Sentir con otros. C. Gonzalez

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Sentir con otros - C. Gonzalez Investigación

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hecho, Aristóteles tiene poco que decir sobre lo que llamaríamos ansiedad, o sobre tales estados difusos como la admiración, la soledad, el aburrimiento, la tristeza, la frustración o un anhelo sin objeto. En su tratado Sobre el alma (1.1, 403a23-24), Aristóteles observa casi de pasada que “aunque no hay nada terrible que los amenace, la gente se encuentra con los sentimientos de alguien que está asustado”. Pero no llega a desarrollar esta observación en una noción de vaga aprensión separada de la impresión de un peligro específico. En su breve ensayo Sobre los sueños (3, 460b3-8), Aristóteles observa que la gente puede ver imágenes durante el sueño, incluso en ausencia de estímulos externos, y añade que, cuando estamos bajo la influencia de la emoción, nos inclinamos a confundir un objeto que tiene un parecido con algo que tememos o amamos, con la cosa en sí. Pero una teoría cognitiva e intencional de las emociones no requiere que identifiquemos el objeto correctamente. De igual forma, una persona con una disposición al miedo puede ver peligro donde alguien menos tímido no ve nada, y, sin embargo, no estar en una situación de ansiedad indeterminada. Para Aristóteles, el miedo es siempre miedo de algo, aunque es discutible que una cosa sea realmente peligrosa.

      Pero si Aristóteles y sus contemporáneos fracasaron en, o no tenían necesidad de, articular un concepto de ansiedad, filósofos posteriores sí la tuvieron, y sobre todo los asociados con la escuela de Epicuro. Cuando Horacio, que había estudiado con un profesor epicúreo cerca de Nápoles, escribe, “pues ni las riquezas ni una guardia consular nos libra de las tristes perturbaciones de la mente, ni un techo artesonado de las preocupaciones que revolotean en nuestro entorno” (Odas, 2.16.9-12), puede estarse refiriendo a preocupaciones concretas, pero uno tiene la impresión de que más bien tiene una inquietud generalizada. Con todo, esto es aún más claro cuando Horacio habla de romanos con poder que corren de acá y allá, pero “miedo y amenazas trepan junto al amo […] y una negra preocupación [cura] va sentada tras él según cabalga” (Odas, 3.1.37-40; cfr. Lucrecio, 3.1053-70). En el siglo segundo d. C., un epicúreo llamado Diógenes, que erigió en la ciudad de Enoanda (en lo que es ahora Turquía) una inscripción enorme que resume las enseñanzas de Epicuro, formuló lo que parece ser una distinción entre miedo y ansiedad (fragmento 35 II Smith): “De hecho, este miedo es unas veces claro, y otras no: claro, cuando evitamos algo manifiestamente dañino, como el fuego, por el miedo de que nos sorprenda la muerte en ello; no claro cuando, aunque la mente esté ocupada en otra cosa, se nos insinúa en nuestro interior y [nos acecha]” (Smith, 1993, p. 385) (la última palabra representa una restauración posible del texto griego, que se interrumpe en este punto).

      El miedo que más preocupaba a los epicúreos era el miedo a la muerte. Sostenían, contra el punto de vista de Aristóteles (citado antes) y muchos pensadores posteriores, que la gente teme a la muerte no solo cuando está cerca, sino continuamente, y que este miedo es tanto la mayor causa de la perturbación mental como la razón por la que la gente persigue la riqueza y el poder de manera obsesiva: es como si creyeran que pueden evitar la muerte de esta forma, aunque de hecho a menudo terminan cortejándola al arriesgar sus vidas. Lucrecio lo expresa así (3.59-64):

      Además, la avaricia y la ciega lujuria por estatus, que dirige a los miserables a traspasar más allá de los límites de lo correcto [o lo justo] y, a veces, como cómplices y colaboradores del crimen, luchar día y noche con prodigioso esfuerzo por escalar la cúspide de la riqueza – estas úlceras de la vida se nutren en un grado no pequeño por el miedo de la muerte.16

      De hecho, el miedo a la muerte se apoya en una opinión errónea, pues, como Epicuro dijo, “la muerte no es nada para nosotros” (Epicuro Carta a Meneceo 124; Doctrinas principales 2; cfr. Lucrecio 3.830). La muerte no puede hacernos daño, porque estar muerto es simplemente no ser, y, por tanto, no hay sujeto del dolor o la destrucción. Los epicúreos construyeron docenas de argumentos para probar que la muerte no contiene terrores (cfr. Warren, 2004); de hecho, el mayor propósito de su concepto materialista de la naturaleza era mostrar que el alma muere con el cuerpo, y, por tanto, no es ya vulnerable al sufrimiento, por ejemplo, a ser castigada en el más allá. Lucrecio, en un pasaje que repitió tres veces (2.55-61, 3.87-93, 6.35-41), comparaba el miedo irracional a la muerte con los terrores de los niños pequeños:

      Pues, así como los niños tiemblan y temen todo en una oscuridad cegadora, del mismo modo nosotros tememos incluso en la luz del día, a veces, cosas que no son más temibles que los peligros imaginarios que hacen que los niños tiemblen en la oscuridad. Esta oscuridad terrorífica que envuelve a la mente ha de disiparse no con los rayos del sol y los cegadores rayos de luz del día, sino con el estudio del aspecto superficial y el principio subyacente de la naturaleza.

      Es plausible que el miedo a la muerte estuviera entre los que Diógenes de Enoanda clasificaba como no claros, en oposición a los que responden a algo que es manifiestamente dañino. Sin embargo, es necesario hacer cualificaciones. Para Diógenes, un miedo de algo que obviamente anuncia muerte, como el fuego, puede ser claro. Morir es, pues, algo por evitar. Pero el miedo a estar muerto, o de lo que pueda pasarle a uno una vez muerto, es irracional, y presumiblemente es este miedo el que domina a las personas “mientras la mente está ocupada en otra cosa”. Pero ¿podemos clasificar tal miedo erróneo como ansiedad?

      Como hemos visto en el pasaje de Lucrecio citado antes, los epicúreos creían que el miedo irracional de la muerte podía ser eliminado por medio del argumento razonado y la ciencia. Al respecto, Epicuro piensa, como Aristóteles, que para calmar el miedo uno demuestra que su objeto de hecho no es peligroso. Pero para Epicuro, el miedo a la muerte es persistente incluso cuando no hay una amenaza obvia e inmediata; es más, opera incluso cuando no somos conscientes de un mal o peligro específico. ¿Podemos ir tan lejos como para decir que este miedo es inconsciente, o que es, en las palabras de la Encyclopedia Britannica, “el producto de conflictos emocionales subjetivos, internos cuyas causas pueden no ser obvias para la persona misma”? Los estudiosos están divididos sobre esta cuestión, unos sostienen que el miedo es, de hecho, inconsciente, mientras que otros sostienen que, estrictamente hablando, no se nos oculta, sino que simplemente lo negamos o no lo reconocemos (para este último punto de vista, ver Gladman y Mitsis, 1997). Nos olvidamos, sin embargo, de las formas en que los deseos irracionales de riqueza y poder son estimulados por el temor a la muerte, como Lucrecio afirma, o, más precisamente, el miedo de estar muerto y del posible castigo en el más allá. En esta medida, pues, este temor se asemeja a la noción moderna de ansiedad. La función de la filosofía epicúrea, a su vez, es exponer, sacar a la luz la fuente de esta ansiedad, y curarla demostrando que, en realidad, no tiene base.

      La diferencia entre el análisis del miedo aristotélico y el de Epicuro puede que tenga que ver con los cambios de la vida política en las ciudades-Estados griegos, y sobre todo en Atenas, en la época después de las conquistas de Alejandro Magno. Mientras Aristóteles describía las emociones en el contexto del libre debate entre ciudadanos en una amplia democracia, donde las cuestiones urgentes tocaban la guerra y las relaciones entre clases sociales, en los tiempos de Epicuro se nota un énfasis cada vez más destacado en la vida personal, en que lo importante era la posibilitad de eliminar las perturbaciones que afectaban el placer y el dolor cotidianos. Era un mundo en que las poleis no tenía más la independencia de determinar sus propios destinos, y el miedo a la muerte se consideraba más en el contexto de la terapia y mucho menos en relación con la valentía militar. Y vale la pena notar también que unos pocos siglos después de la muerte de Epicuro, con todo su esfuerzo de eliminar el miedo al castigo en el más allá, surgió una versión del cristianismo en la cual ese miedo se inculcaba permanentemente en la gente, y casi todos vivían con la angustia de sufrir un dolor eterno en el infierno. Las causas y los efectos de tal cambio radical en la ideología merecen un estudio detallado del punto de vista histórico.

      Conclusión

      Para concluir, ni el miedo ni la ansiedad, tal como las describen Aristóteles y Epicuro, consisten en evitar un estado irreducible de miedo o Gefühl. Incluso la ansiedad es un miedo de algo

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