Inspiración y talento. Inmaculada de la Fuente

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Inspiración y talento - Inmaculada de la Fuente

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tras pactar con la CEDA, y la represión de la revolución de Asturias, en 1934, la empujaron a dimitir y a la postre a dejar el partido en febrero de 1935. Mientras se formalizaba su dimisión de la Dirección General de Beneficencia, le pidió a Lerroux encargarse solamente de los huérfanos de las víctimas de la represión a través de la Organización Pro Infancia Obrera. Al llegar a Asturias comprobó la desproporción de las actuaciones políticas y militares. Intentó alejarse momentáneamente de España y refugiarse en Ginebra con la idea de realizar un trabajo sobre el seguro escolar obligatorio, pero no hay datos de que llegara a materializarse ni de que se desplazara fuera. Tras dejar el partido, solicitó el fin de la excedencia en el Ministerio de Instrucción Pública y volvió a disponer de su puesto de profesora de Mecanografía y Taquigrafía.

      Una liberal a su aire

      En la carta de dimisión a Lerroux, manifiesta su decepción por la polarización del partido.

      De error en error camina hacia simas de responsabilidad el Partido Radical. De espaldas a su programa y a la misma vitalidad de la República. Con mi actitud yo he procurado advertir el peligro y llamar a la reflexión. Todo fue inútil. Me restaba plantear el caso democráticamente en la Asamblea del Partido. Mas a estos efectos el Partido no existe.

      Este final abrupto, aunque coherente con sus ideas, iba complicar su futuro.

      Acostumbrada a tomar sus propias decisiones, no analizó sus consecuencias ni supo anticipar que la marcha del Partido Radical iba a suponer su muerte política. Su espacio ideológico era el republicanismo liberal y centrista, aunque este sea un concepto fronterizo, y sabía que, para sobrevivir, tenía que ir hacia la izquierda moderada, tras el fiasco sufrido con el Partido Radical. A pesar de tener buenas relaciones con muchos socialistas, desconfiaba de algunos de sus líderes casi tanto como de la CEDA. No hay que olvidar que el PSOE, nacido como partido obrero y de clase, aunque atrajera muy pronto a la burguesía culta y contara con un ala moderada que representaba Julián Besteiro, ocupaba en la práctica la izquierda del hemiciclo (el PCE era minoritario y había surgido de una escisión radical del propio partido fundado por Pablo Iglesias Posse). Por su trayectoria, Campoamor era muy sensible a la cuestión feminista, pero, a pesar de ser una luchadora y de ser consciente de que venía de abajo, no se identificaba necesariamente con la clase obrera, sino con la pequeña burguesía en apuros. En cierto modo era una desclasada. Sus señas de identidad política eran eclécticas. Se desconoce si llegó a sopesar si la aceptarían en el PSOE, teniendo en cuenta su anterior militancia en el partido de Lerroux. Lo cierto es que decidió llamar a la puerta de su antigua organización, Izquierda Republicana (las nuevas siglas del partido azañista). Para ella era volver a los orígenes, ya que tenía buena relación con algunos antiguos compañeros. Solicitó el ingreso a través de Santiago Casares Quiroga y este le aconsejó que desistiera, ya que no contaba con suficientes apoyos en la organización. Su marcha al partido de Lerroux y sus críticas a Azaña por su actitud ante el sufragio femenino no se habían olvidado. Aun así, mantuvo su petición. Segura de sí misma y combativa, consideraba que tenía derecho a volver, dado que las circunstancias habían cambiado. Su solicitud fue desestimada por 183 votos en contra frente a 68 a favor. A pesar de su buena reputación como parlamentaria, aquellos varones republicanos recelaban de su independencia de criterio. Estaba sola. Republicana sin partido, en Mi pecado mortal, el voto femenino y yo, publicado en junio de 1936, unas semanas antes de que estallara el golpe militar, sostiene que defender los derechos femeninos, siendo mujer, era un deber indeclinable y que pagó un alto precio por ello. «Defendí esos derechos contra la oposición de los partidos republicanos más numerosos del Parlamento, contra mis afines [...]. Finada la controversia parlamentaria con el reconocimiento total del derecho femenino, desde diciembre de 1931 he sentido penosamente en torno mío palpitar el rencor», escribió. Y al evocar el histerismo de los diputados que se opusieron al sufragio femenino en aquellos días, ironizó: «Pobres hombres políticos, aferrados a la esperanza de que nada se transformara en el país, a que nada evolucionara, a que nada ni nadie se despertara espiritualmente y caminara hacia el porvenir».

