Inspiración y talento. Inmaculada de la Fuente
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Su relación con Zenobia Camprubí, por el contrario, no mejoró en el exilio. En su Diario de Puerto Rico 1951-1956, escrito desde la subjetividad propia de una escritura íntima y no destinada, en principio, a ser publicada, Camprubí narra en la entrada del 27 de febrero de 1956, lunes, la llegada de Victoria Kent (de visita a la capital) en un momento inoportuno, ya que estaba terminando de pasar a máquina La estación total, la nueva antología de Juan Ramón, y lidiaba, además, con diversas molestias producidas por el tratamiento del cáncer que sufría. De hecho, pasó parte del día en la cama. «Victoria me pareció tan cerrada y estúpida como cuando estorbaba, a cada paso, las Juntas del Lyceum. En donde no hay sustancia gris, ¿qué va a desarrollarse?». Un juicio severo escrito con la libertad de la madurez y la perspectiva de la enfermedad. Unos días después, el 1 de marzo de 1956 Zenobia escribe que sigue con dolores y que, tras ir a sus clases a la universidad, pasa las tardes en la cama, aun trabajando en ella. Y alude a que una amiga le había pedido si podía llevarla a ella y a su marido «a la cena de Victoria Kent y a la velada que le da Nilita», dando por descontado que iría. Camprubí relata que no pensaba ir, y que envió a su amiga y antigua socia Inés Muñoz para que la sustituyera en la velada. «Sólo el nombre de Victoria me extenúa, cuando ya estoy tan cansada», reconoció en el Diario. Se encontraba gravemente enferma, aunque tratara de hacer vida normal y seguir siendo esa mujer activa que todos esperaban que fuera, en especial Juan Ramón. Murió unos meses después, el 28 de octubre, a los pocos días de que su marido ganara el Premio Nobel que ella tanto había contribuido a conseguir
El Boletín Ibérica arrancó en un principio como una propuesta editorial destinada a recoger la situación de los refugiados españoles en América del Norte y del Sur y a denunciar la falta de libertades del régimen franquista. La defensa de la democracia era bien recibida en los círculos de opinión progresista estadounidenses, pero con un límite: la tolerancia cero al comunismo. A raíz de los Pactos de Madrid de 1953 que propiciaron que Estados Unidos reconociera el régimen franquista y firmara un convenio bilateral, el proyecto de Ibérica tuvo que reformularse. Victoria Kent entendió que tenía que ampliar sus objetivos y defender la democracia frente a todo tipo de dictaduras y no solo la franquista. De ese modo no resultaba sospechosa ante las élites norteamericanas y se protegía frente a la política exterior estadounidense. Era consciente de que, aunque Washington tenía como prioridad su relación estratégica con Franco, no descartaba una futura transición democrática en España al morir el dictador. Aprovechando esos resquicios, el Boletín Ibérica dio paso a la revista y editorial Ibérica por la Libertad, una publicación (inicialmente bilingüe y desde 1966 solo en castellano) en la que escribieron Salvador de Madariaga, Ramón J. Sender y años más tarde Enrique Tierno Galván. Publicaba noticias del interior de España, la mayoría firmadas con seudónimo y, como contraste, defendía las bondades del sistema democrático. Fue un ejercicio de oposición moderada a la dictadura que duró dos décadas, desde 1953 a 1974. Kent contaba con orgullo que sus fuentes en España eran tan fiables que ninguna de sus informaciones fue rectificada.
Victoria Kent mantuvo un permanente contacto con las autoridades republicanas en el exilio, en especial con Félix Gordón Ordás y Fernando Valera. Aunque ya desde 1945 las Cortes republicanas la integraron dentro del Gabinete, en 1951 fue nombrada ministra delegada en Nueva York del Gobierno español en el exilio, a fin de extender su presencia entre los refugiados de Estados Unidos. Un cargo oficioso y simbólico, ya que Washington no reconocía al Gobierno español en el exilio, pero con cierto valor de representación para dar voz a los refugiados. Victoria Kent pensó en un principio que el Boletín Ibérica no era ajeno a los objetivos políticos del Gobierno republicano en el exilio y que su labor editorial convergía con sus convicciones e intereses políticos. Pero en 1954 renunció a su cargo ministerial en aras de su independencia, aunque siguió colaborando de modo particular con el Gobierno republicano. Además de su labor editorial, Kent mantuvo vivo su perfil de conferenciante y en 1964 inició una gira por diferentes ciudades de Latinoamérica, invitada por sus amigas Gabriela Mistral y Victoria Ocampo y otras instituciones.
Louise Crane, amiga y mecenas
Victoria Kent y Louise Crane, a la que los amigos españoles de la abogada llamaban Luisa (e incluso Luisita), mantuvieron la edición de Ibérica gracias a la generosa contribución de esta última. En algunas etapas la edición neoyorquina alcanzó los 20 000 ejemplares, pero no era rentable. Además de su labor de editoras, Kent y Crane fundaron el Consejo Ibérico, una asociación de carácter más político, abiertamente antifranquista, que movilizó a diversas personalidades, desde Américo Castro y Juan Marichal a Víctor Alba (seudónimo de Pedro Pagés), pasando por intelectuales estadounidenses como Arthur Miller y Mary McCarthy. Convocaban movilizaciones y protestas puntuales, bien fuera contra la detención de los políticos españoles que asistieron al Congreso de Múnich o como rechazo a la visita del secretario de Estado, Dean Rusk, a España. Esta plataforma de opinión floreció en la etapa Kennedy, un político que entusiasmaba a Kent, y luego fue perdiendo fuerza.
En Nueva York, Victoria Kent tenía su propio apartamento, mientras que Louise Crane vivía con su madre en la lujosa residencia familiar de la Quinta Avenida. No obstante, la familia Crane tenía diversas casas de vacaciones y una de ellas, la de Redding, en Connecticut, fue uno de los refugios preferidos de Victoria Kent cuando acompañaba a Louise. A la muerte de Josephine, la madre de Louise Crane, Kent se trasladó a vivir con ella en la mansión neoyorquina. Ambas experimentaban ya los achaques previos a la vejez y necesitaban cuidados mutuos. En las relaciones afectivas de Victoria Kent el compañerismo era una pieza esencial. Muchas españolas, fueran las exiliadas Chacel o Carmen de Zulueta, o quienes como Ana María Matute, Carmen Conde o Soledad Ortega iban de visita a Nueva York, encontraron siempre la hospitalidad y ayuda de Victoria Kent y Louise Crane.
Victoria Kent realizó un primer viaje a España en 1977 con Louise Crane y, posteriormente, en 1978, regresó para presentar su libro Cuatro años en París, editado por Bruguera con una introducción de su amiga Consuelo Berges y un muevo título: Cuatro años de mi vida. El entonces director general de Prisiones, Carlos García Valdés, le presentó el libro. Le emocionó ver que era recordada y querida y que los nuevos responsables de Prisiones y del primer gobierno Suárez la agasajaban como si fuera una leyenda. Llegó a escribirle a Suárez haciéndole ver que el estado de las prisiones era el termómetro de la sociedad, que había que estar atento… Pero comprendió que representaba el pasado para aquellos jóvenes reformistas: era venerada como una reliquia, pero no tenía sitio en la nueva democracia. Se produjo la paradoja, además, de que, aunque el Gobierno en el exilio decidió disolverse tras las primeras elecciones democráticas, Victoria Kent mantenía viva la llama del ideario republicano y simpatizaba con Acción Republicana y Democrática Española (ARDE), el único partido que no fue legalizado para las elecciones del 15 de junio de 1977. El empeño en mantener la palabra republicana en sus