Los almogávares. David Agustí
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Una herencia peliaguda
Alfons el Franc (Alfonso el Franco) inicia su reinado en el año 1285 con la intención de mantener unidos sus territorios, no duda ni un momento en conservar bajo su vasallaje a Mallorca ni en ayudar al reino siciliano a permanecer bajo su dinastía. El 16 de diciembre de ese mismo año, su hermano Jaume se corona rey de Sicilia después de haber recibido de las manos de Roger de Llúria la promesa de defensa y colaboración de Al fans. La situación vuelve a ser la misma que con Pere el Gran: la Corona catalano-aragonesa enfrentada a Francia y a la Santa Sede por el control de Sicilia. Alfons hereda de su padre las cualidades guerreras y diplomáticas y lo demuestra con afán; para el monarca es más importante la paz mediterránea que los problemas internos de sus reinos. A pesar de ello, Jaume de Mallorca continúa sin aceptar el vasallaje establecido con la Corona de Aragón y negocia con Francia para promover la invasión de algunas zonas del reino. De hecho, intenta penetrar en el Emporda, pero la presencia allí de Alfons provoca su inmediata retirada.
Para alcanzar la soñada paz en el Mediterráneo Alfons debe conquistar el único reducto musulmán de las islas Baleares, Menorca. El 5 de enero de 1287, desembarca en la isla y se encuentra con un duro adversario. La lucha no es tan fácil como el monarca había supuesto, ya que los sarracenos han recibido ayuda de Túnez; el propio Alfons cae herido en una de las contiendas. Al final, la lógica vence y el día 21 los sarracenos se rinden. Alfons entra en Ciutadella y se establece durante unos meses, hasta que la isla está debidamente repoblada. Es durante este periodo cuando se funda la ciudad de Mahón y cae la isla de Ibiza. El monarca convierte en esclavos a los prisioneros musulmanes, pero permite que los ricos paguen su libertad y se exilien a Túnez. La victoria sobre Menorca le propicia una ventaja inicial para llegar a un acuerdo en la conferencia de paz de Burdeos, pero el encuentro no llega a realizarse debido al repentino fallecimiento del papa Martín IV. Sin embargo, aunque la conferencia se hubiera llevado a cabo, la posición de Francia y de la Santa Sede continúa siendo la de no llegar a acuerdo alguno mientras Carlos de Anjou siga retenido como prisionero.
Eduardo de Inglaterra, siempre empeñado en convertirse en el mediador del conflicto, intenta llegar a un acuerdo de paz y pide a Alfons una entrevista en la localidad de Oloro, fronteriza entre Aragón y la Gascuña, el 27 de julio de 1287. Eduardo argumenta que el ejército catalán es más fuerte que el de la coalición de la Santa Sede y Francia, aunque no lo suficiente para una victoria definitiva. El monarca inglés ofrece la liberación de Carlos de Anjou a cambio de conservar las posiciones conquistadas por Alfons en Sicilia. Según el tratado, Carlos debe entregar como rehenes a tres hijos suyos y sesenta barones provenzales que juren fidelidad a Alfons y, además, al cabo de un año, entregar a su primogénito como rehén. Todo ello bajo la condición de una solución definitiva del conflicto si Carlos acepta una paz perdurable para Aragón y Sicilia. Si no cumple con estas condiciones, Carlos deberá volver al cautiverio, junto a sus hijos, y los sesenta barones permanecerán bajo el vasallaje de Altons. El monarca acepta el acuerdo, pero éste nunca llega a buen término porque Alfons nunca ha tenido intención de cumplirlo. El propio rey pide, durante la primera mitad de 1288, la abolición del pacto. Además, el nuevo papa, Nicolás IV, rechaza el pacto y Francia se prepara en Carcasona para la invasión de Cataluña. De este tratado se pasa a otro en octubre del mismo año, pero la situación no avanza. Las posiciones están estancadas y nada hace prever un desenlace rápido. Sin embargo, el equilibrio se rompe cuando Castilla sella una alianza con Francia. El rey catalán, siguiendo una vieja idea de su padre, instaura a Alfonso de la Cerda, prisionero desde que lo retuviera Pere el Gran, como rey de Castilla. Pero este ardid no surge ningún efecto, todo lo contrario, y Alfons se queda aislado políticamente por completo. El monarca se ve obligado a aceptar el acuerdo de paz que le ofrece la Santa Sede. En febrero de 1290 se firma el tratado de Tarascón, por el que Alfons debe viajar a Roma para pedir perdón por todas las acciones realizadas por su padre, Pere el Gran, y marchar en una cruzada contra los sarracenos en Oriente. Sobre la cuestión de Sicilia, Alfons se mantiene firme y no acepta enfrentarse a su hermano, pero el papa le obliga a hacer regresar a todos sus súbditos a tierras catalanas.
