Inspiración y talento. Inmaculada de la Fuente

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Inspiración y talento - Inmaculada de la Fuente

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en el seno del bando republicano. Posiblemente, había llevado consigo algunas notas redactadas en las semanas del verano del 36 que vivió en Madrid y terminó de escribirlo y pasarlo a limpio en Lausana. Aunque debió traducirlo ella misma al francés al escribirlo, contó con la supervisión de Antoniette Quinche, que figura como traductora. Es un libro apresurado, escrito sobre la marcha y con algunos errores y reiteraciones que, pese a todo, se lee con facilidad por el estilo vibrante de la autora. Es también un texto lleno de dolor e impotencia, una justificación vital que le permite a ella, republicana fuera del poder, analizar de forma implacable las vacilaciones y equivocaciones de sus antiguos compañeros en su camino hacia el desastre. Se considera que La revolución española vista por una republicana es uno de los primeros textos de literatura memorialista sobre la Guerra Civil y los desaciertos y desmanes producidos en el lado republicano. Escrito desde la frontera y la encrucijada personal, la autora no se reconoce en los prohombres de la República que fueron sus compañeros y, aun sabiendo que los sublevados la consideran su enemiga, aflora en ella el sentimiento de no pertenencia a la clase dirigente. Al contrario que Elena Fortún que, en 1943, pasada la guerra, escribe el borrador de Celia en la revolución, un libro que se nutre, desde el filtro literario, de su experiencia en la retaguardia madrileña (similar a la de Campoamor), y decide no publicarlo debido a su dureza (aunque finalmente saliera a la luz en los años ochenta del siglo XX), Campoamor necesitaba compartirlo ya, dar la voz de alarma sobre lo que sucedía y podía ocurrir. La revolución española vista por una republicana es un testimonio con hallazgos lúcidos, pero en cierto modo inacabado al centrarse en los primeros meses de una guerra que duró tres años. Sus críticas a la imprevisión política de los gobernantes y a la falta de técnica al enfrentarse a los sublevados parecen atinadas, pero intercala ajustes de cuentas con políticos que la marginaron como Azaña o que, como Prieto, se mostró beligerante en el Parlamento. De Casares Quiroga recuerda su apodo de Civilón con sarcasmo, y salva a los moderados, como Diego Martínez Barrio, por su propuesta del 20 de julio de hacer un gobierno de conciliación. La republicana aborda una cuestión crucial, la entrega de armas al pueblo amenazado para combatir a los sublevados y defenderse de los civiles emboscados en zona republicana. No hay duda de que distribuir armas o consentir que miembros de comités o sindicatos las portaran provocó que hubiera eslabones de poder que escaparon al control del Gobierno. Pero no analiza, porque ese no es su objetivo, cuál podría haber sido la alternativa ante unos sublevados dispuestos a ir hasta el final. Aunque tiene presente que la situación de guerra creada en España parte de la sublevación militar de julio de 1936, en la introducción del libro que hace la traductora, Antoniette Quinche, no se alude al golpe militar, tal vez por darlo por sabido, y se ciñe a la revolución que bulle en el lado republicano. No sorprende que, a pesar del valioso punto de vista que aporta, el libro supusiera un mazazo para muchos republicanos derrotados que se tropezaron con él en Francia o supieron de su existencia en América. Amigos suyos o defensores de la causa republicana se sintieron dolidos, interpretando que achacaba a su torpeza su posterior derrota. Otros no entendieron cuál había sido su propósito al publicarlo. Entre ellos su admirada amiga y sufragista Paulina Luisi, la socialista uruguaya con quien había estado en Madrid y Sevilla y cuya correspondencia se interrumpió tras manifestarle ella su malestar. Esta y otras reacciones le hicieron meditar a su autora sobre el alcance del libro y su eco en el exilio y, aunque no se arrepintió de haberlo publicado, en Argentina optó por no citarlo entre sus libros publicados. Tampoco se planteó traducirlo de momento al castellano.

      La primera edición en español de La revolución española vista por una republicana, traducida del francés, se publicó en España décadas después en el Servicio de Publicaciones de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y luego en Renacimiento, ya en 2007, con anotaciones de Luis Español Bouché, su traductor. En 2018 ha vuelto a reeditarse con nuevas aportaciones de Español Bouché sobre Clara Campoamor a partir de la biografía canónica de Concha Fagoaga y Paloma Saavedra.

