Los almogávares. David Agustí

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Los almogávares - David Agustí

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X en la frontera castellana, en Campillo y Agreda, ambas localidades puestos fronterizos; las decisiones tomadas allí el 27 y el 28 de marzo de 1281 favorecen a Pere el Gran: el infante Sancho renuncia a su parte de la conquista de Navarra y son entregadas algunas plazas fuertes a la Corona catalano-aragonesa, Murcia entre ellas.

      El segundo reto para Pere el Gran es solucionar el contencioso con su hermano Jaume II de Mallorca. Jaume I había dispuesto que sus reinos se repartieran entre sus dos hijos: la zona comprendida por las islas Baleares, el condado de Rosellón y Montpelier sería gobernada por Jaume, mientras Cataluña y Aragón quedarían bajo el mandato de Pere. Sin embargo, Pere el Gran quiere que su hermano rinda vasallaje a la Corona catalanoaragonesa, aun manteniendo el gobierno de los territorios hereda dos de su padre. Al principio Jaume II se resiste, pero acaba aceptando el 20 de enero de 1279. Todos estos esfuerzos de Pere están encaminados a frenar el creciente poder de Carlos de Anjou, hijo de Luis VIII de Francia y amigo de Jaume II, que muestra gran antipatía y recelo hacia Pere. El monarca catalán no solo se emplea a fondo en adquirir alianzas con los reinos europeos, sino que, además, esgrime la política matrimonial para afianzar su reinado: casa a su hija Isabel con el rey Dionisio de Portugal (1281) Y promete a su hijo Alfons con Eleonor de Inglaterra. Pero le falta el principal enlace para llegar a una total estabilidad, la alianza con la Santa Sede.

      El papa Nicolás III ayuda a Pere el Gran por temor al poder que Carlos de Anjou empieza a ejercer sobre Italia, pero la mala suerte acompaña al rey catalán y el 22 de agosto de 1280 muere el papa. Carlos de Anjou encarcela a todos los cardenales contrarios a su persona e impone a Martín IV como nuevo pontífice. Las líneas del futuro enfrentamiento se han marcado: Pere el Gran se encuentra frente a la oposición de Francia y de la Santa Sede. Pero su tenacidad le lleva a utilizar todos los medios a su alcance para conseguir nuevas alianzas exteriores. Uno de sus objetivos es pactar con Granada y con Túnez para, de este modo, poder contar con un puerto africano que le sirva de puente para llegar a las costas sicilianas. Una vez en Túnez, se encuentra con que el rey tunecino con el que había de tratar, Ibn Al-Uazir, ha sido asesinado, y no tiene más remedio que enfrentarse a los sarracenos que le han matado, con la desventaja de no poder recibir ni comida ni ayuda de sus territorios debido a la gran distancia entre Cataluña y Túnez. Con gran astucia, Pere el Gran envía una embajada a la Santa Sede y solicita al papa Martín IV los subsidios necesarios para resistir y vencer a los sarracenos. La respuesta negativa del Papado refuerza la idea de Pere de fiscalizar el poder que ejercen la Santa Sede y Carlos de Anjou.

      Mientras, el 31 de marzo de 1282, los sicilianos inician una revuelta, las Vísperas Sicilianas, para liberarse del dominio francés que ejerce Carlos de Anjou, quien se prepara para desembarcar en Sicilia y repeler el levantamiento. Pero los sicilianos buscan el apoyo de un monarca europeo; en definitiva, el auxilio de Pere el Gran, ya que su mujer, Constanza, es la heredera real de Sicilia. Los sicilianos ofrecen a Pere la corona siciliana. Aunque tarda en contestar, Pere decide aceptar la propuesta y el 30 de agosto de 1282 llega a Trapani. Una vez coronado rey de Sicilia en Palermo, el monarca inicia la ofensiva, con más de dos mil almogávares, contra Carlos de Anjou, que por entonces controla la ciudad de Mesina. Un mes después de su llegada, el soberano catalán ya ha conseguido grandes victorias.

      Ha llegado el momento –decide también– de controlar parte del Mediterráneo, por lo que envía a Roger de Llúria (Roger de Lauria) a conquistar la plaza de Malta; en pocos días Malta y Gozzo caen. Llúria nace en el sur de Italia del matrimonio entre Constanza de Sicilia y Pere II de Aragón. Tras las largas y victoriosas contiendas en el Mediterráneo es nombrado, en 1297, conde de Djerba, aunque pocos años más tarde se retira de la vida militar. Muere en el año 1305, en sus posesiones valencianas.

