Inspiración y talento. Inmaculada de la Fuente
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La primera edición en español de La revolución española vista por una republicana, traducida del francés, se publicó en España décadas después en el Servicio de Publicaciones de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y luego en Renacimiento, ya en 2007, con anotaciones de Luis Español Bouché, su traductor. En 2018 ha vuelto a reeditarse con nuevas aportaciones de Español Bouché sobre Clara Campoamor a partir de la biografía canónica de Concha Fagoaga y Paloma Saavedra.
Buenos Aires, una segunda vida
En una de sus cartas a Gregorio Marañón, residente en París, fechada desde Pernambuco (Brasil) el 17 de febrero de 1938, mientras viaja a Argentina, Campoamor, que tenía entonces 50 años, le confiesa su inquietud por su futura vida en América, por lo que se deduce que llegó a Buenos Aires unas semanas después, al inicio de la primavera de 1938. Se decantó por Buenos Aires tras descartar Montevideo, una de sus primeras opciones: allí vivía Paulina Luisi, pero su amistad se había enfriado por su posición sobre la contienda española. Su estancia en Argentina fue un intento de reinventarse desde la literatura, el periodismo y la divulgación cultural. Supuso iniciar una segunda vida dentro de su biografía. Quizás se animó a probar suerte en Buenos Aires al saber que había ya un grupo de republicanos liberales, entre ellos el expresidente Niceto Alcalá-Zamora, exiliado en la capital bonaerense, y el diputado cordobés Federico Fernández de Castillejo, buen amigo suyo, que acababa de llegar. La exdiputada se integró en el círculo de Alcalá-Zamora (estuvo cerca de él cuando murió y asistió a su despedida en el cementerio de la Chacarita y en el homenaje que se le tributó), y fue vecina de Fernández de Castillejo y su familia. Con este último compartió intereses culturales y escribió Heroísmo criollo: la marina argentina en el drama español, el relato de las vicisitudes de los refugiados españoles que llegaron por mar tras la derrota. La disposición de Losada y otras editoriales a acoger en sus colecciones la obra de los exiliados españoles y el contacto con otros refugiados (aunque en el exilio se reprodujeran las diferencias entre ellos mantenidas en España y vivieran en compartimentos estancos) facilitó que colaborara en diversas publicaciones. Entre 1943 y 1945 escribió, para la revista mensual Chabela, ensayos sobre poetas del Siglo de Oro y del Renacimiento o del Romanticismo, y autores latinoamericanos como Amado Nervo o la poeta y feminista sor Juana Inés de la Cruz. Son textos que rozan la crítica literaria, escritos con ingenio y desenvoltura, muy lejos del lenguaje jurídico o político. En el dedicado a Sor Juana parece aflorar un juego de espejos, como si hubiera un hilo de entendimiento y complicidades entre ambas, a pesar de sus distintos orígenes y realidades. No en vano le dedicó a sor Juana Inés de la Cruz una de las tres biografías que publicó en Argentina. En las otras dos abordó las vidas de Concepción Arenal (a la que ya había contribuido a difundir y honrar promoviendo que se levantara un monumento en su honor en Madrid) y de Francisco de Quevedo. Tradujo también a Victor Hugo y Émile Zola.
Buenos Aires era en los cuarenta una capital cosmopolita, conectada con las últimas tendencias teatrales y literarias. Campoamor publicaba de modo regular en las revistas Argentina Libre y Saber vivir, y fue profesora de derecho y literatura castellana en la biblioteca del Consejo de Mujeres, una institución que promovía cursos para la formación de alumnas de diferente condición social. Aunque mantuvo contactos con el Consejo Nacional de Mujeres Argentinas, su proyección política fue deliberadamente baja. La faceta jurídica la cultivó desde un segundo plano, en la sombra, colaborando de forma discreta con el abogado argentino Salvador Fornieles. Entre los nuevos amigos destacó su estrecha relación con Emina Pietranera de Mesquita, de la que, al dedicarle su biografía de Quevedo en 1945, escribió que personificaba «las virtudes y señorío tradicionales de la dama argentina».
Su perfil político y feminista, aun siendo conocido, no pesaba tanto en Buenos Aires y eso pudo estimularla a ensanchar su faceta de periodista y a ensayar modos de vida inéditos. Pero guardó, como siempre, su vida íntima para sí. Una mujer que dedicó los años de su juventud a luchar por situarse y que tuvo una vocación política tan acusada quizás no tuvo interés en casarse, y más si aspiraba a un matrimonio igualitario. Apenas quedan vestigios de sus posibles amores. En sus artículos literarios publicados en Argentina se intuyen reproches hacia los hombres y sus volubles deseos, pero estos pueden deberse a su perspicacia y lecturas tanto como a su propia experiencia.
Se sentía tan integrada en Argentina que en 1948 alquiló una casa en el barrio de Beccar de Buenos Aires (en la calle Presidente Roca 141) para acoger a sus cinco sobrinos, entre ellos Chelo, la joven que salió con ella y con su madre de España en 1936. Eran hijos de su hermano Ignacio, exiliado en Francia, y de su esposa Consuelo Aramburu, y se alojaron con ella tras llegar en el barco Yapeyu. Con ellos iban también tres sobrinos nietos. Años después nacerían