Inspiración y talento. Inmaculada de la Fuente
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Se había acostumbrado a ser durante años la primera mujer que protagonizaba situaciones inéditas, pero aún le quedaban nuevos escalones por recorrer. Al proclamarse la República, tras unas elecciones municipales que resultaron ser plebiscitarias, Kent se unió a la multitud que llenaba las calles madrileñas festejando la noticia hasta llegar al palacio de Comunicaciones. Entró en el edificio, donde ya ondeaba la bandera republicana y apareció en el balcón junto con los ministros del Gobierno provisional, amigos suyos la mayoría. Desde arriba pudo ver a toda aquella gente que reía, se abrazaba o aplaudía y que gritaba: «¡Viva la República!». Los de abajo divisaron a una mujer que se iba a convertir en un icono popular.
A los pocos días, el 18 de abril de 1931, Fernando de los Ríos, a propuesta de Andrés Saborit, la nombró directora general de Prisiones. Apenas hubo reticencias en un Ejecutivo que buscaba proyectar una imagen de modernidad. Niceto Alcalá-Zamora ya la había sondeado antes: «¿Quiere usted colaborar con nosotros?». «Sí claro». «La asignaremos la Dirección General de Prisiones». «Nada me podía complacer más», contestó ella. «Lo acepté con toda mi alma», declaró a Joaquín Soler, «porque me interesaban los problemas sociales. Y los problemas sociales requerían una base jurídica».
La mujer que revolucionó las cárceles
Su imagen dio la vuelta al mundo. Era un cargo inusual en una mujer, pero ella estaba dispuesta a reformar las cárceles desde una posición humanista y modernizadora. Llamó la atención de la prensa internacional su propósito de introducir «los más modernos conceptos» penitenciarios en un sistema atrasado en el que todavía se encadenaba a determinados reos. Renovó los viejos camastros de las celdas por nuevos jergones y desterró grilletes y cadenas. Una vez retirados, cadenas y grilletes se apilaron y los mandó fundir con otros metales para hacer un busto a Concepción Arenal, la Visitadora de Cárceles, en la que se inspiró para llevar a cabo los cambios. Visitó el Penal del Dueso, uno de los más peligrosos, donde los funcionarios decían que los presos acumulaban objetos punzantes y otras armas, y se dirigió a ellos para pedirles que los depositaran en el patio. Les habló en nombre del Gobierno de la República en un tono persuasivo y didáctico y les advirtió que las autoridades tenían medios para arrebatárselos, pero que era conveniente que los dejaran por propia voluntad. Fuera por la novedad del discurso o por su elocuencia, uno a uno los presos fueron dejando una montaña de navajas y de otros objetos cortantes en el patio.
Su filosofía sobre la reinserción del preso era clara: o se cree que «nuestra función sirve para modificar al delincuente o no lo creemos». En ese caso, de poco servirán las mazmorras y el repertorio entero de castigos. Estableció un sistema de permisos entonces novedoso y mandó construir, en Ventas (Madrid), una moderna cárcel para mujeres, recluidas hasta entonces en un convento en condiciones calamitosas. Creó de nuevo cuño el cuerpo femenino de prisiones en sustitución de las religiosas, que no estaban capacitadas para la tarea, y puso en marcha el Instituto de Estudios Penales, que dejó en manos de su querido profesor Jiménez de Asúa. Fue un tiempo en el que Victoria Kent supo lo que era el poder y la celebridad. Su nombre apareció en el popular chotis El Pichi, que se representaba en la revista Las Leandras, protagonizada por Celia Gámez: «Anda y que te ondulen / con la permanén / y pa suavizarte que te den / cold-crem. / Se lo pues pedir a Victoria Kent, / que lo que es a mí / no ha nacido quién».
Pero también conoció la crítica desde las filas gubernamentales. Sus métodos se consideraban demasiado suaves y se encontró sin apoyos cuando trató de reformar el cuerpo de prisiones masculino, lo que precipitó su dimisión en mayo de 1932. La versión cruel y machista de Azaña, en su diario sobre su cese, asume que el Gobierno lo provocó:
El Consejo de Ministros ha logrado ejecutar, por fin a Victoria Kent. Victoria es generalmente sencilla y agradable y la única de las tres señoras parlamentarias simpática; creo que es también la única correcta. Pero en su cargo de Directora General ha fracasado. Demasiado humanitaria, no ha tenido, por compensación, dotes de mando. El estado de las prisiones es alarmante. No hay disciplina. Los presos se fugan cuando quieren.
