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diez años, tendría que contribuir pronto al sustento familiar, pero la madre evitó cortar sus estudios y la llevó interna a un colegio de monjas de Madrid, en los alrededores de Atocha. Tal vez pensó que mientras la niña seguía aprendiendo, ella se podía centrar en sus hijos pequeños y en la costura. En el colegio estuvo dos años, y es posible que allí estudiara algo de francés, idioma que acabaría hablando de forma fluida. No debía de ser un colegio caro y eso se notaba en la escasa alimentación que recibían. Para paliarlo, las más decididas acordaron no desaprovechar cualquier alimento extra que pasara por delante de sus ojos durante el día en el comedor o en la cocina, y repartirse luego el botín por la noche. En una entrevista que le hicieron en Estampa en octubre de 1931, la entonces ya diputada confesó que ella era la cabecilla del grupo de colegialas hambrientas. La entrevista, firmada por Josefina Carabias, formaba parte de una serie dedicada a que personalidades relevantes evocaran su niñez.

      De adolescente era una lectora febril, contó a Josefina Carabias. Al margen de los libros que pudiera haber en su casa, le encandilaban los folletines y las novelas por entregas de los periódicos que caían en sus manos, sobre todo, los que publicaba El Imparcial. Recordaba que su madre, en un momento de enfado en que entró en su cuarto y descubrió en qué ocupaba el tiempo, le rompió el periódico que leía. Quizás su fobia al novelón no era tanto un desprecio al saber como una forma de reclamar su ayuda o echarle en cara sus ensueños. Pero la dejó sin saber el final del relato y el destino de Míster Smoking, «ese pobre hombre» a punto de ser quemado vivo en el preciso instante en que su madre le arrebató el periódico, confesó a Carabias. Su cómplice en esos años era su hermano Ignacio Eduardo, un lector tan apasionado como ella. Los domingos se iban a recorrer Madrid buscando los rincones que habían vivido los protagonistas de sus cuentos. Así, a través de El cocinero de Su Majestad, «conocimos todo el Madrid pintoresco», ese barrio evocado a través de la ficción que vislumbraban pasado el Viaducto y que se apresuraron a recorrer y a inspeccionar.

      Al dejar el internado abandonó o aplazó sus estudios para ayudar a su madre a hilvanar la ropa que ella cosía de día y de noche, y llevar los encargos a las clientas. Más tarde trabajó de dependienta en un comercio. Cualquier otra joven atrapada en estas circunstancias habría encadenado trabajos similares. Pero Campoamor era ambiciosa intelectual y profesionalmente, y estaba decidida a desterrar el dedal de su vida. En 1909 se presentó a unas oposiciones al cuerpo auxiliar femenino de Correos y Telégrafos, una de las pocas a la que podían acceder las mujeres. Un año después, en 1910, un real decreto eliminó las trabas que impedían a las mujeres acceder a la enseñanza superior, y el ministro Julio Burell lo amplió meses más tarde para que pudieran alcanzar cualquier puesto o profesión dependientes del Ministerio de Instrucción Pública. Tras ganar las oposiciones en junio de 1909 y ser destinada a Zaragoza, fue trasladada después a San Sebastián, ciudad en la que vivió algo más de tres años. Esta ciudad la conquistó e hizo allí amistades duraderas, e incluso tuvo algún amor que no progresó. Allí se instalaría también por largo tiempo su hermano Eduardo. Volvió a Madrid tras pasar por una nueva oposición y obtener plaza de profesora especial de mecanografía y taquigrafía en la Escuela de Adultas, tarea que compatibilizó con un segundo trabajo de secretaria en el periódico de Salvador Cánovas, La Tribuna, y en alguna otra publicación. La economía familiar había mejorado, y alquiló para ella y su madre un piso en la calle Fuencarral. Por alguna razón, quizás por estar cerca de su madre, pero también por la efervescencia cultural y política que se vivía en Madrid, le interesaba instalarse en la capital. Casi todo ocurría en Madrid; era la gran universidad de la calle a la que Campoamor no dejaba de escuchar desde niña. La huelga de 1917 y la de prensa, en 1919, le permitieron conocer el clima de agitación social y sindical. La política estaba cada vez más cerca de sus intereses. Pero no dejaba de visitar San Sebastián cuando podía. Años después, siendo ya abogada y militante de Acción Republicana, por iniciativa propia o por sugerencia del partido, defendió a unos dirigentes donostiarras procesados por su implicación en la rebelión de Jaca y volvió a frecuentar esta ciudad e incluso colegiarse allí, además de estarlo en el Colegio de Abogados de Madrid y durante un tiempo en el de Sevilla.