      Política sin partido, no perdía ocasión de salir fuera y participar en foros jurídicos o feministas internacionales. Se encontraba en Londres cuando se produjo el triunfo electoral del Frente Popular en febrero de 1936. Gobernaría de nuevo la izquierda, lo que demostraba que las mujeres en su conjunto no habían sido las responsables directas de los resultados electorales en el 33. Antes de las elecciones había intentado participar en la coalición del Frente Popular representando a Unión Republicana Femenina, pero al no ser admitida, se desligó de la campaña y los resultados. El 11 de junio de 1936, el periódico El Sol anunciaba un folleto dedicado a la sufragista al que se había adherido una importante representación de mujeres de todas las ideologías, desde María de Maeztu y Concha Espina, a María Lejárraga, Elena Fortún, Victorina Durán, Josefina Carabias, Magda Donato, Matilde de la Torre, Trudy Graa de Araquistain, Luisa Carnés y María Teresa León. Gran parte de las socias del Lyceum Club, más sus compañeras Matilde Huici y Concha Peña y su amiga Benita Asas Manterola. No estaban Victoria Kent y Margarita Nelken. Ese mismo mes escribió para El Sol un artículo de tipo jurídico, El derecho de la mujer, por lo que el homenaje promovido por el periódico podría estar relacionado con su presencia en sus páginas. Otro artículo en la misma línea lo redactó para la Revista de Derecho Constitucionalista en Francia. Fue un mes prolífico en que se concentraron diversas publicaciones, como si la abogada cerrara sin saberlo una etapa. La misma editorial donde editó Mi pecado mortal, el voto femenino y yo recopiló en un volumen sus conferencias de los últimos años, entre ellas una que alertaba sobre la incapacidad jurídica de la mujer casada con un título expresivo y nítido: «Antes que te cases (El derecho privado)».

      Al estallar la sublevación militar de julio de 1936 que, al no triunfar en todo el territorio ni ser sofocada completamente, derivó en Guerra Civil, Campoamor fue consciente de que no contaba con apoyos personales explícitos dentro de la legalidad ni menos aún en el bando de los sublevados. En esas fechas tenía entre manos un libro sobre los logros de las mujeres, pero lo abandonó ante aquel presente sin certezas, tenebroso. Desde el Madrid sitiado por las tropas franquistas, presenció o escuchó excesos por parte de los comités revolucionarios que, aunque apoyaban al Gobierno, mantenían unas cuotas de poder y discrecionalidad extremas que debilitaban a la España republicana. Decidió marcharse fuera de España con su madre, octogenaria, y su sobrina Consuelo, de 14 años, hija de Ignacio, a finales de agosto. Pero no consiguió billetes en el buque argentino previsto y en septiembre de 1936 tomaron en Alicante un barco de bandera alemana que iba en dirección a Italia, desde donde continuarían a Suiza. El viaje en barco estuvo lleno de complicaciones: unos pasajeros de simpatías falangistas la reconocieron y tras sopesar atentar contra ella (por haber defendido la ley de divorcio de 1932) e incluso tirarla al mar, decidieron no actuar durante el viaje por deferencia al capitán y denunciarla por radiograma al comité español fascista y a la policía italiana. Retenidas al llegar a Italia, Campoamor desplegó su dialéctica y argumentó que, si bien no era fascista (ni comunista), confiaba en que no fuera obligatorio abrazar el fascismo para atravesar Italia rumbo a Suiza. Las dejaron libres a las pocas horas. Tras hacerse eco de este episodio (en La revolución española vista por una republicana), Campoamor remite al lector a una información aparecida en diciembre de ese año en el periódico carlista El pensamiento navarro, firmado por Anjubad (o Anjubar), que detalla las vicisitudes de su viaje en barco y las aviesas intenciones de atentar contra ella de algunos pasajeros. El vespertino La Voz del 15 de diciembre y al día siguiente La Libertad y La Vanguardia se hicieron eco de la información aparecida en El pensamiento navarro. Probablemente, Campoamor se enteró a través de alguno de estos periódicos madrileños o a través de sus amigos.

      En Lausana les acogió la familia de la abogada Antoniette Quinche. A pesar de su hospitalidad, la española decidió explorar la posibilidad de afincarse en Argentina. Lo que no imaginaba es que acabaría viviendo allí diecisiete años, desde 1938 a 1955.

      Antes de partir a Buenos Aires, dejando a su madre al cuidado de la familia Quinche, que la acogería hasta su muerte, publicó

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