Inspiración y talento. Inmaculada de la Fuente

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Inspiración y talento - Inmaculada de la Fuente

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en la que vivía la madre de Clara Campoamor y ambas familias se trataron con afecto. Pilar Lois era hija única y sus padres gozaban de mejor posición que los Campoamor, pero su madrina siempre le insistió en que fuera a la universidad. «Ya sabes, o estudiar o el dedal», le decía de forma gráfica. La frase sintetizaba su propia experiencia.

      A pesar de sentirse guarecida como en casa propia en Argentina, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Campoamor viajó varias veces a España con la idea de regularizar su situación. De entrada sabía que el régimen franquista le había separado de su empleo de funcionaria en el Ministerio de Instrucción Pública y que le habían incautado archivos y muebles en el último piso que habitó en Madrid y en el que tenía su despacho, en la plaza de la Lealtad. El primer viaje fue en las navidades de 1947 y llegó a Madrid en avión. Apenas avisó a nadie de su llegada y se alojó en casa de la doctora Soriano, en la calle Mayor de Madrid. Fagoaga y Saavedra indican en su biografía sobre la sufragista que fue una estancia de varias semanas en la que Campoamor se reencontró con amigos y averiguó que el principal escollo legal para su vuelta era haber pertenecido a la masonería, pero no llegó a realizar ningún trámite ni se decidió a ir a declarar. Regresó a Buenos Aires y dejó estas gestiones para un segundo viaje, a principios de los años cincuenta. Neus Samblacat sitúa a Campoamor en España a finales de 1952 o principios de 1953 apoyándose en una carta de la abogada a Gregorio Marañón, residente ya en Madrid, con fecha de 19 de octubre de 1952, en la que le anuncia un próximo viaje en el que se comunicará con él en cuanto llegue «en la esperanza de entrevistarle hacia diciembre o enero próximos». En esta segunda tentativa se hospedó en un hotel de la Gran Vía, y mediante una carta de presentación de su amiga Concha Espina, cercana al régimen franquista, acudió a las autoridades del Tribunal de Represión de la Masonería. Los funcionarios le dieron la mala noticia de que, para residir en España, tenía que asumir doce años de cárcel si no facilitaba nombres de otros masones y adjuraba en el obispado de anteriores declaraciones anticlericales. Su reacción inmediata fue volver al hotel a recoger su equipaje y marchar en taxi a Barajas para volar a Buenos Aires. Otras fuentes, sin embargo, sostienen que Campoamor ya conocía, al emprender este segundo viaje, su situación legal y los cargos que se la imputaban. Además de su posible entrevista con Marañón, la feminista visitó el 25 de febrero de 1953 al notario Rafael Núñez Lagos para que le gestionara la hipotética reincorporación a la Administración como funcionaria en el caso de que pudiera volver. Para ello otorgó en la misma fecha un poder notarial al abogado Nicolás Pérez Serrano, amigo suyo, para que actuara en su nombre tras regresar ella a Buenos Aires después.

      En puridad, no había un procedimiento en marcha contra ella ni había sido procesada como les había sucedido a Martínez Barrio u otros republicanos masones, pero el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo le había abierto un expediente en base a denuncias o alusiones en prensa en las que se hacía referencia a haber asistido a la logia Reivindicación. Como consecuencia, existía desde noviembre de 1941 una orden de detención contra ella. Era esta orden de detención en puestos fronterizos la que se veía obligada a sortear mientras no se anulara. Ya desde Buenos Aires escribió a Nicolás Pérez Serrano y le confesó su «propósito vehemente» de volver a España. En esta carta, publicada en la reedición de Clara Campoamor, la sufragista española, la abogada le explica que, si se solucionara la parte legal, su amigo Mariano González-Rotwoss, jefe de la Sección de Emigración del Ministerio de Trabajo, la reclamaría como funcionaria, al haber tenido un empleo de administrativa en el Ministerio de Instrucción Pública desde 1921. Con la carta le adjuntaba un informe de su vida laboral en caso de que tuviera que jubilarse como funcionaria de Telégrafos, profesora especial de Adultas o como administrativa. A pesar de estas gestiones, la situación siguió encallada.

