Las razones del altermundismo. David Montesinos

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Las razones del altermundismo - David Montesinos

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como alternativa a la resignación extendida por los dirigentes mundiales, empeñados en convencernos —contra los principios mismos de la política— de que la globalización liberal es un fenómeno irremediable y que no existen otras opciones. El FSM surgió cuando se hizo evidente que la hegemonía se había trasladado desde la representación política y las maquinarias institucionales hacia los mercados financieros, las corporaciones transnacionales y los megagrupos mediáticos. Débiles o incluso cómplices, los partidos de izquierda y otros organismos fundados para practicar el contrapoder han abandonado una escena en la que solo aparecen como fantasmas útiles. Es imprescindible la emergencia de un poder civil tan global como las fuerzas que disponen los nuevos amos del mundo: las contracumbres que se inician en Seattle son los primeros pasos en la senda de un nuevo modelo mundial de democracia.

      Todas las medidas propuestas por Ramonet se inician por la necesidad de desactivar el poder de las finanzas. Como sabemos, la organización ATTAC (Asociación por la Tasación de Transacciones Financieras y por la Acción Ciudadana) surgió con el objetivo de crear grupos de presión para imponer la llamada tasa Tobin. Esta pretensión parece haber perdido fuerza en los últimos años tal y como fue formulada inicialmente, pues la velocidad a la que se producen los movimientos especulativos hace problemática su aplicación, al menos como fue propuesta por el neokeynesiano James Tobin en 1971. No se ha abandonado —y eso explica la supervivencia de ATTAC— la propuesta de gravar los intercambios financieros y las rentas del capital, medidas a las cuales se añade el combate encarnizado contra los paraísos fiscales, sumidero de las grandes rentas y del dinero negro por los que se deslizan las economías del mundo hacia una catastrófica desigualdad.

      En diferentes ocasiones, Ramonet ha insistido también en la necesidad de distribuir tanto el trabajo como las rentas. Es uno de los pioneros en la propuesta de la después llamada renta básica, que se concedería a cada individuo desde su nacimiento, independientemente de las circunstancias en las que haya ocurrido. Se incluye la condonación de la mayor parte de la deuda de las naciones pobres, la promoción de las economías basadas en recursos locales, el comercio justo, la protección de los indígenas, las leyes en contra de la discriminación de la mujer, los tribunales internacionales, la sanción por contaminación, etcétera. «Utopías hasta ayer, convertidas en objetivos políticos concretos para este siglo XXI que comienza» (Ramonet, 2012, p. 184).

      ¿Y Naomi Klein? No podemos ignorar sin más su aportación en el tema de las alternativas al capitalismo. Lo interesante de sus escritos, artículos o intervenciones públicas radica más en las propuestas estratégicas que en las demandas porque, entre otras cosas, las incertidumbres y la controversia tienen que ver mucho más con la cuestión de cómo alcanzar poder que con la de las medidas para propiciar una sociedad más justa y con mayor libertad y bienestar.

      Definida por algunos como defensora del socialismo democrático, Klein se ha expresado a menudo en contra de todas las formas de nacionalismo con las que las comunidades han reaccionado a la globalización. Los éxitos electorales de personajes como Le Pen, Trump o Bolsonaro, el sorprendente triunfo del brexit, o las interminables discusiones sobre proteccionismo o globalización en las instituciones internacionales del comercio dan a pensar que los marcos estatales seguirán siendo una referencia válida. Pero, irremediablemente, las viejas demandas locales referentes a derechos laborales, libertades o protección medioambiental han de aspirar a trasladarse a instancias extranacionales. Lejos de la panoplia del «Prohibido prohibir», asociada al libertarismo de los sesenta, la tarea consiste en establecer reglas a nivel global que protejan los derechos civiles.

      Ahora bien, dentro de esa tensión entre lo local y lo global, que afecta de lleno al movimiento de la alterglobalización, Klein considera vital descargar, sobre las comunidades, la capacidad de tomar decisiones. Las reuniones del Foro Social Mundial, las contracumbres y las manifestaciones o performances con evidente intención mediática generan un efecto de cohesión que puede ser muy frágil e insuficiente para eludir el mal de la dispersión, pero nada debe alejarnos del principio de que solo se puede luchar contra las transnacionales desde campos diversos. Es normal, entiende Klein, que en el seno del movimiento surja la duda entre intensificar la jerarquización o la descentralización, que son obviamente principios opuestos, pero al menos sabe con certeza que, mientras la resistencia global sea multicéfala, será mucho más difícil descabezarla.

      En este sentido, detectamos la existencia de vínculos entre lo que propone Klein y la visión de un marxista de formación posmoderna como Antonio Negri7. No obstante, y al contrario que Negri y otros autores relevantes como Bensaïd o Zizek, Naomi Klein no se ha proclamado nunca comunista. Su línea se aleja de los procedimientos de toma del poder característicos de las teorías revolucionarias clásicas, ya que solo desde la descentralización del poder se hace posible combatir en todos los terrenos con el capital globalizado.

      Eso explica la simpatía de la periodista canadiense por fenómenos como el de los centros sociales, que considera fueron decisivos en la contracumbre de Génova. Con una actividad cada vez más visible en ciudades de Europa, estos colectivos ocupan casas deshabitadas y tratan de ofrecer a la gente servicios que deben ser imprescindibles en toda comunidad, pero que el capitalismo ha mercantilizado. Obviamente, esa convicción incluye un desmarque enérgico respecto al rol actualmente desempeñado por los Estados. Klein y, en general, el FSM desconfían del Estado por las mismas razones que lo hace una masa creciente de la población en todo el mundo: los profesionales de la política viven más alejados que nunca de las preocupaciones reales de los ciudadanos. Además de acosar policialmente a los disidentes o a los inmigrantes, las instituciones se muestran impotentes para solucionar problemas tan graves como el paro o la gestión de los recursos naturales, sin olvidar la dinámica de recortes en servicios esenciales como educación o salud. Solo desde el reforzamiento de los poderes locales, se hace posible —según Klein— impedir que los beneficios económicos vayan casi exclusivamente a las multinacionales. Se trata de otorgar poder a las poblaciones que viven los verdaderos problemas sobre el terreno; es esencial que dichas comunidades sean capaces de autodeterminarse.

      En conclusión, el gran reto del movimiento de la alterglobalización es realizar coordinaciones entres los activistas que se reúnen en el Foro Social Mundial y las comunidades que pelean en espacios locales. El desafío es alcanzar un marco político que pueda articular los dos frentes, pero tal empresa solo es sólida si es que los distintos colectivos son apoyados en los conflictos específicos en los que trabajan.

      Así, más que sumarse a las demandas conocidas y que otros autores suelen hacer explícitas, lo que plantea Naomi Klein es dar voz a las personas sin techo, a las fuerzas que luchan en Asia y otros lugares contra la precarización laboral y el trabajo esclavizador, a las organizaciones que denuncian la violencia policial, a los inquilinos que se asocian contra la gentrificación y las subidas de los alquileres, a quienes exigen medidas contra el hacinamiento carcelario, a quienes se manifiestan contra el cierre o la privatización de escuelas u hospitales públicos, a los que se asocian para demostrar que los acuíferos se salinizan y peligra la provisión de agua... Todo esto es lo que significa, desde los textos de Naomi Klein, la consigna «Piensa globalmente y actúa localmente».

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