Para mi biografía. Héctor Adolfo Vargas Ruiz
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pa´ hacerles fieros a las muchachas.
(Fómeque 1956)
Mis Remolachas
Pasaba un día cualquiera muy cerca del edificio Liévano (Alcaldía de Bogotá) y la curiosidad me llevó a preguntar por la larga cola que se formaba. Un señor me contestó que se trataba de un enganche para ir a trabajar en las diferentes obras de la ciudad, próximas a iniciarse con motivo del Cuarto Centenario de la Fundación de Bogotá. Luego me incorporé a la fila y poco rato después quedé incluido en la planilla de obreros con destino a la carretera circunvalar. Los pagos eran puntuales en las primeras semanas, pero en las siguientes no llegaban sino disculpas pidiendo paciencia, mientras el Gobierno giraba los dineros, hasta que se supo que el contratista había desaparecido, llevándose todo el dinero adeudado, así que volví a quedar sin trabajo y sin recursos.
Bien sabido es que vivir en “La Perseverancia” es vivir en el centro de la ciudad; luego bajar de la carrera quinta, donde yo me alojaba, al parque de San Martín o de Bavaria no demandaba sino un par de minutos. De pronto, en una fecha que se me escapa de la memoria, el radio a alto volumen anunciaba la gran revista militar que para ese día estaba programada con la asistencia del Presidente López y su sucesor Eduardo Santos. Por supuesto, el entusiasmo fue un contagio general, y, en el acto, me encaminé hacia la carrera séptima con la esperanza de poder transportarme al sitio anunciado; pero el trasporte era imposible y por ese “imposible” me salvé de figurar entre el sinnúmero de muertos que dejó ese aviador loco que quiso hacer una proeza, no se sabe si por coger al vuelo una bandera o por matar a las dos figuras del Gobierno y la política.
Amanecer Boyacense Bambuco
Estrofa 1
Dime, niña de alpargatas,
linda cara de lucero,
la de blusa descotada,
tú, la del rosario al cuello
con ese Cristo de plata
que bendice tus dos senos.
Estrofa 2
¿Qué andas haciendo solita
tan temprano en el potrero
sin hacer caso al rocío
que hace perlas en tu pelo?
si para ver tu hermosura
se ha despejado hasta el cielo.
Dame pues la gracia, niña,
de ser yo tu compañero
y, si a ordeñar te han mandado,
te ayudaré con esmero,
pues, mientras la vaca ordeñas,
yo cuidaré del ternero.
Dime, campesina hermosa,
que llevas rosario al cuello
con ese Cristo de plata
que bendice tus dos senos,
¿por qué no me das la gracia
de ser yo tu compañero?
Amanecer Boyacense
Nuevamente de regreso a mi terruño, otro interés no menos importante me llevaba: era el amor secreto que le profesaba a una hermosa niña a quien yo no era capaz de declararle mi pasión, porque su belleza me paralizaba todos los sentidos y opté por seguir el consejo de algunos amigos que me dijeron:
-Si no es capaz de declararle el amor a esa china, regálese para el cuartel que allá le hacen perder el miedo.-
El consejo cuajó, porque, cumpliendo mis dieciséis, llegó el oficial de reclutamiento y, al ver que mi estatura era aceptable, no reparó en la edad y así me enroló entre los conscriptos del Batallón Sucre de Chiquinquirá y a la Guardia de Honor fui a pagar mi servicio como integrante de la Banda de Guerra para hacerle honores al Presidente Santos y a Doña Lorencita.
Un año después fui desacuartelado y regresé nuevamente a mi pueblo a declarármele a mi “hermosísima Dulcinea”, con tan mala suerte que ella ya se había casado. En silencio yo la seguí amando mientras ella vivió y la seguiré amando hasta más allá de mi muerte.
No Te Culpo
He querido olvidarte como tú lo has hecho,
he querido borrarte de mi mente;
olvidar tus recuerdos es mi anhelo
y dejar para siempre de quererte.
He querido olvidarte y sólo ansío
que otra sea la imagen de mis sueños,
porque nunca cumpliste tus promesas,
pagando con desprecios mis desvelos.
Pero ahora, después de tanto empeño,
te confieso, mujer, que estoy vencido,
porque fue tu amor mi cautiverio
y seré para siempre tu cautivo.
Más no por eso a rogarte vengo
a que cumplas promesas que has fingido,
porque sé que tu amor no fue sincero
y no te culpo a ti: culpo al destino.
Cómo Olvidarte
No quisiera quererte, porque me odias,
no quisiera mirarte, por esquiva,
no quisiera seguirte, porque me huyes,
cuando ansioso estoy de que me sigas.
Pero ¿cómo olvidarte, diosa mía?
sí acá en mi pecho estás entronizada,
cómo está para siempre en los altares,
del Señor, la Madre Inmaculada.
Apiádate de mí, sutil princesa,
y alimenta mi vida