      Buenos Aires, una segunda vida

      En una de sus cartas a Gregorio Marañón, residente en París, fechada desde Pernambuco (Brasil) el 17 de febrero de 1938, mientras viaja a Argentina, Campoamor, que tenía entonces 50 años, le confiesa su inquietud por su futura vida en América, por lo que se deduce que llegó a Buenos Aires unas semanas después, al inicio de la primavera de 1938. Se decantó por Buenos Aires tras descartar Montevideo, una de sus primeras opciones: allí vivía Paulina Luisi, pero su amistad se había enfriado por su posición sobre la contienda española. Su estancia en Argentina fue un intento de reinventarse desde la literatura, el periodismo y la divulgación cultural. Supuso iniciar una segunda vida dentro de su biografía. Quizás se animó a probar suerte en Buenos Aires al saber que había ya un grupo de republicanos liberales, entre ellos el expresidente Niceto Alcalá-Zamora, exiliado en la capital bonaerense, y el diputado cordobés Federico Fernández de Castillejo, buen amigo suyo, que acababa de llegar. La exdiputada se integró en el círculo de Alcalá-Zamora (estuvo cerca de él cuando murió y asistió a su despedida en el cementerio de la Chacarita y en el homenaje que se le tributó), y fue vecina de Fernández de Castillejo y su familia. Con este último compartió intereses culturales y escribió Heroísmo criollo: la marina argentina en el drama español, el relato de las vicisitudes de los refugiados españoles que llegaron por mar tras la derrota. La disposición de Losada y otras editoriales a acoger en sus colecciones la obra de los exiliados españoles y el contacto con otros refugiados (aunque en el exilio se reprodujeran las diferencias entre ellos mantenidas en España y vivieran en compartimentos estancos) facilitó que colaborara en diversas publicaciones. Entre 1943 y 1945 escribió, para la revista mensual Chabela, ensayos sobre poetas del Siglo de Oro y del Renacimiento o del Romanticismo, y autores latinoamericanos como Amado Nervo o la poeta y feminista sor Juana Inés de la Cruz. Son textos que rozan la crítica literaria, escritos con ingenio y desenvoltura, muy lejos del lenguaje jurídico o político. En el dedicado a Sor Juana parece aflorar un juego de espejos, como si hubiera un hilo de entendimiento y complicidades entre ambas, a pesar de sus distintos orígenes y realidades. No en vano le dedicó a sor Juana Inés de la Cruz una de las tres biografías que publicó en Argentina. En las otras dos abordó las vidas de Concepción Arenal (a la que ya había contribuido a difundir y honrar promoviendo que se levantara un monumento en su honor en Madrid) y de Francisco de Quevedo. Tradujo también a Victor Hugo y Émile Zola.

      Buenos Aires era en los cuarenta una capital cosmopolita, conectada con las últimas tendencias teatrales y literarias. Campoamor publicaba de modo regular en las revistas Argentina Libre y Saber vivir, y fue profesora de derecho y literatura castellana en la biblioteca del Consejo de Mujeres, una institución que promovía cursos para la formación de alumnas de diferente condición social. Aunque mantuvo contactos con el Consejo Nacional de Mujeres Argentinas, su proyección política fue deliberadamente baja. La faceta jurídica la cultivó desde un segundo plano, en la sombra, colaborando de forma discreta con el abogado argentino Salvador Fornieles. Entre los nuevos amigos destacó su estrecha relación con Emina Pietranera de Mesquita, de la que, al dedicarle su biografía de Quevedo en 1945, escribió que personificaba «las virtudes y señorío tradicionales de la dama argentina».

      Su perfil político y feminista, aun siendo conocido, no pesaba tanto en Buenos Aires y eso pudo estimularla a ensanchar su faceta de periodista y a ensayar modos de vida inéditos. Pero guardó, como siempre, su vida íntima para sí. Una mujer que dedicó los años de su juventud a luchar por situarse y que tuvo una vocación política tan acusada quizás no tuvo interés en casarse, y más si aspiraba a un matrimonio igualitario. Apenas quedan vestigios de sus posibles amores. En sus artículos literarios publicados en Argentina se intuyen reproches hacia los hombres y sus volubles deseos, pero estos pueden deberse a su perspicacia y lecturas tanto como a su propia experiencia.

      Se sentía tan integrada en Argentina que en 1948 alquiló una casa en el barrio de Beccar de Buenos Aires (en la calle Presidente Roca 141) para acoger a sus cinco sobrinos, entre ellos Chelo, la joven que salió con ella y con su madre de España en 1936. Eran hijos de su hermano Ignacio, exiliado en Francia, y de su esposa Consuelo Aramburu, y se alojaron con ella tras llegar en el barco Yapeyu. Con ellos iban también tres sobrinos nietos. Años después nacerían

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