Rukeli. Jud Nirenberg
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3 Roma y sinti se usan en el presente libro como nombres colectivos y por lo tanto en minúsculas y singular. En el caso del grupo sinti, hay formas masculina y femenina en singular: sinto para masculino y sintisa para el femenino. En algunos lugares del libro, el autor se refiere a los roma también como romaníes. En cada caso se utiliza la denominación elegida por el autor (N. del T.).
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La perdurable relevancia de Trollmann
En cierto modo, Johann «Rukeli» Trollmann es el Holocausto romaní y sinti. La nieta de su hermano, Diana, dice: «En Alemania, para los sinti, Rukeli es nuestra Ana Frank». Como las muertes sinti en el Holocausto, él es un símbolo permanente del pasado y una advertencia de lo posible entre su propia gente, pese a lo cual aún es enormemente desconocido para la mayoría del mundo.
Su lucha resuena. Hablando de Johann Trollmann y su identidad étnica, el sinto y antiguo campeón de boxeo de Alemania Occidental Robert Marschall dice: «Tienes que aprender a luchar, levantarte si caes… De lo contrario como sinto estás perdido desde el mismo comienzo»4.
Este libro no es solo sobre Trollmann. Los últimos capítulos se ocupan de los esfuerzos de algunos roma y sinti en la actualidad para que se tome conciencia de lo que su pueblo vivió, perdió y defendió durante el Holocausto. Mientras que el 95 % de los estadounidenses dicen haber oído hablar del Holocausto, la mayoría de estudiantes de secundaria no son capaces de dar una definición de la palabra. Solamente el 21 % respondió que sí, que el gueto de Varsovia tuvo algo que ver con el Holocausto5. La palabra aparece conectada a películas e iconos populares pero desvinculada del fascismo o de la historia de la segregación étnica en Europa. Si la gente sabe poco de cómo y por qué movimientos formidables llegaron a intentar —y casi lograr— la eliminación de los judíos europeos, sabe mucho menos acerca del otro grupo étnico que los nazis y sus colaboradores señalaron para su total exterminio.
Cuando alguien piensa en genocidio o en el Holocausto, piensa en víctimas y opresores. Piensa en los heroicos liberadores y solo quizá en aquellos que lucharon contra ellos con recursos más limitados; los que protestaron, la resistencia clandestina, los actos de desafío que tan importantes son precisamente por quijotescos. A diferencia de lo que sucede en las películas, la realidad no siempre nos ofrece héroes y villanos. El fascismo duró mucho más que un drama de Hollywood. La gente bajo su yugo tuvo ocasión de desempeñar muchos papeles. Ethel Brooks señala que habitualmente «mantenemos las categorías de superviviente, víctima y perpetrador»6 cuando miramos al Holocausto. Trollmann y los otros roma y sinti de esta historia nos recuerdan que la gente no encaja en categorías precisas, y menos aún en los tiempos más caóticos. Johann Trollmann retó a muchos hombres fuertes a lo largo de su vida. Fuera y dentro del ring, desafió al Gobierno y a la sociedad alemanes. Muerto, ha logrado victorias que lo eludieron en vida. Desafía nuestras ideas sobre cómo los miembros de minorías proscritas deben relacionarse con la sociedad en tiempos de la más extrema exclusión.
Para entender la vida de Johann Trollmann, necesitamos un contexto. Vivió en una sociedad que hizo de la herencia étnica un asunto de la máxima importancia, de modo que esta historia debe comenzar con los orígenes de los sinti, la comunidad «gitana» de la que él provenía. Su historia tampoco termina con su muerte en 1943 pues su carrera, de una forma muy real, solamente terminó en 2003, cuando le fue devuelto su título de campeón nacional. Tanto la lucha por preservar la memoria de roma y sinti que fueron asesinados en la década de 1940 como el empeño por recordar a Trollmann en particular continúan a fecha de hoy. Durante décadas tras el Holocausto, a los alemanes se les enseñó que los gitanos no fueron víctimas de la política de exterminio racial sino que se les señaló por ser «asociales». La infamia de que los asesinados fueron seleccionados por algún comportamiento inadecuado o asocial exigió una lucha larga y coordinada para ser rectificada.
