Las razones del altermundismo. David Montesinos

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Las razones del altermundismo - David Montesinos

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por la falta de militancia y sufren colosales fugas de masa electoral. Estamos en una sociedad de consumo, y eso genera distancias a veces insalvables entre las minorías que se manifiestan —aunque alcancen las 300 000 personas, como en Génova— y una comunidad que permanece misteriosamente indiferente a procesos que la amenazan. En realidad, el movimiento es una creación paciente, lenta y laboriosa, mientras las contracumbres o los campamentos de indignados son más bien su puesta en escena, la exhibición mediática de sus signos.

      La creación del Foro Social Mundial, inicialmente llamado Foro de Porto Alegre (ciudad donde celebró sus tres primeras ediciones y también la quinta), supone el paso de la protesta a la construcción de un tejido estable de debate y de propuestas. Fue rotulada por Ignacio Ramonet —uno de los grandes artífices del FSM y autor de su eslogan «Otro mundo es posible»—, quien no duda en considerarla una «Internacional rebelde», y sitúa en su nacimiento el verdadero principio del siglo XXI.

      No para protestar como en Seattle, Quebec, Génova y otros lugares, contra las injusticias, las desigualdades y los desastres que provocan en todo el mundo los excesos del neoliberalismo. Sino para intentar, esta vez con espíritu positivo y constructivo, proponer un marco teórico y práctico que permita proponer una mundialización distinta y afirmar que es posible otro mundo menos inhumano y más solidario. (Ramonet, 2012, p. 120)

      Naomi Klein comparte este planteamiento: en algún momento el movimiento debía dejar de decir contra qué estaba y elaborar sus propuestas. El entusiasmo de la periodista es, sin embargo, más matizado que el de Ramonet. En sus primeras ediciones, el foro fue sumamente interesante, pero también caótico. Se llenó de celebridades y no fue capaz de llegar a un consenso sobre la cuestión clave: cómo operar para tratar que sus propuestas se llevaran a cabo. Por una parte, se hablaba de formar un gran partido con carácter internacional que ofreciera al electorado de todo el mundo una visión unitaria del movimiento; por otra parte, muchos seguían aferrados a la idea de la acción local y directa a favor de la autogestión de los colectivos y de la diversidad cultural. Al respecto, en Vallas y ventanas, Naomi Klein concluyó que, más que el apoyo a un gobierno mundial, lo que se salió de Porto Alegre fue una red internacional de iniciativas elegidas mediante democracia directa, y basándose en el principio de «actuar localmente», pues, en caso contrario, lo que puede resultar de las reuniones del foro es la confusión.

      En este sentido, no es gratuito referirse al riesgo de desvertebración que, según un marxista sin ambages como Daniel Bensaid, afecta seriamente al movimiento. La aportación de este autor es relevante porque, además de ofrecer una lúcida visión del problema, polemiza sobre los riesgos del movimiento cuando, en 2010, cinco años después de Vallas y ventanas, el foro tenía una década de vida. El mensaje de Bensaid es que resulta imprescindible articular las respuestas desde la base del partido político; de lo contrario, se cae en la intransitividad y el destino del movimiento es disolverse en la inoperancia.

      Una política sin partidos (cualquiera que sea el nombre —movimiento, organización, liga, partido— que se le dé) conduce así a una política sin política: tanto a un seguidismo sin proyecto hacia la espontaneidad de los movimientos sociales como a la peor forma de vanguardismo individualista y elitista o, finalmente, a una renuncia política en beneficio de una postura estética o ética. (Bensaid, 2004a, p. 174)

      Sí hay alternativas

      Estamos habituados a que la imputación de radicalismo se asocie a la de la incapacidad para ofrecer alternativas. Este planteamiento, al menos en el caso de los protagonistas del Foro Social Mundial, no puede estar más lejos de la realidad. Es más, si de algo se viene debatiendo en instituciones internacionales de participación ciudadana, es precisamente de alternativas: de sus consecuencias positivas y negativas y, en especial, de las vías para realizarlas. A continuación, nos referiremos a tres de los personajes más influyentes que se han vinculado desde su origen con el FSM: Susan George, Ignacio Ramonet y, por supuesto, Naomi Klein.

