Para mi biografía. Héctor Adolfo Vargas Ruiz
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Los potreros dejó sin ganado
el bribón conservador ¡ay, ay , ay, ay!
y quemó viviendas
y quemó hasta El Tiempo y El Espectador.
Coro
Si me prestan atención los llevo
a la Ceiba, a Enciso, al Playón y a Galán
a que miren escombros y ruinas
y todos los muertos que hay sin enterrar.
Los culpables de toda esta tragedia
los tienen con sueldo ¡qué barbaridad!
y llevan fusiles
y hasta gasolina pa’ todo arrasar.
Hoy los pueblos lloran por la ausencia
de buena administración ¡ay, ay, ay, ay!
ya no hacen justicia
y la democracia toda se acabó.
Nuestra Patria se siente agobiada,
pues ya en sus gobiernos no puede confiar,
porque mandan matar a sus hijos
que a Ella le han dado tanta dignidad. (Coro)
De pronto, oí la voz del Comandante que me ordenaba presentarme al instante en su despacho.
-¡A sus órdenes! mi Comandante.—
-Vargas, - me dijo- te he llamado para comunicarte que la Dirección General me acaba de autorizar para ascender al grado de Tenientes a dos de mis mejores Policías Militares y, entre ésos, tú tienes muy bien ganado ese derecho; así que lo único que tienes que hacer es llenar este formulario que pongo en tus manos.- Lleno de emoción, me puse a llenar el formulario, pero cuando llegué al espacio para la filiación política, el Comandante me vio titubear y, al notar que yo pasaba por alto tan importante requisito, me preguntó el porqué de esa omisión:
-Mi comandante –le dije- es que yo soy liberal.-
Esa confesión me bastó para que al día siguiente estuviera de nuevo en la fila, despojado de toda consideración y tildado, además, de conspirador.
Por aquellos días se difundía la noticia de que la Policía Militar iba a ser relevada por una legión de chulavitas, gentes reclutadas en la región norteña de Boyacá, que se caracterizaban por su sectarismo político-religioso, noticia que no tardó mucho tiempo en verificarse, porque a los pocos días fuimos sacados sorpresivamente casi la mayoría de los 700 policías militares con destino a Bogotá, despojados de armamento y demás prendas y hacinados en camiones descarpados y fuertemente vigilados y así, en una sola jornada y sin permitírsenos parar para tomar una gaseosa, llegamos ante la presencia del Coronel Cuervo Araos, que en esos momentos era el Director de la Escuela General Santander, quien, enterado de nuestra situación política, nos recibió con una arenga tan acusadora que por poco nos manda fusilar.
Luego, en lo que a mí respecta, me tocó volver al asfalto, pero en este caso con más temores que antes y con menos porvenir, pues, como si fuera poco lo que me acababa de suceder, me sorprendió la llegada de mi mamá a la ciudad, después de haber acabado con lo que dejé en Armenia, para que yo la siguiera ayudando.
Volviendo un poco al pasado, o sea cuando anduve por la región del viejo Caldas, recuerdo que mis compañeros y relacionados me ridiculizaban, no sólo por mi acento boyacense, sino por ser tan seco el aborigen nombre de Suta, mi tierra natal, y eso me producía tanto enojo que decidí hacer unas coplas para recitarlas antes que empezaran las burlas. Estas coplas con ritmo de torbellino las hice a comienzos de la década del 50, como queriendo con esto suavizar el seco nombre de Suta, y a la vez resaltar sus costumbres:
Coplas Sutanas Torbellino
Yo soy de Sutamarchán,
del ‘mesmo’ “Sutapelao” (bis),
donde se toma la chicha
y se come el maíz ‘tostao’.
y ¡hurra! y ¡ay! si la guabina.
De allá de ‘onde’ son los hombres
del pantalón bien ‘cintao’(bis),
donde se labra la tierra
con los bueyes y el ‘arao’.
y ¡hurra! y ¡ay! si la guabina.
Donde se cantan guabinas
y se pelea mano a mano (bis),
pero no en valentonadas
como hacen los mexicanos.
y ¡hurra! y ¡ay! si la guabina.
De esa tierra boyacense
de mujeres sin ‘pecao’ (bis),
que por muchas que uno tenga
siempre queda ‘provocao’.
y ¡hurra! y ¡ay! si la guabina.
Hembras como la esmeralda
de ese Muzo tan ‘mentao’ (bis),
tan lindas como la Virgen,
tan ‘güenas’ como el cacao.
y ¡hurra! y ¡ay! si la guabina
(Bogotá 1949)
Coplas Sutanas
Luego de esa manera fui superando el complejo del dialecto y de la procedencia; así mis críticos fueron cambiando de postura, pero el problema para el boyacense iba más lejos, porque la mayoría de los paisanos que yo conocía y a los que identificaba con el inconfundible acento, negaban su tierra o esquivaban ser identificados. Por supuesto, ese comportamiento me hizo comprender que había que hacer algo para mejorar nuestra imagen, pero eso era difícil. Sin embargo, en una ocasión en que fui invitado a una fiesta, me aventuré a cantar una canción que acababa de perfeccionar con ritmo de bambuco, cuyo contenido resaltaba de alguna manera el vocabulario campesino de mi departamento y estaba inspirado en una bella campesina que conocí, allá en mi lejana niñez, cuando era ventera de una de las tantas chicherías que había en Villa de Leyva, a quien cortejaban con desmedida avidez todos los mancebos de la época. Su imagen se me grabó para siempre al igual que su nombre: Florinda, el que aproveché como motivo de creación en los tiempos poco gratos de la violencia política al finalizar la década de los cuarenta. Es uno de mis primeros asomos de compositor y la estrené años