La difícil vida fácil. Iván Zaro
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Los clientes que atendemos son de todo tipo, sin diferencias entre los que van de pisos y los que hago por libre. Recuerdo que una vez, aquí en Madrid, trabajando en el centro, hubo una salida con alguien muy importante del Ayuntamiento de Madrid. Creo que todo el mundo le conoce, pues bueno, el servicio era para él. Esa es la profesión. También hay un piso aquí al que va siempre un cura, es sacerdote. A él le gusta, bueno, le gustaba estar con chicos. Yo también he estado con ese cliente. Se puede tirar horas, le gusta que le digas cosas como: «Mira como me follo al padre», o cosas así, todo relacionado con su mundo. Me cuesta contener la risa cuando pienso en ello, aunque ya no me impacta. Tras seis años de prostitución, he visto mucho. Claro que cuando sucede te quedas pensando: «Estoy pecando, ¿no?». Pero luego te relajas y dices: «Pues ahora estoy pecando más porque estoy con un cura».
Problemas con los clientes he tenido pocos. Se dio una ocasión en que un tipo empezó como a darme azotes, bofetadas y a escupirme. Yo eso sí que no lo aguanto, porque somos putas, pero no somos sacos de boxeo, así que le dije que parara, pero me contestó que para algo estaba pagando. Pero, vamos, que, salvo esto, nunca he tenido ningún problema. Ni siquiera entre compañeros. Con gerentes de pisos, en cambio, sí.
Las normas que imponía este hombre yo creo que eran muy bruscas. Uno está prostituyéndose en un piso, no está pagando condena en una cárcel donde te tienen encerrado y te obligan a hacer cosas. Ese es el caso. Como ninguno de los compañeros daba el paso, lo di yo, no iba a aguantar eso, ni para mí ni para la gente que se prostituye, así que le denuncié. Le denuncié y ahora a esperar el juicio. A los compañeros no les queda más remedio que callar y aguantar porque muchos vienen solos a España y no tienen a donde ir. Lo peor es que yo creo que hay muchos pisos igual que ese. Yo no aguantaría estar en un piso con esas normas. Buscaría otra «plaza», pero muchos compañeros no se van porque tienen miedo.
Con ello no quiero decir que los pisos estén mal ni nada, pero sí creo que deberían pagar sus impuestos y tener unas normas, como las de un trabajo normal. Y en el que los chicos tengan más, más, más… prevención y facilidades para cuidar su salud. Que tengan sus pruebas, que no cojan enfermedades y que vivan en condiciones dignas y no infrahumanas, como en las que vivíamos en ese piso. Hay pisos en los que duermes hacinado con el resto de chicos en la cocina, con cucarachas; en el mismo sitio donde cocinas están las camas, las literas. Muchas veces duermen dos en una cama de noventa. No tienes descanso, no tienes salud, no tienes nada. Estás viviendo en la porquería.
Pero tienes que aguantar porque has decidido ir allí para ganar dinero, ¿no? Si quieres, bien y, si no, pues vete. Los chicos lo toleran porque los dueños de los pisos te comen la cabeza, te dicen que por libre no vas a trabajar. Es verdad que hay personas que por libre no trabajan, que les es más fácil en un piso, que cuenta con su clientela fija y que te anuncia en su página web.
Muchos problemas se acabarían si la prostitución se legalizara. Yo la legalizaría, pagando impuestos y teniendo cobertura sanitaria, que los chicos tengan ante todo salud. Yo, si pudiese, me daría de alta como autónomo, como masajista, por ejemplo, pero para ello supongo que me pedirán un título que no tengo. Si existiese una ley que dejara a los trabajadores del sexo asegurarse, lo haría sin dudarlo. Con la legalización, creo que quizá nadie sería obligado a meterse cualquier tipo de sustancia en contra de su voluntad, y podría vivir en una casa limpia y no en condiciones infrahumanas. Que los pisos tengan sus controles médicos y sus inspecciones de sanidad. Entonces sí, en esas condiciones sí que se podría vivir, porque con su cuerpo y con su vida cada uno hace lo que quiere, pero aguantar las normas de según qué gerente no… que tú pongas el culo o tu polla y encima te cobren un cincuenta por ciento. Que te cobren el alquiler de la habitación, pero el cincuenta por ciento es excesivo, más cuando ellos no están poniendo su cuerpo para que el cliente pague.
