Inspiración y talento. Inmaculada de la Fuente

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Inspiración y talento - Inmaculada de la Fuente

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Julia Meabe, destrozada, se exilió con sus padres a Francia tras la caída del País Vasco, y más tarde a México. La amistad entre ambas se mantuvo siempre; el recuerdo de Leonchu, lo más parecido a un hijo en sus afectos, acompañaría a Victoria Kent toda su vida.

      París, esperanza y clandestinidad

      Mediada ya la guerra, su nombramiento como delegada del Consejo Nacional de la Infancia Evacuada (que llevaba aparejado el cargo de secretaria primera de la legación española en París, siendo embajador Ossorio Gallardo) la llevó a residir en la capital francesa. La derrota republicana, en 1939, le hizo ver que no volvería a España en mucho tiempo. Sus amigos de la Embajada de México en París le tramitaron un permiso de entrada para que se trasladara a su país, pero Kent pensó que no corría peligro y lo dejó pasar. Contaba con amigos leales y entrañables, como Adéle de Blonay, en cuya casa vivía gracias a un «irrisorio arreglo económico», según le contó por carta a su amiga Gabriela Mistral. Con Adéle de Blonay viajaba de vacaciones y hacía excursiones por los alrededores de París. Y permaneciendo en París, además, podía ocuparse «de los míos», le escribía a Mistral. Se refería a los españoles hacinados en campos de refugiados franceses a los que había que tratar de encontrar una salida y un destino. En ocasiones pedía dinero a sus amistades para sufragar viajes de refugiados o escribía a amigas de otros países para que se ocuparan de niños que habían sido evacuados. Gabriela Mistral donó los derechos de autor de su libro Tala «para esos pequeños».

      El armisticio de 1940 entre Francia y Alemania y la división del país vecino en dos zonas, la libre y la ocupada, alteró la idea de permanecer en París. Ya no era un lugar seguro. En España, el Colegio de Abogados le había abierto expediente de depuración y fue acusada de pertenecer a la masonería y, posteriormente, declarada en rebeldía y condenada a 30 años de prisión. Franco había pedido a la Gestapo su detención, junto con otras personalidades republicanas, para que fuera repatriada. Un conocido del consulado español le advirtió a tiempo, a través de Adéle de Blonay, de que iban a ir a buscarla y abandonó su domicilio, pero al no poder inscribirse con su nombre en un hotel, pasó a la clandestinidad. Se presentó en la embajada mexicana preguntando por el secretario, pero al ser ya por la tarde, las oficinas estaban cerradas y no se encontraba allí. Acuciada por las circunstancias, convenció a los porteros para que le permitieran esperarle hasta el día siguiente para exponerle su situación. Así empezó la odisea que la llevó a vivir refugiada durante diez meses en la embajada mexicana. Más tarde, bajo la identidad ficticia de Madame Duval, se hospedó en un piso cedido por una familia que se había trasladado a una casa de campo durante la ocupación. En esos cuatros años Kent padeció y saboreó los límites de la soledad y la fuerza del pensamiento como único consuelo. Aislada en una habitación, solo le quedaba vivir con intensidad cada minuto, atisbando el porvenir.

      Tras la liberación de París recuperó su labor con los refugiados y formó parte, por invitación de Corpus Barga, de la Unión de Intelectuales españoles, junto con Salvador Becarisse y Pablo Picasso, entre otros. A Picasso le había conocido en los años finales de la Guerra Civil y habían comido varias veces en el restaurante El Catalán, frecuentado por el pintor y sus amigos; las comunes raíces malagueñas y la solidaridad con los refugiados, junto con el impacto que produjo el Guernica en esos días, debieron unirlos. No es descartable que hubiera conocido o saludado a Dora Maar en El Catalán, aunque la artista no se sumara a sus almuerzos. Kent era un referente para el exilio francés. En 1945 asistió al Congreso Internacional Femenino y a iniciativa de la Unión de Intelectuales formó parte de un comité constituido por Corpus Barga, Teresa Andrés, José María Quiroga y José Giner Pantoja junto con hispanistas como Marcel Bataillon, (y el apoyo de Louis Aragon, Jean Cassou, François Mauriac, Paul Éluard y Pierre Enmanuel) «para levantar en Collioure un sencillo monumento a Antonio Machado en la plazoletita del pueblo, frente al mar, y delante de la casa donde el pobre murió». Así se lo contó Giner Pantoja a Alberto Jiménez Fraud en una carta de 10 de mayo de 1945. La idea prendió en el mundo intelectual francés, pero finalmente se sustanció en la colocación en abril de 1946 de una placa conmemorativa en el hotel Bougnol-Quintana, donde el poeta murió, y en los sucesivos homenajes que año tras año mantuvieron su memoria.

