Rukeli. Jud Nirenberg
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Los roma, los sinti y la Historia
Los roma son en la actualidad la minoría étnica más numerosa de Europa. Entre diez y doce millones de roma viven en Europa si se cuentan todas las personas de la diáspora romaní, como los sinti. En varios países, los niños romaníes se encuentran aún en su mayoría segregados en ambientes educativos inferiores. En algunos países, los roma son enviados a escuelas destinadas oficialmente a personas con discapacidades de aprendizaje pero que en la realidad están mayoritariamente ocupadas por roma. Incluso en muchos de los supuestos colegios integrados, los roma son puestos en clases aparte. Situados en entornos de aprendizaje donde se enseña poco, los roma suelen abandonar la educación en la adolescencia. La discriminación laboral es común incluso para aquellos con las aptitudes que les permitirían conseguir un empleo. Mientras que la discriminación laboral es ilegal en la mayor parte de Europa, la aplicación de las leyes antidiscriminatorias no es fácil. Faltos de educación, desempleados y rechazados, los roma viven comúnmente en barrios de chabolas, separados de la población no roma. Richard John Neuhaus, editor de la reputada y ampliamente leída publicación estadounidense First Things llama a los gitanos «gente vaga, embustera, ladrona y extraordinariamente sucia». Personas por lo demás cultas hacen afirmaciones sobre los roma que serían rápidamente censuradas como estúpida intolerancia si se refiriesen a cualquier otra comunidad étnica8.
Si bien los romaníes que viven en casas remolque o caravanas son muy visibles para el mundo exterior, constituyen una mínima fracción de los millones de roma de Europa y el mundo. Mientras que los niños romaníes mendigos o carteristas que operan en abarrotadas atracciones turísticas recuerdan a los transeúntes algunos estereotipos muy antiguos y bien conocidos, son también, una vez más, un minúsculo segmento de una gran comunidad. La gran mayoría de los roma no roban, mendigan ni llevan un estilo de vida nómada. La gente de fuera mira a menudo a mendigos y a inmigrantes y supone que esos roma viven de acuerdo con una cultura ancestral. No es así. Hay algunos roma y sinti que ven la vida en una caravana como una tradición familiar. Los patrones de viaje de la familia Trollmann mientras Rukeli estaba creciendo, que se discutirán más adelante, proporcionan una ocasión para separar mito y realidad. Hay más que se desplazan por los motivos por los que los roma siempre lo han hecho: están buscando una nueva vida, un modo de proveer a una familia.
Pese a lo cual es cierto que la mayoría de los roma son pobres y viven al margen de las oportunidades y la sociedad de Europa. ¿Cómo ha llegado a ser así?
Mucho se ha debatido sobre la historia de los roma. Lo más probable es que en el siglo VI a.C., los primeros grupos de ancestros romaníes abandonaran el noroeste de India rumbo al Imperio persa. En 1001, cuando el líder musulmán Mahmud de Gazni invadió India, otra ola de indios, la mayoría hombres de castas inferiores, fueron reclutados para luchar en la guerra contra los musulmanes en el norte de India y Persia durante más de tres décadas de conflicto. En una serie de oleadas, los indios fueron llegando a Persia como esclavos, mercenarios, mercaderes y demás. El primer pueblo en llamarse a sí mismo roma y en hablar un idioma llamado romaní se remonta al Imperio persa y tenía raíces en India. Tal vez la identidad romaní, por lo tanto, ha sido siempre la de un pueblo en diáspora, un pueblo con raíces en algún otro lugar. Los roma emigraron, como hicieron muchos otros pueblos, hacia Bizancio y, a medida que el Imperio bizantino se expandía, en dirección al sudeste de Europa. Hacia el siglo XIV y quizá antes, los roma habían llegado hasta Bohemia (en la actual República Checa). Alrededor del siglo XV, se encontraban casi en toda Europa, desde Rusia y el nordeste hasta Escocia, Suecia, Portugal y regiones intermedias, incluyendo Alemania. Al cruzar fronteras hacia nuevas tierras, algunos roma dijeron a las autoridades que eran penitentes procedentes de Egipto. Afirmaron ser antiguos musulmanes en peregrinaje a lugares santos occidentales para pagar por su pasado hereje. El mito de que los roma provenían de Egipto es el origen de la palabra inglesa Gypsy y de la española «gitano».
