Filosofía para una vida peor. Oriol Quintana Rubio
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La visión del hombre como un ser desnudo e inerme, su desamparo esencial, está presente también en los siguientes films de este ciclo improvisado. En él deberíamos incluir tanto las películas de monstruos, como las del fin del mundo o las de zombies.
28 días después (Twenty eight days later, Danny Boyle, 2002), que en realidad fue el filme que volvió a poner de moda a los muertos vivientes, aportó algunas innovaciones respecto a las décadas anteriores: aquí los zombies eran infectados, no muertos vivientes (la ausencia de esta matización, que no tiene en realidad la más mínima importancia, podría causar bastante escándalo un ciertos corrillos); igualmente, mientras que los zombies tradicionales andaban rígidos y lentos, en éste caso, los infectados eran rápidos, gritones y mucho más letales. Por lo demás, el filme era sobrecogedor por mostrar la soledad del protagonista, que, al principio de la película, despierta en un hospital y camina solo por un Londres deshabitado. Nada traduce mejor el desamparo que las grandes metrópolis con un solo habitante.
Las películas de zombies parecen competir entre sí en economía de medios narrativos para mostrar cómo se desarrolla el apocalipsis, es decir, la fulminante deshumanización de la humanidad; todas buscan combinar lo alusivo con lo explícito para sorprender al espectador. En general se juega a que el público va un paso por delante de los personajes, que no anticipan nada de lo que va a suceder, lo que aumenta enormemente el dramatismo. El amanecer de los muertos (Dawn of the dead, Zack Snyder, 2004) destaca por tener una secuencia inicial especialmente rumbosa, centrada en una enfermera que ve los efectos de la plaga en el hospital, y luego desde el coche huyendo ya de su casa infectada. El filme se desarrolla en el interior del un mall, un centro comercial de una ciudad de Estados Unidos, en el que los protagonistas están atrapados. La película parece arrancar de esta idea simple, de cómo debe de ser quedarse encerrado en unos grandes almacenes en los que, en principio, uno puede encontrar todo lo que necesita: todo el mundo ha pensado alguna vez que le encantaría poseer todo lo que se ve en estos lugares −una idea estúpida, según la trama del film acaba mostrando. Se trata de un remake de la película de 1978, dirigida por el creador del género George A. Romero. El director, el debutante Zack Snyder, cosechó buenas críticas por su saber hacer (ciertamente, la película tiene un montaje impresionante), y le abrió las puertas a posteriores producciones, igualmente comerciales y espectaculares. Es una constante del género que cada nuevo director intente innovar en algún detalle: Snyder introdujo un recién nacido zombificado.
Hay que hacer una mención especial a A ciegas (Blindness, Fernando Meirelles, 2008), por no ser un producto enteramente popular, sino tener un pie en la literatura culta (el autor de la novela original, Ensayo sobre la ceguera, no es otro que José Saramago, premio Nobel de Literatura en 1998). De nuevo el fin de la civilización, y esta vez por una extraña ceguera que se contagia a todo el mundo provocando el colapso total. La novela resulta durísima de leer, porque Saramago no escatima ningún horror concebible. Como puede imaginarse el lector, el libro está lleno de mugre y suciedad, de abandono, de hambre y de abusos de todo tipo. El hecho de que uno de los personajes, quizá el principal, haya conservado inexplicablemente la vista, no ahorra ninguna experiencia traumática a ninguno de ellos. En el país de los ciegos, el que ve no es el rey, sino que tiende a ir a parar a la cárcel, como en la caverna platónica. Su traslación cinematográfica resultó algo decepcionante: era difícil estar a la altura de una novela que, como forma artística, permite al autor mostrar desde dentro de la consciencia del personaje; en este caso, cómo puede ser estar ciego. Es una limitación que acaba siendo insuperable para un arte visual como el cine. Por razones obvias, una pantalla completamente blanca no resulta demasiado expresiva, mientras que una ceguera descrita con las palabras justas conmueve necesariamente al lector. Así, a ratos, el film resulta algo así como una película de zombies en la que todos son zombies, gente deambulando en busca de comida, pero sin que pase verdaderamente nada. Algo que, por cierto, el director aseguraba haber intentado evitar.