      Victoria Kent se inició en el mundo editorial al crear, con Adéle de Blonay, Le Livre de Jour. Ella misma publicó, en su editorial Quatre ans a Paris, un libro de reflexiones novelado en el que a través de un alter ego masculino, Plácido, convertido en narrador, cuenta sus días de reclusión y clandestinidad en la Francia ocupada. Pero Le Livre de Jour no arraigó y Victoria Kent se planteó marcharse a América, donde tantos amigos la habían precedido. Un encargo de Naciones Unidas para que analizara la situación de los exiliados le llevó a residir un tiempo en Nueva York. Es probable que, durante esta primera estancia neoyorquina, entregara o hiciera llegar a su amiga Victoria Ocampo el manuscrito Cuatro años en París (cuya versión en castellano publicó Sur). Concluido el informe regresó a Francia, pero en 1948 marchó definitivamente rumbo a México. Allí creó la Escuela de Capacitación del Personal de Prisiones, colaboró con el Fondo de Cultura Económica e impartió clases y conferencias en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Contribuyó, asimismo, a fundar el Ateneo Español en México. Pero seguía en contacto con amigos de Nueva York y pensó que una mujer independiente como ella tendría en esa ciudad más futuro. La oportunidad de trasladarse a Estados Unidos surgió cuando fue nombrada experta en asuntos penales del Departamento de Asuntos Sociales de la ONU. Elaboró un programa sobre mujeres delincuentes en las cárceles de América Latina que los respectivos Gobiernos debían evaluar. Algunos respondieron que ya cumplían con lo solicitado, otros ni siquiera lo hicieron. No había perspectivas de cambio y a Kent le pareció que aquel era un trabajo más burocrático que efectivo. Decidió dejarlo, y en 1952 volvió al mundo de la edición. Una apuesta arriesgada, teniendo en cuenta que no había logrado aún hablar inglés fluidamente. Pero contaba ya con un núcleo de amistades cercanas y en especial con el apoyo de su amiga Louise Crane, vinculada a una millonaria familia ligada al Partido Republicano estadounidense.

      La revista Ibérica por la Libertad

      Louise Crane era una moderna gestora cultural que había estudiado en el elitista Vassar College. Su padre, Winthrop Murray Crane, había sido gobernador de Massachusetts y, a las buenas relaciones de su familia con el aparato del partido republicano, había que añadir el prestigio de su madre, Josephine Porter Boardman, en labores de mecenazgo. Había sido cofundadora del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) y reunió una de las más importantes colecciones privadas de arte gracias a los incesantes beneficios de la empresa papelera familiar. La temprana muerte del padre acrecentó la influencia de la madre y de su pasión por el arte y la educación en Louise y sus hermanos. El círculo de compañeras del Vassar College llevó a Louise Crane a compartir afectos y proyectos con Marianne Moore, Elizabeth Bishop —una de sus primeras parejas sentimentales—, Mary McCarthy o Sylvia Marlowe. Louise Crane y su madre contaban con una variada agenda de amistades transversales, entre ellas personalidades moderadas del exilio español como Salvador Madariaga. Un mundo de poetas y artistas bien relacionado con el mundo académico al que Victoria Kent trató de adaptarse —aunque como contrapartida no faltaran antiguas compañeras de la Residencia de Señoritas, becadas en Estados Unidos o incorporadas a sus universidades tras la Guerra Civil, que le hicieron el vacío por rencillas ideológicas o personales—. Pero Kent no era precisamente una desconocida en Nueva York, sino una jurista prestigiosa con un cargo importante en Naciones Unidas que había dejado la puerta abierta para volver a México en caso de necesidad. Aunque la abogada no estaba acostumbrada al lujo y la exquisitez de algunos amigos de Crane, se sintió próxima o los que tenían ideas progresistas o estaban ligados a la cultura. Había en ella, además, una mezcla de austeridad y pragmatismo que no excluía su admiración por lo bello, lo bien hecho y lo sólido.

      En el extenso círculo de Crane se encontraban también defensores de los derechos humanos como Nancy McDonald, compañera de colegio en Vassar y fundadora de Spanish Refugee Aid, una organización dedicada a ayudar a los exiliados españoles que contaba con

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