Filosofía para una vida peor. Oriol Quintana Rubio
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Pero tampoco cabe, de la forma en que quieren hacernos creer los libros de autoayuda, recorrer las etapas vitales como quien recorre caminos de felicidad, como si de una carrera triunfal y plena de sentido se tratara, creyendo acumular crédito en un banco, o que la felicidad nos espera detrás de cada esquina. Los santos actuaban como si lo que hacían tuviera mucho valor, y a la vez, creían saber que el valor residía enteramente en otra parte. ¿No será posible, para el hombre común, actuar como si se supiera que hay un bien puro en otro lugar, afuera −pero sin saberlo ni creerlo verdaderamente− y con ello, actuar con la libertad y generosidad del que no espera nada, y, justamente por ello, es, por fin, libre?
VI. Filosofía para una vida peor
Iniciamos pues, un camino, que nos ha de llevar desde un susto inicial, producido por una lucidez que con mucho gusto rechazaríamos, la que nos dice que todo lo que nos rodea es humo, y, por lo tanto, nada merece el esfuerzo, hasta el punto de saber llevar una vida mínimamente productiva y que no haya tenido que echar tierra sobre esta lucidez.
Repitámoslo: un pesimista es alguien que ha alcanzado cierto grado de lucidez respecto el poco bien que contiene la existencia humana y que no se conforma con baratijas. Quiere oro. Las tentaciones y caminos que nos permiten volver a la ilusión de creer que las cosas valen la pena son muchas (tantas como títulos hay en el género de la autoayuda). El pesimista verdadero no puede fingir ni que la vida es perfecta, ni que no aspira a lo absoluto. Rechazar las medias tintas requiere, aparentemente, un temple inaudito. Pero que eso no nos desanime: como mínimo se puede avanzar hacia ello. Bastará para empezar con no apartarse de ciertas visiones, como la del hombre como ser inerme, como la misma visión del mundo como una sombra del bien. Disponemos de un puñado de autores del siglo pasado que meditaron detenidamente sobre éstas y otras cuestiones relacionadas: estudiarlos nos permitirá no aumentar nuestra felicidad, pero sí nuestra lucidez.
Cioran nos dejó suficiente material para resguardarnos de las ilusiones. Lo mejor sería, sin duda, acercarse a su obra directamente. Pero mientras tanto, podemos usar algunas de sus perlas como protección contra la tentación de olvidar que somos esclavos encadenados en el fondo de una caverna. Como recomiendan los libros de autoayuda, tómense estos aforismos con moderación (uno al día) y medítense con atención y amor.
“Parecerse a un corredor que se detiene en plena carrera para intentar comprender qué sentido tiene correr. Meditar es signo de sofoco.”
“Imposible hallar lo verdadero por ningún lado; por todas partes simulacros, de los que no debería esperarse nada. ¿Por qué añadir entonces a una decepción inicial todas las que se producen y la confirman con una regularidad diabólica día tras día?”
[Ese maldito yo, Tusquets, Barcelona, 2004]:
“Tertuliano [autor del siglo II d.C.] nos muestra que, para curarse, los epilépticos iban a ‘chupar con avidez la sangre de los criminales degollados en la arena’.
Si yo escuchara la voz de mi instinto, esa sería la única forma de terapia que adoptaría para cualquier enfermedad.”
“El hombre despide un olor particular: de entre todos los animales sólo él apesta a cadáver”
“La historia es, en esencia, estúpida.”
“Levantarse, acicalarse y después esperar alguna variante imprevista de tedio o de horror. Daría el mundo entero y todo Shakespeare por una brizna de ataraxia [estado de calma interna, descrito por Epicuro, filósofo del siglo IV a.C].”
[Del inconveniente de haber nacido, de 1973, publicado en Taurus, Madrid, 1998]
“Quien no ha muerto joven, merece morir.”
“Lo que debe hacer soportable la vejez es el placer de ver desaparecer uno a uno todos los que han creído en nosotros y a los que no podremos decepcionar más.”
“Primer deber al levantarse: decepcionarse de uno mismo.”
[El aciago demiurgo, Taurus, 2000]
“Toda palabra es una palabra de más.”
[La tentación de existir, Taurus, Madrid, 1981]
Profesor Pessimus, ¿deberían suicidarse los pesimistas?
No. Cioran, como no podía ser menos, meditó largamente la cuestión, y supo condensar sus ideas en numerosos aforismos sobre el tema. De todos ellos, el que sugiere que uno siempre se suicida demasiado tarde es el más ingenioso. En realidad, para Cioran, el acto requería una fortaleza y una resolución de la que jamás dispuso (en contra de los que creen que suicidarse es un acto de cobardía); por otro lado, pudiera ser el acto en sí fuera tan inútil como cualquier otro: cuando uno ha comprendido la inanidad de la propia existencia, seguir viviendo o morir es indiferente. Por último, Cioran valoraba explícitamente la posibilidad de suicidarse más que el acto en sí. Para los momentos de mayor angustia, saber que uno puede marcharse cuando quiera es motivo de consuelo y le permite a uno sobreponerse la sensación de impotencia.
Profesor Pessimus, ¿defendía Cioran que no había diferencia entre el bien y el mal?
No. Cioran escribió poco sobre la moral, y a pesar de su nihilismo, parecía dar por buenas la ideas corrientes sobre la moralidad, es decir, jamás defendió que todo valía o que las atrocidades estaban justificadas ni nada por el estilo. Más bien defendió la postura de que no existe un bien verdadero en ningún sitio (algo que sacaba de sus sensaciones internas) y afirmó, como siempre sin mucha justificación, que uno debía ponerse siempre al lado de los oprimidos en cualquier circunstancia, incluso cuando estaban equivocados, sin perder de vista, no obstante, que estaban hechos del mismo barro que sus opresores.
3. ¿El futuro? Pon la boca en el bordillo
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