Los mejores reyes fueron reinas. Vicenta Marquez de la Plata

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Los mejores reyes fueron reinas - Vicenta Marquez de la Plata

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de la piedad de la emperatriz.

      Pocas cosas se saben de la niñez de Yehenara, solo detalles sueltos, por ejemplo que uno de sus camaradas de juegos infantiles era un niño pariente suyo, de nombre Jung-Lu, al cual encontraremos más adelante en la historia de la emperatriz. Algunos autores dice que este Jung-Lu era el hombre que sus padres habían escogido como esposo de Yehenara cuando ella tuviese edad para contraer matrimonio, otros dicen que ella mantuvo relaciones íntimas con él antes de ser emperatriz, pero nada de esto puede ser probado.

      La joven recibió la educación tradicional de su clase, aprendió a pintar y a componer versos, a los dieciséis años terminó sus estudios chinos y manchúes y era versada en la historia de las veinticuatro dinastías. Fue por su excepcional inteligencia que la joven se pudo elevar por encima de esta cultura tan superficial; por su inteligencia, sí, y por la gran ambición que mostró a lo largo de toda su vida.

      Cuando en 1850 le llegó la hora de morir al emperador Daoguang, tenía la joven Yehenara quince años. El hijo mayor de Daoguang, Xianfeng que tenía diecinueve años, heredó el trono.

      Durante el período de luto por la muerte del emperador, estaba prohibido casarse, pero trascurrido este, que duraba veintiocho días, ya se podía efectuar cualquier boda. Mediante decreto se llamó al Palacio Imperial a todas las jóvenes manchúes que fuesen bellas y de edad núbil para poder elegir entre ellas a las que habían de configurar el harén del nuevo soberano. El que ahora iba a ser emperador de la China ya había tomado por esposa a una doncella, que no era otra que la hija mayor de Muyangga, el protector de la familia de Ye-ho-na-la. Desgraciadamente ella había muerto antes de que su marido subiese al trono. Entre las jóvenes damas que acudieron al llamamiento del emperador —más bien de la madre del emperador, que era la que escogía a las adolescentes— estaban la segunda hija de Muyanga, de nombre Niohuru y la prima de esta, Yehenara.

      Como hemos apuntado someramente, era costumbre que la madre del emperador examinase a las muchachas que optaban al honorable puesto de concubina del soberano. El 14 de junio de 1850, desfilaron unas sesenta muchachas ante la mirada atenta de la viuda de Daoguang. De las que eligió veinticuatro. No terminaba ahí el papel de la viuda, había de adjudicar a cada una su rango en la jerarquía de las esposas. Estas jerarquías eran cuatro: las fe, las pen, las kueyeng, y las tch´ang tse. Niohuru fue admitida como pen y Yehenara como kueyen o ‘persona honorable’.

      No dejaremos de mencionar que las concubinas, salvo excepciones, eran algo más que servidoras de la viuda y dependían de su buena voluntad para ascender hacia el emperador. En los asuntos domésticos la viuda ejercía una autoridad sin límites, aunque a veces el emperador podía elegir entre las concubinas.

03.tif

      Palanquín chino

      A Yehenara, como honor particular, se le envió un palanquín cerrado. Una dama de palacio, cuyo nombre era Yi, fue enviada a mediodía, tal y como previamente se les había anunciado a los parientes de la joven por medio de un eunuco. Los vecinos de la familia al verla así encumbrada salieron a ambos lados de la calle para alegrase con el gran honor y distinción que se otorgaba a una de sus conciudadanas y vecinas.

      Cuando llegó el palanquín los eunucos rogaron a la dama Yi que descendiera, y así lo hizo, entró en la sala principal y ocupó el sitio de honor. Todos se acercaron a saludar a la matrona y se arrodillaron, menos la madre de la escogida joven y los parientes ancianos. Seguidamente se sirvió un banquete y se colocó a Yehenara en un sitial más alto que el de su madre en señal de su ascensión en la escala social. Tras el banquete, a la caída de la tarde, la dama Yi advirtió que era la hora de partir, la honorable persona se despidió de su familia con sentidas muestras de afecto y tras dejar un regalo a cada uno partió hacia palacio. Antes de partir, la dama acompañante advirtió a la madre de Yehenara que siempre que quisiera podía visitar a su hija en la Ciudad Prohibida, su hija en cambio no podría salir de allí salvo por algún motivo muy relevante. La vida de la joven había cambiado trascendentalmente.