Mientras se suceden los problemas exteriores, la cuestión aragonesa que arranca con Pere el Gran continúa sin resolverse. Los aragoneses, agrupados en la Unión General, que ahora ya reúne todas las ciudades del reino, piden al monarca el control sobre la política exterior e interior, exigen el seguimiento de la política del rey sobre Cataluña y la obligación de que los valencianos adopten los fueros aragoneses; todo ello controlado por una delegación de nobles, caballeros y ciudades aragonesas. Alfons se niega en redondo, pero mientras permanece en Menorca los aragoneses se reúnen con los opositores al rey y deciden invadir Valencia. Alfons no con sigue doblegarlos ni con el uso de la fuerza, y entonces el monarca decide confirmar todos los privilegios de Aragón (28 de diciembre de 1287) con la imposición de jurar que nunca se atacarán los intereses aragoneses. Solo entonces Alfons recibe ayuda militar aragonesa para luchar contra Francia, aunque a cambio debe entregar una docena de castillos como ratificación de los privilegios jurados.
Después de superar todas las tensiones internas y externas, las fuerzas del soberano empiezan a fallar durante los preparativos de su enlace con Eleonor de Inglaterra. El monarca no puede realizar ni los más sencillos ejercicios de caballería ni celebrar las fastuosas fiestas de su boda y, finalmente, la muerte le llega la noche del 17 de junio de 1291. Los cinco años de reinado de Alfons no han modificado mucho la situación internacional dejada por su padre. En su testamento, entrega Aragón a su hermano Jaume de Sicilia, quien, sin embargo, no acepta la separación de las coronas de Aragón y Sicilia, por lo que accede a la Corona de Aragón, mientras deja a su hermano Federico como virrey de Sicilia.
El conflicto mediterráneo, al rojo vivo
Jaume II (Jaime II, 1291-1327) reina bajo una gran presión bélica y asimismo de refuerzo de la Corona, basado en el concepto de monarquía que dejó su padre y no en la que viene impuesta por su hermano. Con este propósito, llega a Barcelona el 13 de agosto de 1291.
Durante el juramento de los privilegios y libertades de Cataluña, Jaume II plasma un discurso equilibrado con el que pretende recuperar la Corona tal y como la dejó Pere el Gran, con la incorporación de la Corona de Sicilia. Cabe recordar que hasta este momento la monarquía catalano-aragonesa estaba en permanente lucha con el Reino de Castilla. El deseo de volver a tener bajo la Corona el Reino de Sicilia hace que Jaume II intente un pacto de amistad con Castilla.
El 29 de noviembre de 1291, en la ciudad de Monteagudo, se reúnen para hablar de paz Jaume II de Aragón y Sancho IV de Castilla. De las negociaciones surge un acuerdo que en principio favorece mucho más a Sancho que a Jaume. El monarca castellano asistirá con 500 lanzas al Reino de Aragón en el caso de un ataque de Francia y cede en matrimonio a su hija la infanta Isabel, de ocho años, al monarca catalán. Por el contrario, Jaume II debe ayudar a defender las fronteras castellanas de las constantes invasiones musulmanas y, no tan solo eso, también cede en el mantenimiento de las fronteras entre Aragón y Castilla.
El matrimonio de la infanta Isabel