Para mi biografía. Héctor Adolfo Vargas Ruiz
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Y en la columna de niebla
que sube por la cañada
parece que se aproxima
la imagen de mi adorada.
Dime, Tequendama cruel
que guardas tantos secretos,
¿qué más te contó la ingrata
y en dónde encuentro sus restos?
Mira que, aunque muerta esté,
siempre sigue siendo mía
desde que la conocí
en La Mesa de Juan Díaz.
Si puedes hablar con ella,
dile que es deseo mío
ser su eterno compañero
allá en el fondo del río.
Un día cualquiera me encontré en un céntrico sector de la capital con un viejo músico de la Guardia de Honor y entre tinto y charla este viejo amigo me contó que en su casa guardaba como vieja chatarra unas pistolas y revólveres incompletos que ya le estorbaban y, entonces, al manifestarle mi interés por verle su guardado, me llevó a su casa, me mostró lo que en realidad era un revoltijo de piezas de armas deterioradas y entrando en negociación las adquirí por la fantástica suma de treinta pesos ($30.oo). En ese mismo instante me trasladé a un taller de armería que quedaba contiguo al Palacio de Nariño por la carrera octava y, armando piezas, el armero logró cotejarme dos pistolas y siete revólveres que, arreglados y niquelados, me salieron a razón de treinta pesos cada uno y, así, de la noche a la mañana, me convertí en comerciante de armas, pues el negocio me resultó tan jugoso que cada vejete lo vendía a quinientos pesos ($500,oo). Así marchaba mi negocio, hasta cuando la Policía me cogió por sorpresa, me decomisó mi mercancía, me condujo a la cárcel, me multó y, desde entonces, quedé en la mira de las autoridades por traficante de armas.
Con la moral por el suelo y sin recursos económicos, me interesé por una invitación radial que la Dirección de la Policía hacía a los reservistas, para que acudieran a la Escuela General Santander a concursar para el ingreso a la Policía Militar, una nueva organización, tal vez con el propósito de borrar la imagen de la Policía Chulavita, y hacia allí me encaminé, porque no tenía más carta que jugar y me sonó la flauta, porque a los pocos días ingresé al curso con 700 hombres más, de donde salimos la gran mayoría con destino a Bucaramanga. Una vez instalado allí, el Comandante, con hojas de servicio en mano, en la distribución que hizo del personal, me destinó a la Secretaría del Comando, en donde me mantenía en permanente contacto con toda la oficialidad.
Aroma de Pomarrosa Bambuco
Estrofa 1
Aroma de pomarrosa
transpiras de tus encantos
y de tu boca sabrosa (bis)
asoma el fuego a tus labios.
Estrofa 2
La luz de tus grandes ojos
vuelve diáfanas las noches
para saciar mis antojos (bis)
y amarte con gran derroche.
Dos opulentas magnolias
me hacen volver a ser niño
para sentirme en la gloria (bis)
bajo tu suave corpiño.
De hormiga santandereana
formáronse tus caderas
y por esbelta y lozana (bis)
está en ti mi vida entera.
Aroma De Pomarrosa
Estando en esta actividad, hubo, no sé con qué motivo, una cordial reunión de oficiales, celebrada con tragos, reunión a la cual fui invitado, pues ya había indicios de que yo tocaba y cantaba; así que pronto apareció un tiple cuando el ambiente estaba comenzando a alegrarse. Después de interpretar mi repertorio, los aplausos y las felicitaciones no se hicieron esperar. Desde aquel instante, las reuniones culturales eran más frecuentes que el trabajo y la simpatía hacia mí mejoraba notablemente sin dificultad para entenderlo, porque para representar artísticamente a la Institución, se me escogía con alguna frecuencia para cantar en Radio Bucaramanga. Así transcurrió algún tiempo, hasta el día en que, tras de unos fuertes quebrantos de salud, me llevaron a internarme en la Clínica Bucaramanga para una apendicetomía. Fue entonces cuando nació la idea de hacer un acróstico para la única niña que me visitó en mi lecho de enfermo, pues yo la galanteaba desde mucho antes y ella con su visita me correspondió, al verme sin acudiente en tierra extraña. Estos son los versos del acróstico:
Évila Galvis
En estas largas noches de interminables horas,
Vencido de dolor, de insomnio y de fatiga,
Inundan mi cerebro recuerdos que algún día
Latentes me dejaran tus gracias seductoras.
Ahora, ¡qué me importa que mi dolor prosiga!
Gustoso esperaría otras noches más largas;
Aún me siento fuerte y así mis esperanzas
Las veo florecer en ti con fe más viva.
Vuelco así mis pesares sobre el mar del olvido, pues
Invocando tu nombre e imagen divina
Siente valor mi alma, siento amor y alegría.
(Bucaramanga, mayo 1949)
Recuperado ya de mis quebrantos, regresé a mi trabajo. El ambiente para mí seguía satisfactorio, más no así para Bucaramanga y para el resto de Santander. Los genocidios, las muertes atroces, la zozobra, la angustia y la desconfianza general iban en ascenso, pues en Bucaramanga, una vez localizadas las futuras víctimas, los sicarios esperaban a que entrara la noche, llamaban a la puerta, desocupaban sus mortales armas en la humanidad de quien saliera a abrir y al día siguiente no se daba abasto de hacer levantamientos de cadáveres, mientras que en los púlpitos, ahincadamente los sacerdotes exhortaban a los feligreses a acabar con los ateos comunistas, enemigos de la iglesia.
Cuatro Lustros Parodia de Cuatro Milpas Valse Víctor Cordero Aurecoechea
Estrofa
Cuatro lustros tan sólo han pasado
del gobierno que era mío ¡ay, ay, ay, ay!