Algunos nobles locales del centro de Europa animaron activamente a los roma a asentarse en sus tierras, con la promesa de impuestos razonables y ofertas de trabajo. Los roma tenían fama de contar entre los suyos con muy hábiles criadores y entrenadores de caballos y metalurgistas. Para los duques o los pequeños señores con la mirada puesta en los invasores orientales, tales habilidades poseían el máximo valor.
Si sus habilidades eran valoradas por algunos, los roma eran aún del este, extraños provenientes del mundo no cristiano en una época en la que la cristiandad era insegura.
No eran blancos en un tiempo en el que se enseñaba a los cristianos que la piel oscura era la marca de Caín y de la maldad. Hizo falta poco tiempo para que despertara el sentimiento antirromaní. La expulsión de los roma de la región de Meissen (Alemania) fue ordenada en 1416. En los siglos XV y XVI gobernantes de toda Europa prohibieron a los gitanos la entrada o el asentamiento en sus territorios. En 1510, una ley de Suiza ordenaba que se diera muerte inmediata a todos los gitanos a la primera ocasión en que se les viera.
En Wallachia, Transilvania y Moldavia, los roma fueron esclavizados durante cinco siglos, hasta la abolición en la década de 1860, muy poco antes del fin de la esclavitud de los afroamericanos en los Estados Unidos.
En 1710, el gobernante de la Casa de Habsburgo José I ordenó que todos los hombres adultos fueran ahorcados sin juicio y las mujeres azotadas y desterradas para siempre.
En el reino de Bohemia debía cortárseles la oreja derecha y en Moravia, la izquierda. Augusto de Sajonia, un año después, se sumó a la moda y aprobó una ley que prohibía a todos los gitanos la entrada a sus tierras. Los infractores eran azotados y marcados con un hierro al rojo. De regresar, serían ahorcados.
La persecución de los roma de un lugar a otro no sentó, como se puede adivinar, las bases de la integración. Los roma acabaron en la pobreza, migrando y separados de las mayorías tanto económica como culturalmente. A medida que Europa fracasaba en su intento de mantener a esta gran población fuera, las políticas se fueron centrando en cómo asimilarlos. En España, la lengua romaní fue prohibida y se ordenó que la lengua de los infractores fuera cortada.
En 1758 la gobernante Habsburgo y emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico María Teresa comenzó un programa de asimilación para convertir a los roma en ujmagyarok (nuevos húngaros). Tanto si migraban por elección propia como si lo hacían en busca de tierras donde se les permitiera vivir —y donde poder ganarse la vida—, la política obligaba ahora a apartarlos por la fuerza de su presumiblemente elegido nomadismo. El imperio reemplazó las tiendas móviles y los carruajes tirados por caballos por cabañas permanentes y separó por la fuerza a muchos niños de sus padres para entregarlos en adopción a hogares no romaníes. En la práctica, en muchas partes del imperio la política significaba arrebatar los útiles de trabajo a personas que se ganaban la vida como artesanos cualificados o comerciantes ambulantes y convertirlos en siervos empobrecidos. Obligaba a familias que sobrevivían de forma independiente y a las que era difícil hacer pagar impuestos a convertirse en menesterosos granjeros, más fácilmente explotables por la nobleza. Por otro lado puede que cogiera a algunos roma que vagaban sin recursos y los asignase a tierras y a vidas de aparcería. En cualquier caso, para 1894 la mayoría de los roma de un censo nacional eran sedentarios.
Con independencia del modo en que los roma vivían, eran vistos por las mayorías como diferentes y salvajes. En 1830 los niños romaníes de Nordhausen —en la región oeste de Alemania, un poco al sur de Hannover— fueron separados de sus familias para ser entregados en adopción a alemanes.
La imagen del gitano primitivo que rechazaba trabajar y acomodarse a las normas de otros, encajaba