Sea como fuere, si el filme merece un comentario más largo es por la habilidad de Saramago en ir deslizando la trama hacia el más insoportable horror de manera sutil y ordenada, de forma que lo que habría que evitar a toda costa se torne precisamente inevitable, casi lógico. Tras un tiempo de reclusión en un antiguo manicomio, al que han sido confinados por el gobierno a modo de cuarentena, el grupito protagonista deja de recibir la comida que los soldados que los vigilaban habían ido dejando a su alcance puntualmente. Resultaba que otro grupo, de otra sala, había decidido quedarse con toda y repartirla sólo según sus términos: querían violar a las mujeres de cada sala a cambio del alimento. Dicho así suena tremendamente gratuito y absurdo. La magia de Saramago consiste en saber dotar a los acontecimientos de la gradualidad necesaria. Tras una imposible deliberación, que a pesar de todo se lleva a cabo, las mujeres deciden caminar hacia sus verdugos para evitar morir de hambre. ¿Cuál es la razón de esta sinrazón? ¿Por qué los hombres de cierta sala son capaces de abusar de esta manera de una situación de las que también son víctimas? No se trata sólo de ilustrar la idea de que en situaciones extremas (ante la falta de alimento, sin ir más lejos) los lazos humanos se rompen, como si éstos fueran solo un pálido barniz aplicado sobre un tejido semi-oculto de salvajismo. Tampoco se trata de hablar de la supuesta maldad innata de los seres humanos. Se trata de explicar qué hace el desamparo sobre la psicología de las personas. Y es lo siguiente: ante el desamparo, se busca el poder. El poder es el antídoto a nuestra situación cero, nuestro desamparo inicial del que en el fondo, jamás salimos. A través de la perversión de hacer sufrir a los demás, o, como mínimo de decidir sobre ellos, de conseguir que nos obedezcan, logramos olvidarnos de nuestra propia impotencia. Y no hay nadie hay más desamparado que un ciego. Dedicaremos el próximo capítulo a profundizar sobre la cuestión de la búsqueda del poder como respuesta al desamparo.
La Niebla (The Mist, Frank Darabond, 2007, autor, entre otras producciones, de una serie de televisión sobre zombies llamada The Walkind Dead, que empezó a emitirse en 2010) presenta una variante curiosa del hombre como ser inerme, especialmente sorprendente para el espectador europeo, siempre fascinado por ciertas manifestaciones de la tradición estadounidense que le resultan extrañas. Se trata de las formas de fanatismo religioso propias de esas latitudes.
En este film, un grupo heterogéneo de paisanos se quedan atrapados en un supermercado, al que han ido a buscar suministros tras una tormenta. En el exterior, una espesísima niebla lo ha invadido todo hasta dejarlos completamente incomunicados. Como en el cine de terror más clásico, resulta que hay algo ahí fuera que devuelve hecho pedacitos a todo el que pretende adentrarse en la nube blanca. Se trata de unos monstruos surgidos no se sabe de dónde (hacia la mitad sí se sabe, pero qué más da) que lo han invadido todo. Monstruos enormes, hambrientos y sanguinarios. No hay escapatoria, no hay ninguna explicación. Por la noche, algunas de esas criaturas, una especie de enormes bichos voladores, entran a sembrar el pánico entre los indefensos humanos. Una mujer, fanática religiosa que ha estado predicando la llegada del fin del mundo, se salva inexplicablemente de su ataque cuando se pone a rezar devotamente en medio del desastre. Ello le hace ganar credibilidad entre los supervivientes: pronto empiezan los actos públicos de arrepentimiento. Es ahí cuando la película empieza a dar miedo de verdad −gracias en buena parte al impresionante trabajo de la actriz que incorpora al personaje. Tan pronto como un soldado, de una base cercana, explique que han sido ellos, los militares, quienes con sus experimentos han desatado el desastre, se empezarán a señalar chivos expiatorios y a llevarse a cabo sacrificios humanos. La situación es peor dentro que fuera