      En marzo de 1955 hubo un tercer viaje por avión a Madrid, cuando Campoamor ya había decidido abandonar Argentina. Aunque asentada, vivió la irrupción del peronismo como una amenaza. Algunos problemas de salud agudizaron su incertidumbre y su afán de volver a Europa. En una carta a su amiga Consuelo Berges de 6 de noviembre de 1957, recogida en la última edición de la biografía de Fagoaga y Saavedra, recuerda que uno de los motivos por el que se planteó dejar Argentina, a pesar de sus buenas perspectivas profesionales y sociales, fue «el estado de salud en que me encontré después de los terribles ocho meses de enfermedad espantosa de Emina, y cuyo estado creo que apreciarías bien cuando recalé ahí». Al parecer en este tercer viaje a España declaró voluntariamente que había pertenecido a la masonería desde 1932 a 1934 y que había salido «de la España roja el 28 de agosto del 36». No hubo avances y volvió a Lausana. No era allí donde deseaba vivir, pero estaba en el corazón de Europa y era un sitio seguro, ya que su buena amiga Antoniette Quinche y su familia le abrieron de nuevo las puertas de su casa.

      Después de instalarse momentáneamente en Lausana, el 4 de noviembre de 1955 realizó una última tentativa de regresar en tren a España por Irún. Pero antes de pasar la frontera quiso cerciorarse de que se había levantado la orden de detención contra ella y telefoneó a sus familiares y amigos de San Sebastián. Estos no obtuvieron garantías de que no fuera a ser detenida, por lo que le aconsejaron que desistiera. Algunos investigadores apuntan a que en 1958 hubo una petición posterior por vía consular para aclarar su situación, pero la realidad es que Campoamor se quedó en Lausana: colaboró como abogada en el bufete de su amiga Quinche, impartió conferencias y un curso de literatura española, asistió a foros jurídicos y volvió a hacer traducciones. Leía mucho, según le escribía a Consuelo Berges, y frecuentaba varias bibliotecas para estar al día. Pero se sentía asfixiada en una sociedad tan contenida como la suiza.

      Amigas de juventud, Campoamor vuelca, en su correspondencia con Berges, sus deseos, desengaños y expectativas. La carta de 6 de noviembre de 1957 reúne sabias reflexiones y constituye un relato muy vivo de su estancia en Lausana:

      Salvo trepar las cuestas de esta mansa ciudad (Lausana), que me fastidian a causa de la presión, o de echar a correr por las calles, la verdad es que me encuentro en las mismas condiciones briosas que cuando tenía treinta años y, si en mi mano estuviera, volvería a fundar asociaciones, dar conferencias, luchar en el foro, etcétera, todo lo que ha sido mi vida anterior.

      Su verdadera vida. «Para vencer ese terrible descorazonamiento, me he lanzado a escribir un libro que titulo Con las raíces cortadas, por lo que supondrás su contenido: un buceo doloroso en todo mi pasado». Una carta llena de confesiones en la que concluye:

      Cuando me entrego a escribir sobre el pasado y veo cómo ha sido segado a raíz el fruto de tantísimos esfuerzos, una rabia ciega se apodera de mí y no sé qué sería capaz de hacer. Tú, que te has reído siempre de toda ambición, acaso no me comprendas, pero somos hijos y víctimas de nuestro temperamento y nada podemos contra él.

      María Telo se encontró cara a cara con Clara Campoamor en Bruselas en 1958. Telo asistía por primera vez a un Congreso de la Federación Internacional de Mujeres de Carreras Jurídicas con la abogada Julia Cominges. Allí estaba Campoamor igual de combativa y generosa. Añoraba España, además. La correspondencia de la veterana abogada con ambas juristas creó un puente personal y profesional entre ellas. «Ustedes me hace añorar esa juventud batalladora, entre la cual me movería yo muy a gusto… siempre que se pudiera batallar», le dice a Telo. Bien sabía ella, como había escrito en La revolución española vista por una republicana que una dictadura es fácil de imponer pero muy difícil salir de ella. En esta correspondencia brillan la ironía y ciertas ráfagas de juventud, mientras que en sus largas cartas con Berges se transparentan sus heridas íntimas.

      A Consuelo Berges también le comentaba en noviembre de 1957 lo diferente que había sido su estancia en Argentina, donde se encontraba en casa propia por compartir la lengua materna, en contraposición a su difícil adaptación a la vida suiza, a pesar de hablar y entender francés. Le cuenta que se ha hecho socia de tres bibliotecas, a falta de una vida social más activa, y que parte de sus lecturas están relacionadas con las colaboraciones que mantenía aún en Argentina. «En mi vida he leído tanto», sintetiza para explicarle que sentía limitada su

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