Personalmente, no he conocido casos de muchachos forzados a ejercer la prostitución, pero recuerdo haber visto en televisión un programa donde decían que los había. Que los habían traído de sus países y tenían que pagar deudas. Pero yo no he conocido ningún caso, ni siquiera de chicos que tengan que trabajar para pagar deudas.
No sé, a mí la prostitución me ha permitido ganar dinero. Cuando España estaba bien, en esto sacaba mucho más dinero que en un trabajo normal como la hostelería. Es cierto, es dinero rápido. Antes te podías hacer seis, siete, ocho clientes al día. Ahora, con la crisis, menos, como mucho te haces dos o tres. Pero bueno, mis lujos y mis vicios, como el tabaco o el salir de fiesta, me los he pagado yo gracias a la prostitución. Pero a cambio genera un estrés muy fuerte. Genera ansiedad. Yo, de hecho, sufro ansiedad. Eso pasa porque estás con uno y a los cinco minutos estás con otro, a los diez, con otro, y así todo el día. Trabajas día y noche, todos los días. La vida de la prostitución envejece mucho.
Cuando yo empecé, cuando España iba bien, no había ni un español. Ni uno. Que yo haya conocido, ninguno. Ahora en cambio hay muchísimos, muchísimos, muchísimos. Yo al principio trabajaba bien porque los clientes, al ver que era español, venían más; ahora, como somos muchos, pues ya no. Ya no eres novedad por ser español. Ya no soy único.
Cuando acabas la «plaza» en un lugar, o bien hablas con algún compañero que tenga plaza fuera del piso donde te encuentras, para saber si es posible ir a su piso, o buscas en Internet. Por ejemplo, en milanuncios.com y otras páginas web suelen poner anuncios que buscan chicos para hacer «plazas». O escribes en el buscador: «Se necesita chico para piso de relax» y ahí te sale. Los periódicos nos los uso para buscar «plaza» porque no suele haber ofertas de chicos, suele ser casi todo para chicas. Pero sí que los he usado para anunciarme en la sección de contactos. Me he anunciado en sus páginas cuando trabajaba en mi apartamento, y también cuando he estado haciendo «plazas». Le pagas al dueño del piso la mitad del anuncio en el periódico y no hay problema alguno. Cada vez más periódicos están eliminando la sección de contactos, y no lo veo mal. No sé, yo mismo he tenido llamadas de niños de quince y dieciséis años que preguntan qué es lo que hago. Cuando me doy cuenta de ello y pregunto por la edad, caigo en la cuenta de que tengo que colgarles. Cada cual se busca la vida como puede, ¿no? Puedes trabajar en la prostitución y anunciarte en Internet, donde mucha gente no puede acceder. Pero, en cambio, en un periódico los niños sí lo ven. Ven tu anuncio. Tu número de móvil. Por discreción, me parece bien que dejen de publicar estas secciones.
En algunos sitios, tú pones tu propia publicidad, mientras que en otros la publicidad va incluida en el cincuenta por ciento que se quedan de cada cliente. Lo que siempre va incluido es el alojamiento. La comida ya va aparte. Con la comida cada piso se organiza de manera diferente, en algunos los compañeros hacen una colecta o un bote común de dinero y con ello se hace la compra semanal de comida para todos.
En los pisos, al igual que sucede en las saunas, también se practica el «vicio» entre nosotros cuando no hay clientes. Fue así como conocí a mi pareja actual, en un piso, y, para ser honestos, la primera vez que lo hicimos juntos, sin saber si estábamos los dos sanos, lo hicimos sin condón. Luego nos hicimos las