Para comprender la respuesta de Trollmann al racismo, necesitamos hacer algo más que imaginar cómo nos habríamos sentido en su lugar; deberíamos apreciar cuán diferente, cuánto más manifiesta y claramente veía él la inhumanidad de normas que otros atletas de su tiempo tomaron como meros infortunios de la vida. Trollmann no tragó el maltrato. Era un luchador. Hay un viejo dicho romaní, «nashtik djas vorta po bango drom» [no se puede ir recto por un camino torcido]. Trollmann no siempre tomó la postura antifascista. Vivía dentro de la sociedad alemana y con frecuencia luchó por ser un miembro aceptado del único mundo que conocía. Pese a lo cual, comparado con otras muchas víctimas de los prejuicios raciales y la violencia, mostró una conciencia inusualmente consistente de su propia humanidad y voluntad para continuar, para luchar. Otros que como él opusieron resistencia también tienen un lugar en la historia.
No fue solo un gran boxeador, un campeón en un país que era líder mundial en los deportes. Y sin embargo, apreciar su boxeo es un punto de partida. Un boxeador debe ser un excelente atleta y él lo era. Otros han escrito que era, incluso de niño, un corredor más rápido, un nadador más vigoroso que sus compañeros. Para boxear bien, la habilidad física no es suficiente. El deporte exige tomar decisiones estratégicas y tácticas, y hacerlo rápido. El boxeador que gana tiene que examinar el estilo y las costumbres de sus oponentes, analizarlos, para formular una hipótesis sobre cómo pueden ser vencidos. A continuación necesita poner a prueba la hipótesis, evaluar los resultados del test e intentar algo nuevo. El boxeo, al fin y al cabo, es llamado a menudo «dulce ciencia»7. Un plan exitoso proporciona una revelación que solo puede ser utilizada unas pocas veces antes de que la estrategia se vuelva predecible, tras lo cual el boxeador tiene que empezar de nuevo. Hay mucho que pensar y hacerlo mientras la parte del cuerpo que usamos para pensar es golpeada y sacudida. La estrategia debe formarse mientras el boxeador lucha por respirar, corre en un círculo estrecho y experimenta dolor súbito. Hace falta una separación, o trascendencia del yo. Trollmann ganó el título alemán de los semipesados. Sabía trascender.
Para entender a Johann Trollmann, debería entenderse que su nombre no era Johann. Ese era un nombre utilizado con gente de fuera pero no con su familia ni su comunidad. Era un nombre para cuando hablaba en alemán. En casa, donde se hablaba el idioma de los sinti, era Rukeli, o «Pequeño Árbol». Aunque Rukeli fue en muchos aspectos tan solo un niño alemán cualquiera, o al menos un niño cualquiera de su situación económica a comienzos de siglo, fue no obstante definido, refrenado y en última instancia asesinado como consecuencia de esta diferencia, porque era un sinto. Justo cuando él alcanzaba el cenit de su poderío atlético, Alemania se consagraba a una visión política en la que las teorías raciales eran centrales y en la que el boxeo ocupaba un lugar simbólico especial. Para entender la injusticia de la vida de Trollmann, necesitamos ver hasta qué extremo las creencias de la época —al igual que muchas de las ideas comunes de hoy— acerca de los gitanos y la identidad étnica estaban, y están aún, equivocadas.
4 Hudson, A. (23 de Octubre de 2012). Germany finally commemorates Roma victims of Holocaust. Reuters. Recuperado de http://www.reuters.com/article/us-germany-roma-monument/germany-finally-commemorates-roma-victims-of-holocaust-idUSBRE89M0PT20121023.
5 Rothe, A. (2011). Popular Trauma Culture. Rutgers University Press.
6 Gerson, J. M., y Wolf, D. L. (Eds.). (2007). Sociology Confronts the Holocaust: Memories and Identities in Jewish Diasporas. Duke University Press.