      El rey Pere piensa que una buena manera de debilitar definitivamente a Carlos es ocupar las tierras de más allá del estrecho de Mesina; se propone conquistar Calabria. Carlos de Anjou, atemorizado por el peligro que significan Pere el Gran y sus tropas, decide pedir ayuda al Papado. En noviembre de 1282, Martín IV excomulga a Pere y le amenaza con desposeerlo de sus reinos a favor de la Iglesia si no se somete a la autoridad papal. Al mismo tiempo, Carlos acusa a Pere de poca fe y deslealtad hacia la Iglesia por ocupar Sicilia. Pere el Gran responde que él no es desleal ni actúa con poca fe, y reta a Carlos a un enfrentamiento con seis soldados por bando en Burdeos. El desafío debe realizarse el 1 de junio de 1283 y bajo la tutela de Eduardo I, rey de Inglaterra, al cual pertenece la ciudad. El reto radica en que el monarca que no se presente en el campo de batalla quedará como perjuro y traidor y se le arrebatarán los honores reales. Carlos de Anjou es astuto y sabe que si Pere acude a Burdeos, se verá obligado a abandonar la iniciativa de ocupar Calabria. Y acepta el duelo.

      Pere el Gran decide llamar a su mujer y a su hijo Jaume para que se queden en Sicilia y la gobiernen mientras él esté en Burdeos; y deja a su primogénito Alfons al frente de Cataluña y Aragón. El 6 de mayo de 1283 se embarca hacia la Península. El viaje resulta más que accidentado, los vientos son desfavorables y finalmente el monarca decide servirse de una pequeña embarcación a remos para llegar a la costa; le acompañan cuatro hombres. Pero el cansancio y la mala mar les desvían hasta Al-Coll, la ciudad tunecina de donde habían partido hacía meses para iniciar la aventura siciliana. Finalmente, el 17 de mayo encuentran puerto en Menorca. Parte al día siguiente a Valencia y viaja sin detenerse hasta Tarazona, donde se encuentra con su primogénito Alfons. Es el 24 de mayo. Allí, Alfons le cuenta las novedades sobre el duelo en Burdeos: el rey Eduardo I de Inglaterra, sometido a las presiones papales, ha renunciado a ser árbitro de la contienda y cedido el papel al rey francés, Felipe III. A pesar de ello, el duelo sigue en pie. El rey de Francia envía tropas a Burdeos, donde ya se encuentra su hijo Carlos. Pere el Gran resuelve ir al encuentro, pero acompañado solo por cuatro personas: un guía y tres caballeros. El monarca se disfraza de mayordomo para pasar desapercibido. La noche del 31 de mayo, se presenta de incógnito al senescal de Burdeos para que le enseñe el campo de batalla antes de la llegada del rey francés. Este cae en la trampa y accede; una vez en el campo, el rey se descubre y se pasea con su caballo. Pere el Gran se ha presentado en el campo de batalla, la justa está resuelta. Con la misma rapidez con la que ha llegado, el rey se va.

      La astucia y bravuconería del monarca provocan las iras de Carlos de Anjou y de Felipe III. Para contrarrestar el ridículo hecho, durante el mes de agosto un contingente franco-navarro penetra en Aragón y asalta y quema algunas poblaciones fronterizas. Los aragoneses aprovechan la ocupación militar para plantear al rey sus quejas: temen a la vez las incursiones francesas y el olvido que el monarca muestra por Aragón. El rey catalán cede a sus propuestas en la reunión de las Cortes en Tarazana (septiembre de 1283). Pere se encuentra en una encrucijada, pero decide –con acierto– atacar Navarra con un ejército formado por catalanes, aragoneses y almogávares. A finales de septiembre entra en Navarra como vencedor.

      Mientras, en Sicilia las batallas se suceden. Roger de Llúria resuelve las contiendas con gran fuerza y prueba de ello es que el 5 de junio de 1284, durante la batalla de Tagliacozzo, Carlos de Anjou es derrotado y hecho prisionero.

      La victoria catalana en el Mediterráneo provoca que el papa y Felipe III inicien una cruzada contra Cataluña. La Santa Sede y Francia reúnen un gran ejército cruzado en la ciudad de Tolosa. El rey Pere espera controlar territorios como el Rosellón y la Cerdaña, gobernados por su hermano Jaume II, pero éste prefiere ayudar al rey francés y le facilita el paso precisamente por el Rosellón. Pere el Gran, pues, se encuentra solo frente al gran enemigo, únicamente con la ayuda de los catalanes. Los cruzados disponen de cerca de cuatro mil caballeros, mientras que el número de la tropa catalana es claramente inferior. La situación es muy grave. Pere tiene que encontrar una solución si no quiere perder la batalla. De improviso, se le ocurre cubrir una amplia zona boscosa con hogueras y antorchas que provoquen mucha luz. Felipe III se cree entonces rodeado por las tropas catalanas y retrocede precipitadamente hasta el Rosellón. La retirada del monarca francés concede un tiempo de oro al rey catalán para reorganizar la defensa. El ejército cruzado consigue atravesar finalmente el Pirineo por el collado de la Maçana y se dirige a sitiar Gerona. La ciudad resiste y Pere el

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