      En La Tribuna, periódico liberal de tendencia maurista, conoció a Magda Donato seudónimo de Eva Nelken (y hermana de Margarita), que colaboraba en las páginas culturales. Ella misma empezó a publicar en Hoy, El Sol y El Tiempo sus primeros artículos feministas. Y en La Libertad tuvo una sección fija, «Mujeres de Hoy», sobre personalidades de la época. La huelga de prensa de 1919 hizo que surgieran nuevas cabeceras o se remodelaran las ya existentes. Así nació Hoy (fundado por un grupo de periodistas que provenía de Heraldo de Madrid y con una duración efímera, hasta 1921), en el que Campoamor publicó diversos artículos de forma regular en torno a 1920. La mayoría dedicados a la cuestión feminista y a la educación, pero también escribió de actrices de teatro como Margarita Xirgu, Adela Carboné o María Palou. Uno de los artículos fue escrito al hilo de la celebración de un Congreso sobre el papel de la mujer en la Sociedad de Naciones que tuvo lugar en San Sebastián. En otro, publicado a principios de 1920, alude al VIII Congreso de la Alianza Internacional para el Sufragio Femenino, que el Comité español, liderado por María Lejárraga, intentaba celebrar en Madrid y cuya candidatura peligraba por las interferencias y desavenencias de las asociaciones españolas. Así ocurrió: al final acabaría celebrándose en Ginebra. Más adelante, ya en El tiempo, un artículo del 5 de marzo de 1921, «El acoso de la hembra», tiene visos contemporáneos: en él denuncia la agresión de un señorito a una artista de varietés en Huelva por no aceptar el vaso de vino que le ofrecía como preámbulo de un acercamiento más íntimo.

      Aunque fuera una actividad paralela y poco lucrativa, el periodismo le era familiar desde niña y fue algo más que una afición o una mera actividad militante. Hay datos de que Campoamor llegó a sindicarse como periodista (como quizás en algún periodo su padre). El 12 de diciembre de 1920 asistió a un banquete convocado por el sindicato de periodistas (y empleados de prensa) en el café de San Isidro de Madrid para celebrar lo bien que había ido el año. Es probable que su habitual firma en Hoy le hiciera acreedora del carné profesional, a no ser que asistiera invitada por sus labores de secretaría en algunas redacciones.

      La figura de Clara Campoamor es difícil de clasificar y definir. Por su modo de pensar, escribir y actuar parece haber contado con un mayor bagaje intelectual de lo que sus trabajos de juventud y sus escasos estudios oficiales podrían señalar. Puede que se haya subestimado la influencia de la cultura popular o familiar en ella y el efecto transversal de sus primeros estudios. O que falte algún eslabón que demuestre que además de ser una lectora incansable contó con una influencia o una ayuda cercana que potenciara su formación mientras cosía con su madre o trabajaba en telégrafos. O tal vez fue más sencillo y se limitó a asimilar y hacer suyo cualquier atisbo de conocimiento que le salió al paso. Su trayectoria es un ejemplo modélico de ascenso social. Aunque no fuera lo habitual, lo que tiene mayor mérito.

      Pero antes, en 1921, con 33 años, hizo algo que le cambiaría la vida: reanudar los estudios y obtener, como primer paso, el título de bachillerato. En su entorno no era algo insólito. Su amiga Benita Asas Manterola, que era maestra, inició Filosofía y Letras con 37 años. Campoamor se matriculó inicialmente en el Instituto Cardenal Cisneros de Madrid y, dos años después, el 21 de marzo de 1923, terminó de sacarse las asignaturas que le faltaban en Cuenca. El siguiente paso fue obtener la licenciatura de Derecho, también en dos años. Se matriculó en la Universidad de Oviedo y terminó la carrera en Murcia y Madrid, lo que indica que apostó por las universidades más favorables a sus objetivos. Alumna aventajada, dado que era ya una figura conocida, en mayo de 1923 dio una conferencia en la Universidad Central con el título de La mujer y su nuevo ambiente, en la que repitió una idea visionaria: cualquier mujer que actúe con acierto «en terrenos a los que en otro tiempo le fuera vedado el acceso, revoluciona, transforma la sociedad: es feminista». Como es natural, seguía trabajando. Además de sus tareas en La Tribuna, obtuvo un empleo oficial como administrativa en el Servicio de Construcciones Civiles del Ministerio de Instrucción Pública, a las órdenes del arquitecto Carlos Gato. Realizaba, además, traducciones de francés. La editorial Calpe le encargó, en 1922 (antes de fusionarse con Espasa), la versión castellana de

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