Inspiración y talento. Inmaculada de la Fuente
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Como una flecha
Sus ideas feministas se forjaron en el entorno del Ateneo y afloraron después en sus artículos de prensa y en la Asociación Femenina Universitaria y la Real Academia de Jurisprudencia, en la que ingresó al terminar Derecho. Aunque la abogada María Telo consideraba que su feminismo y su sentido de justicia eran innatos. En 1920 la marquesa del Ter, Lilly Rose Schenrich, ya la tuvo en cuenta al invitarla a la recepción que ofreció en honor de la uruguaya Paulina Luisi, médico de profesión y representante de Argentina, Paraguay y Uruguay en el Congreso Feminista Internacional de Ginebra. Desde este encuentro Clara Campoamor apreció y admiró a Paulina Luisi y mantuvo con la feminista uruguaya una fructífera correspondencia que se interrumpió por sus diferentes interpretaciones sobre la derrota republicana en la Guerra Civil. Campoamor dedicó a Luisi un artículo en Hoy, que quizás escribieran juntas porque, según Luis Español, contiene expresiones diferentes del estilo habitual de la feminista española. En 1922 Campoamor se unió a la doctora Elisa Soriano para fundar la Sociedad Española de Abolicionismo, dedicada a combatir la prostitución y la trata de blancas. Ella misma participó con Soriano y María Lejárraga en varios actos para presentar y difundir la Sociedad, a la que se incorporó después la socialista Matilde Cantos. Su objetivo era poner al día la legislación «en lo relativo a los problemas sexuales y al delito sanitario». Pero un año después, en 1923, dimitió por discrepancias con la Junta Directiva.
Fue la segunda mujer en colegiarse como abogada, tras Victoria Kent. Matilde Huici sería la tercera. La cuota a pagar para colegiarse debió pesar en el presupuesto de Campoamor, por lo que solicitó su dispensa al Colegio de Abogados y le fue concedida. Como jurista mantuvo un papel activo en la Academia de Jurisprudencia, junto con la abogada Concha Peña y, en 1928, fue elegida académica-profesor de esta institución. Su faceta de abogada se centró en casos, entonces novedosos, relacionados con la investigación de la paternidad y la incapacitación jurídica de la mujer casada. Al llevar la defensa de una mujer que reclamaba la investigación de paternidad tras haber quedado embarazada, se enfrentó a Niceto Alcalá Zamora, abogado de la parte contraria, en el Tribunal Supremo. La letrada no se resignó a perder el caso que su cliente había ganado ya en una instancia anterior y, al tener que rebatir el débil argumento basado en la imposibilidad fisiológica de que un hombre de 59 años engendrase un hijo, replicó que asumía su imposibilidad femenina de determinar el vigor masculino de un cincuentón en el encuentro sexual, pero dejaba a los sesudos varones de la sala que lo determinaran. El abogado contrario se tomó la cuestión como algo personal y aludió a que había engendrado varios hijos. Fuera del estrado, Campoamor le fue a saludar y le encontró molesto, pero acabaría perdonándole su osadía. La notoriedad alcanzada por Campoamor contribuyó a que le pidieran que fuera a dar sendas conferencias sobre la investigación de la paternidad y la mujer ante el Derecho en el Ateneo de Barcelona en febrero de 1927, invitada por Acción Femenina; unos días antes también había disertado en la Casa del Pueblo de Barcelona sobre El código del trabajo.
Tenía su despacho de abogada en el número 11 de la plaza de Santa Ana, donde vivía, y, cuando se aprobó la ley de divorcio, llevó dos casos de enorme repercusión social: el divorcio de Concha Espina de su marido Ramón de la Serna y Cueto, y el de Josefina Blanco, esposa del dramaturgo Ramón María del Valle-Inclán.