Un balance descriptivo de la dura experiencia vivida por la jurista.
Por amor a la República
No fue el único flanco al que se enfrentó en 1931. Ese año fue elegida diputada por el Partido Republicano Radical Socialista. Aunque las mujeres no tenían derecho aún a ser electoras, un decreto del 8 de mayo de 1931 (denominado el «decreto de las faldas») autorizó a las mujeres mayores de 23 años y los sacerdotes a presentar su candidatura a las Cortes Constituyentes. Al conseguir escaño, se vio envuelta en la discusión sobre el voto femenino, una reivindicación que ya no podía postergarse y que la propia Kent había defendido. Pero la diputada y directora general de Prisiones rechazó en el Congreso aplicarlo de inmediato, y propuso esperar a que las mujeres se identificaran con la República, no fuera que la influencia del marido y el confesor guiaran su voto contra las reformas. Esa era la postura del Partido Republicano Radical Socialista. En un apasionado debate con Clara Campoamor, reconoció que al oponerse al sufragio femenino renunciaba a su propio ideal. Campoamor ganó el debate y el sufragio femenino se aprobó el 1 de octubre con 161 votos a favor y 121 en contra. A Victoria Kent no le gustaba demasiado recordar ese episodio, pero sí que, el día de la votación, el socialista Julián Besteiro, presidente del Congreso, la llamó por teléfono y le dijo: «Creo que hemos hecho una tontería». Lo mismo pensó ella cuando ganaron las derechas en las elecciones de 1933.
Zenobia Camprubí relativizó el duelo de Victoria Kent y Clara Campoamor en las Cortes porque sospechaba que tanto la obtención del voto como otros logros habían sido una concesión masculina. Aunque la argumentación de Clara Campoamor hubiera sido firme, la votación se ganó porque había bastantes parlamentarios que por convicción o razones tácticas querían dar ya el voto a la mujer, señaló la esposa de Juan Ramón Jiménez en la citada conferencia de Puerto Rico de 1936. Pero Camprubí hizo notar que parte de los diputados vivieron con regocijo la pugna dialéctica entre ambas.
La primera con su aire muchachil, sensitiva, reflexiva y concentrada; la segunda con el gesto un poco brusco y la voz bastante bronca. Las dos, de acuerdo en el fondo, pero Victoria Kent, temerosa de que la mujer española no estuviera aún lo suficientemente preparada para ser otra cosa que un instrumento ciego. Clara Campoamor, tan ansiosa de obtener el voto que estaba dispuesta a arrostrarlo todo, hasta las mofas de algunos diputados mal educados que coreaban sus voces.
Las guerras internas en el partido de Victoria Kent llevaron a Álvaro de Albornoz y a Marcelino Domingo a dar un giro a la izquierda y fundar el Partido Republicano Radical Socialista Independiente. Kent no dudó en irse con ellos. Solo sacaron tres diputados en las elecciones de 1933, así que ella se quedó sin escaño. Pero no se mantuvo inactiva y su correspondencia con Ángel Galarza y Francisco Barnés así lo atestigua. En 1934 se afilió a Izquierda Republicana. Como abogada defendió a varios exdiputados por injurias al ministro de Gobernación. Y en 1936 fue incluida a través de Izquierda Republicana en las listas del Frente Popular por la provincia de Jaén. Ganó el escaño y fue vicepresidenta de Justica y presidenta de Incompatibilidades en la Cámara.
El golpe de julio de 1936 impuso inexorablemente un cambio radical en su trayectoria. Se encontraba fuera de Madrid cuando escuchó la noticia por la radio y se apresuró a volver para ponerse al servicio del Gobierno. En los primeros meses ayudó en labores de urgencia: desde encargarse, como inspectora del Gobierno, de que las tropas del frente de Guadarrama tuvieran ropa de abrigo y avituallamiento, a pedir apoyo para niños sin familia en Unión Radio. Presidía la Comisión de Asistencia Femenina y se ocupaba de la evacuación de niños y jóvenes a colonias infantiles alejadas del conflicto. Como diputada acudió en 1937 a las Cortes reunidas en Valencia —donde se había trasladado el Ejecutivo y la clase política— y luego en Sabadell. En el terreno personal, su gran pesar fue