      El modo de ascender en el palacio real era ganándose el afecto de la emperatriz viuda, en este caso la viuda de Daoguang y Yehenara hizo lo posible por ganarse a la viuda, cosa que consiguió haciéndole ver que quería aprender de ella, cada día, sus obligaciones y el protocolo de palacio.

      Un día la concubina fue llamada a la cama del Hijo del Cielo. Entró en la habitación del emperador y vio que este representaba bastante más edad de la que tenía, pues apenas estaba en la treintena. Su rostro tenía color enfermizo y se presentaba macilento y desagradable. Su cuerpo era fofo, propio de un hombre que no hacía ejercicio ni llevaba una vida sana. Olía a opio y a cuerpo descuidado. Tres días y sus noches se quedó en el cuarto del emperador, y cuando por fin fue a sus aposentos, tuvo que guardar cama enferma de asco y decepción.

      Cuando el emperador la volvió a llamar, ella se negó a ir y los eunucos no sabían cómo decírselo al Hijo del Cielo. Yehenara dijo que se tragaría sus pendientes de oro si se la obligaba. El jefe de eunucos, An Te Haih, estaba tan desesperado que hasta habló con Niohuru, su prima de más edad y prestigio, para que convenciera a Yehenara. Finalmente esta accedió porque conocía lo que sucedía en palacio. Cuando las dos primas se encontraron, Yehenara le confesó su horror y su asco, pero Niohuru la persuadió de que no le quedaba más remedio que acceder a los deseos del emperador porque en la Ciudad Prohibida era fácil que una concubina que manifestase desagrado, y más sobre el emperador, muriese envenenada o acabase con sus huesos en el fondo de un pozo.

      Afortunadamente para ella, de estos encuentros salió embarazada y la noticia de tal suceso provocó gran alegría en la corte y en todo el reino. Cuando en abril de 1856, la honorable Yehenara, dio a Xianfeng un hijo varón, su situación se vio asegurada. Mientras era cuidada como una piedra preciosa durante su gestación, ella pidió leer los documentos que se remitían al emperador. Pronto la inteligente Yehenara se arrogó el derecho de leer y valorar las memorias que recibía el Hijo del Cielo. Todo esto le sirvió para ir conociendo a su pueblo y sus necesidades y problemas.

      En marzo de 1853 llegó una carta en que se comunicaba al emperador que había un levantamiento y que los rebeldes, encabezados por Te-Ping, habían tomado Nankín. Yehenara, enterada del suceso, rogó al emperador que para sofocar la rebelión escogiese como general en jefe a Tseng Kuo-fan. También se preocupó de obtener los recursos necesarios para la campaña y gracias a ello, y también a la ayuda del general Gordon, se sofocó la peligrosa revuelta. El acierto de Yehenara fue celebrado, pues si de acuerdo a las tradiciones el general Zeng Guofan no habría podido dirigir la campaña por estar de luto por su madre, la concubina opinaba que antes que el luto estaban los intereses del Estado, y acertó.

      Gordon nació en Woolwich, Londres, hijo del mayor general Henry William Gordon (1786-1865) y de Elizabeth (Enderby) Gordon (1792-1873). Fue educado en la escuela Fullands, en Taunton, Somerset y en la Real Academia Militar de Woolwich. Alumno de la Academia Militar de Woolwich, sirvió en Crimea. Después intervino en la campaña de China de 1860 durante la Rebelión Taiping contra los emperadores. Charles Gordon entró al servicio de China. A la cabeza de un grupo de europeos, reorganizó el ejército imperial. Permaneció con las fuerzas británicas que ocupaban el norte de China hasta abril de 1862, cuando las tropas, bajo el mando del general William Staveley, se retiraron a Shanghai para proteger el enclave europeo de los rebeldes taiping que amenazaban la ciudad. Reconquistó las insurgentes provincias de Suzhou y Wankin.

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