
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La enjundiosa amalgama de los estudios sobre el vampirismo, como suele lamentablemente ocurrir en los tiempos que corren, ha empobrecido su objeto de estudio en pos de presuposiciones metodológicas que carecen de sustento epistemológico. Por esta razón, investigaciones robustas sobre la genealogía de la obra de Bram Stoker sobre Drácula que abarcan problemas médicos, socio-económicos y culturales han concluido en que el afamado aristócrata vampírico sería el caso más conspicuo de la sedimentación de un fenómeno que no posee más que apenas dos siglos anteriores a la publicación, en 1897, de la novela gótica en cuestión. En otros términos, el vampirismo y, por supuesto, la licantropía, serían fenómenos de corta duración y expresión literaria de las preocupaciones y del imaginario más logrado de la (anti)modernidad capitalista.
De este modo, se ha transformado en programa descartar toda aproximación “trans-histórica” o “trans-nacional”, vale decir, de longue durée geo-temporal. Dicho de modo conciso, la “nueva historia” levanta su baluarte en contra de toda investigación que busque lo “inmemorial” en el fenómeno vampírico o de la licantropía (Groom, 2018: xiv-xvi). Ante esta notable miopía académica que ignora tanto la contundencia de las fuentes como la necesidad de la especulación filosófica sobre un tema que, de ningún modo, el abordaje historiográfico puede agotar, deberemos adoptar, por necesidad, el camino señalado como negativo y prohibido. En ese sendero debemos destacar especialmente la aproximación multidisciplinar llevada adelante por José Emilio Burucúa y Fernanda Gil Lozano cuando, por medio de un rastreo exhaustivo del mundo del Drácula de Stoker, han buscado reconstruir lo siniestro como experiencia humana fundamental (Burucúa – Gil Lozano, 2002).
Deberemos, por tanto, partir en la búsqueda, precisamente, de lo Inmemorial de los fenómenos en cuestión. En efecto, la novela de Bram Stoker es todo lo opuesto de lo que la crítica moderna escribe sobre ella. La obra literaria trata del embellecimiento y de la construcción de un vampirismo estética y éticamente soportable pero que no deja de vehiculizar los elementos de los rituales milenarios que le dan sustento.
Para adentrarnos en esa dirección, convendrá seguir el ejemplo de Walter Benjamin quien supo enunciar, con una ambición que hoy escandalizaría a la “nueva historia” que “es el presente el que polariza el acontecer en prehistoria y posthistoria (Es ist die Gegenwart, die das Geschehen in Vor- und Nachgeschichte polarisiert)” (Benjamin, 1982: 588). Salvo que, como habremos de constatar a lo largo de nuestro recorrido, la prehistoria tanto del vampirismo como de la licantropía se extienden mucho más allá de toda temporalidad humana para explorar los meandros insondables de la historia natural del espacio geodésico y tocar el misterio mismo del acontecer de la vida. Una vida que, en cierto sentido, se sustrae a todo tiempo humano para adentrarse, no cabe otro modo de expresarlo mejor, en la temporalidad cósmica que es la matriz preexistente de todo tiempo vivido y, por ende, su condición de realización.
Efectivamente, al abordar el vampirismo y la licantropía, habremos de medirnos con los mitos. Una de las cumbres ejemplares de la indagación mitológica sigue siendo la obra de Friedrich Creuzer para quien, ciertamente, el mito es múltiple en tanto maneras diversas de abordar lo divino, mientras que el símbolo atraviesa esa plasticidad para encontrar la estructura inmutable. Con todo, el mito para Creuzer implica “transformar (umzusetzen) lo pensado en algo acontecido (ein Geschehenes)” (Creuzer, 1812, iv: 568). De este modo, en el culto, la historia se vuelve acontecimiento enunciativo en la tradición del destino simbólico. Ahora bien, los fenómenos como el vampirismo o la licantropía nos conducirán al punto de ruptura del símbolo donde hay que poner palabras, en una suerte de decir necesariamente incompleto pero posible, no ya al acontecer del mito sino al devenir mismo de la existencia. En cierta forma, se