Sentir con otros. C. Gonzalez

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Sentir con otros - C. Gonzalez Investigación

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sean persuadidos de cambiar con el argumento de que se han alejado de la Idea perfecta del Bien, o que sus mecanismos discriminatorios son producto del desconocimiento de un mandato de la razón práctica. De hecho, la eliminación de la crueldad, a partir de la promoción de prácticas sociales que favorezcan la inclusión y mayores libertades, no supone conocimiento de un fundamento ahistórico o trascendente de las motivaciones morales –como en el caso de la Gesinnung kantiana– (Kant, 1981, pp. 23 y ss.), tampoco es este un incentivo para su respeto y, por tanto, no ayuda a que las acciones sean más benévolas. Por esta razón, es posible considerar que los progresos morales no son un logro del conocimiento de una supuesta naturaleza humana o de un fundamento transcultural, sino que son el resultado de una acertada redescripción de las prácticas discursivas y sociales, para detectar actos de crueldad, de discriminación y, por ende, de anulación de la libertad; además de ser la consecuencia del atreverse a imaginar una sociedad mejor. La herramienta usada para estas modificaciones en las prácticas sociales ha sido, en menor medida, el imperativo de la razón, en gran medida, la detonación de emociones como la compasión:

      Nosotros los pragmatistas argumentamos partiendo del hecho de que el surgimiento de la cultura de los derechos humanos parece no deberle nada al incremento del conocimiento moral, sino a la práctica de escuchar historias tristes y sentimentales; llegamos así a la conclusión de que probablemente no existe conocimiento alguno de la clase que Platón concibió. Y pensamos que, dado que al parecer no se logra nada útil insistiendo en afirmar que la naturaleza humana es ahistórica, probablemente no exista tal naturaleza, o al menos no haya nada en ella que tenga influencia sobre nuestras elecciones morales. (Rorty, 1998, p. 172)

      De acuerdo con esto, al enfrentar filosóficamente el problema de la exclusión social resulta más efectivo incentivar la imaginación en una sociedad mejor, que las reflexiones en torno al conocimiento de la esencia humana. En última instancia, se trata de promover la esperanza en una utopía hacia la que se avanza como producto de las contingencias de la sociedad liberal; pero, también, por medio de la conservación de intuiciones morales como las que han dado lugar a los derechos humanos. Así, mientras filósofos como Platón (2000), Tomás de Aquino (2001), Hobbes (1999) y Kant (2003) invitaron al conocimiento de una verdad moral o de la naturaleza humana para conseguir desentrañar el sentido de la obligación moral o de la correcta forma de organización social, logrando una reducción a lo meramente racional, el pragmatismo lleva a apreciar la relevancia de la amistad, la lealtad, la confianza y la simpatía, dándole suma relevancia a una emoción como la compasión para el mejoramiento de las prácticas sociales. En tal sentido, el lema “tenemos obligaciones con los otros” es interpretado en términos pragmatistas como una invitación a educarnos para ser más solidarios, es decir, expandir el círculo social:

      Este lema nos incita a continuar extrapolando en la dirección a la que llevaron determinados acontecimientos del pasado: la inclusión entre nosotros de la familia de la caverna de al lado, después la de la tribu del otro lado del río, después, la de la confederación de tribus del otro lado de la montaña, más tarde la de los infieles del otro lado del mar (y, acaso al final de todo, la de los servidores que, durante todo este tiempo, han estado haciendo la parte más sucia del trabajo). Es ése un proceso que debiéramos intentar que prosiguiese. Debiéramos tener en la mirada a los marginados: personas que instintivamente concebimos aún como “ellos” y no como “nosotros”. Debiéramos intentar advertir nuestras similitudes con ellos. La forma correcta de analizar el lema consiste en proponernos crear un sentimiento de solidaridad más amplio que el que tenemos ahora. La forma incorrecta de hacerlo consiste en que se nos proponga reconocer una solidaridad así como algo que existe con anterioridad al reconocimiento que hacemos de ella. Pues en ese caso queda abierta ante nosotros la pregunta, inútilmente escéptica: “¿Es real esa solidaridad?”. (Rorty, 2001, p. 211)