Los foros internacionales feministas o jurídicos dieron una nueva dimensión a su trayectoria y le hicieron comprender la importancia de las alianzas transnacionales. A comienzos de 1928 intervino en el XI Congreso Internacional de Protección de la Infancia celebrado en Madrid y poco después fue nombrada delegada del Tribunal Tutelar de Menores. En ese ámbito coincidió con sus colegas Victoria Kent y Matilde Huici, aunque esta era la verdadera especialista en Tribunales de Menores. En junio de 1930 fue ponente en el I Congreso de la sección española de la Unión Internacional de Abogados. Convencida europeísta, como Carmen de Burgos, a finales de 1929 había creado, con Isabel Oyarzábal, Carmen Baroja y otras mujeres del Lyceum Club, la Liga Femenina Española por la Paz. La iniciativa perseguía integrarse en la Women’s Internacional League for Peace and Freedom (WILPEF) y apoyar a la Sociedad de Naciones. Oyarzábal también lideraba, con María Espinosa de los Monteros, la ANME (Asociación Nacional de Mujeres Españolas) a la que Campoamor pertenecía. La conciencia en pro del desarme era muy viva en Barcelona (al igual que en Valencia) y en 1930 se creó la sección catalana de la Liga por la Paz, presidida por Montserrat Graner de Bertrán. Campoamor intervino en la Sociedad de Naciones en 1931 a través de la Liga y de la International Federation of University Women y, dos años después, en 1933, como delegada del Gobierno. Los contactos con la sección catalana eran fluidos y Campoamor fue invitada a Barcelona en 1932 para hablar de pacifismo en el Círculo Republicano de la calle Puertaferrisa (actual Portaferrissa). Su última intervención en la asamblea anual de Sociedad de Naciones fue en 1934, dentro de una delegación liderada por Salvador de Madariaga.
Empezaba a formar parte de la élite cultural y profesional femenina. Solo las infatigables María de Maeztu (en el campo educativo y académico) e Isabel Oyarzábal y María Lejárraga habían mostrado un interés tan vivo por formar parte de organizaciones feministas transversales. Campoamor parecía seguir sus pasos, sumando, además, su presencia en los foros jurídicos donde confluía con Victoria Kent. Pero rechazó colaborar con la dictadura de Miguel Primo de Rivera, que, de forma selectiva, quería incorporar a mujeres de prestigio a determinadas organizaciones. No aceptó la propuesta del Ministerio de Trabajo de estar presente en los comités paritarios de trabajadores-empresarios —una forma de maquillar la realidad con una representación femenina escogida—, aunque otras colegas sí se integraran. Su negativa causó malestar en el Gobierno y la llevó a pedir una excedencia de su puesto de mecanógrafa en el Ministerio de Instrucción Pública. Como consecuencia, Primo de Rivera no la incluyó en 1927 en la Asamblea Nacional Consultiva, donde había trece puestos reservados a mujeres de prestigio, entre ellas María de Maeztu. Hay que tener en cuenta que en 1926 Campoamor había rechazado estar en la Junta Directiva del Ateneo madrileño cuando Primo de Rivera decidió intervenir en la institución y nombrar él mismo una Junta Directiva en la que habría un puesto para ella. Aunque el 13 de marzo de 1930 sí iba a entrar como secretaria tercera en la junta ateneísta por votación democrática, lo que la convertiría en la primera mujer que tuvo un cargo directivo en el Ateneo. Era ya miembro de Acción Republicana desde 1929 y llegó a formar parte del Consejo Nacional, aunque, en El voto femenino y yo, puntualizó que en aquel entonces, más que militar en el partido como tal, consideraba que se sentía parte de un grupo.
María Cambrils y las redes feministas
Antes de dedicarse a la política activa, mantuvo amistad con algunas mujeres del PSOE como la valenciana María Cambrils, a la que le prologó el libro Feminismo socialista, publicado en 1925. Cambrils dedicó el libro al fundador de su partido, Pablo Iglesias Posse, su «venerable maestro» y sufragó ella misma la edición, indicando que lo recaudado por la venta del libro se destinaría a un fondo para comprar una imprenta para El Socialista. En la introducción del libro se leía:
Todo hombre que adquiera y lea este libro deberá facilitar su lectura a las mujeres de su familia y de sus amistades, pues con ello contribuirá a la difusión de los principios que conviene conozca la mujer en bien de las libertades ciudadanas.
Campoamor definía a Cambrils en el prólogo como una militante que «cree en la mujer porque cree en sí misma». La feminista socialista, por su parte, escribió que Campoamor era una abogada «de extraordinarias condiciones oratorias y periodista de nervio», refiriéndose a sus columnas en «El Día y otros diarios españoles».