      Susan George, autora clave en la historia del movimiento alterglobalizador, alerta, en su célebre Informe Lugano, sobre el riesgo de creer que una buena explicación de lo que debemos hacer basta por sí sola para convencer a los poderosos de que la realicen. Sería como si los artífices del apogeo liberal que hemos vivido descubrieran, de pronto, que han estado equivocados y que les faltaba una argumentación fundamentada para descubrir que llevábamos tres décadas en vía equivocada. Entonces hubieran pensado que sus planes han fracasado. Pero es justamente al revés. Desde que el thatcher-reaganismo proyectó acabar con el tan revolucionario Estado social, hemos visto cómo, bajo la presión del Banco Mundial o del Fondo Monetario Internacional, se han privatizado enormes sectores de la economía de todos los países del mundo. Además, se han incrementado las desigualdades entre países —peor aún, entre ciudadanos de cada país—, se han multiplicado las deudas de los Estados y las personas, se ha liberado a las grandes corporaciones de todo tipo de trabas a sus operaciones comerciales, etcétera. La llamada, en su momento, revolución conservadora ha sido un enorme éxito; por eso, la cuestión no es alumbrar recetas que han sido muchas veces enunciadas, sino obtener el poder para realizarlas, lo cual empieza por identificar a los enemigos y neutralizar su capacidad de actuación.

      El capitalismo transnacional no puede detenerse. Con las empresas transnacionales y los flujos financieros sin inhibiciones se ha alcanzado una especie de fase maligna que seguirá devorando y eliminando recursos humanos y naturales aun cuando debilite el propio cuerpo —el propio planeta— del que depende. (George, 2008, p. 240)

      Ha sido un éxito… Sí, pero el escenario que aboca esta dinámica a la humanidad es trágico y demanda un ejercicio de resistencia masivo, urgente y organizado. No es una empresa cualquiera.

      Ante unas empresas transnacionales inmensamente poderosas, opacas, totalmente irresponsables y ante las estructuras de gobierno globales que están estableciendo para servir a sus intereses, la carga con la que debemos caminar el siglo que viene es nada menos que la invención de la democracia internacional. [...] Como nuestros antepasados, debemos dirigirnos desde la condición de súbditos hasta la de ciudadanos, pasar de ser víctimas a ser actores de nuestro destino. (George, 2008, p. 241)

      Es relevante recalcar la trascendencia que para Susan George tiene la acción global, lo cual nos hace intuir que, dentro de la célebre consigna atribuida a los alterglobalización —«Piensa globalmente, actúa localmente»—, la autora tiende a descargar menos peso sobre el segundo aspecto. No es que sea inútil actuar localmente, sino que, en contra de la tendencia anarquista asociada a los activistas de las contracumbres, solo desde la maquinaria estatal se puede actualmente establecer la mediación entre los ciudadanos y el operativo transnacional. Sin abandonar esa perspectiva, lo que verdaderamente constituye la tarea histórica del momento es la configuración de una globalización alternativa.

      Ante ello, el objetivo prioritario es seguir la pista del dinero. Como demuestra la Gran Recesión y el consiguiente austericidio, que implicó por ejemplo en la Unión Europea la confiscación del patrimonio de la ciudadanía para rescatar a unos bancos irresponsables y, en muchos casos, dedicados al bandidaje, las cargas tributarias se dirigen al dinero inmóvil, es decir, el de empresas y asalariados locales. El capital móvil o nómada de los sectores financieros y las grandes corporaciones debe ser recaudado a través de medidas de fiscalización de los intercambios financieros, que, según George, hay que gravar para recuperar servicios públicos, combatir la miseria y detener la devastación medioambiental. Esto supone generar una inmensa presión ciudadana sobre los Gobiernos a nivel global con el objetivo de repartir las cargas tributarias de forma equitativa. En la conclusión del Informe Lugano, Susan George asevera que sí hay elección; además, señala lo siguiente:

      El viejo principio es aplicable en el ámbito internacional: gravar lo menos deseable y desgravar lo más deseable. Desgravar el empleo y los ingresos, gravar la contaminación y los residuos para obligar a las empresas a que sigan el camino medioambiental correcto. (George, 2008, pp. 245-246)

      El

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