      En coherencia con lo anterior, es posible afirmar que los progresos morales son el resultado de una suerte de modelación, educación o manejo de las emociones; conseguir ser más compasivos es la finalidad de esta suerte de educación de las emociones, es decir, lograr “ampliar la referencia de las expresiones gente de nuestra clase y gente como nosotros” (Rorty, 1998, p. 176). Este tipo de educación permite lograr, en muchos casos, una actitud incluyente en las personas, toda vez que es una eficiente estrategia para seguir mejorando las prácticas sociales. Por esta razón, contrastando el papel que ha cumplido la filosofía en la educación moral de los individuos, con respecto a lo que puede lograr en este terreno la literatura, es preciso asentir con Rorty en que “la filosofía moral ha ignorado sistemáticamente un caso mucho más común: el de la persona cuyo trato con una franja bastante estrecha de bípedos implumes es moralmente impecable, pero que permanece indiferente ante el sufrimiento de los que no entran en esa franja, aquellos que considera pseudo-humanos” (p. 177).

      Conclusión

      En definitiva, sirve de poco señalarles a quienes asumen actitudes crueles y discriminatorias, que tienen en común la racionalidad con aquellos que son objeto de sus acciones. Muchos de quienes asumen estas actitudes están completamente conscientes de esto, al punto de que precisan que sea así para que la víctima asimile el sufrimiento y la humillación a la que se le somete. A muchos xenófobos y clasistas les sirve de poco saber que las víctimas de sus abusos son personas racionales que no tienen importancia sino dignidad, y que no son medios sino fines en sí mismos; básicamente porque todo lo que importa para los victimarios es que esas personas sujetas a abusos no cuentan dentro del círculo de sus prójimos, por tanto, son seres humanos de segunda categoría o pseudohumanos. Por esto es que el análisis pragmatista de la moral insiste en que, de lo que se trata es de lograr una efectiva educación de las emociones, de tal forma que se consiga que las personas logren modificar el miedo, la repugnancia y, en última instancia, la fantasía de pureza, por una práctica moral basada en la simpatía, la compasión o la solidaridad hacia aquellos que son considerados como otros, pero, a los cuales se les puede incluir en el círculo social, mediante la narración de las similitudes y el sentimiento común de rechazo al dolor y la humillación (Girado-Sierra, 2020).

      Se trata, entonces, de llevar a cabo un progreso de las emociones a partir de una ampliación de la simpatía hacia los demás, acrecentando cada vez más la capacidad para reconocer que las similitudes que se tienen con otras personas superan las diferencias. Sin embargo, sobre esto hay que advertir dos cosas: primero, dicho progreso no lo es en el sentido moderno, es decir, no hay ninguna necesidad metafísica o garantía de que las cosas siempre serán cada vez mejores; y, segundo, sobre la referencia hacia las similitudes, se debe decir que estas no consisten en que se comparta un yo verdadero con el cual se encarna a la humanidad, se trata más bien de pequeñas semejanzas que pueden consistir en que se comparten gustos, proyectos, valores familiares, sentimientos hacia la amistad o, en última instancia, vulnerabilidad frente al dolor y la humillación.

      En este horizonte, las historias que ponen en contacto con un sentimiento de simpatía frente a los otros y promueven la familiarización con su léxico y sus esperanzas permiten entender detalles de sus vidas y situaciones crueles que pueden estar viviendo. Es decir, se es genuinamente benévolo o más solidario con quienes no son considerados dentro del círculo social solo en cuanto se logra una simpatía con su situación de dolor y humillación, y cuando se reconocen similitudes, por muy superficiales que sean. No se consigue desarrollar compasión y vínculos de solidaridad con quienes son considerados muy distintos al círculo social de pertenencia solo recitando la Declaración de los Derechos Humanos, o reconociendo una esencia o naturaleza común, sino siendo capaces de sentir su historia, sus circunstancias, su realidad. Es esta la forma más efectiva y pragmática de mejorar las prácticas sociales: reconociendo que gran parte de los asuntos morales y políticos dependen de la forma como eduquemos los sentimientos y las emociones.

      En coherencia con lo anterior, la solidaridad no ha de ser comprendida como un derivado de la naturaleza bondadosa de todos los seres humanos, es más bien una habilidad o una destreza que

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