Los mejores reyes fueron reinas. Vicenta Marquez de la Plata
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La primera regencia duró de 1861 a 1873 y puede ser considerada como una preparación para el siguiente paso en el poder. A las dos emperatrices se les otorgaron diversos títulos honoríficos y cada uno tenía anejo una pensión de 100 000 taeles al año. Zhen recibió el título de maternal y apacible y Cixí el de maternal y propicia. A los setenta años Cixí llegó a recopilar más de dieciséis títulos.
Traje de gala de la emperatriz Cixí
En esta primera regencia ya se manifestó la ambición de Cixí y, aunque al principio de su reinado dependía en gran parte de los sabios consejos de su maestro, el príncipe Kung, poco a poco adquirió confianza y también fue capaz de moverse por sí misma en los asuntos de Estado. Cada vez le resultaba más incómoda la presencia del príncipe Kung y sus consejos —pensaba— más innecesarios. Los eunucos, que anotaban en un libro cada falta de protocolo cuando se celebraban las audiencias, anotaban faltas cometidas todos los días por el príncipe Kung, pues este se consideraba a sí mismo el hacedor de la emperatriz y un colaborador necesario. Entraba y salía de palacio sin haber sido llamado, cosa impensable para cualquier otro visitante, y atendía a las audiencias junto con las emperatrices. Sus consejos no siempre eran solicitados y a veces eran contrarios a las opiniones de Cixí, el ambiente era cada vez más tenso.
Un día, en abril de 1865, el consejero Kung se levantó repentinamente en un acto, lo que estaba prohibido expresamente para evitar un ataque repentino por parte de algún colaborador o mandatario. La emperatriz fingió un súbito sobresalto ante este hecho y los guardias se llevaron al atrevido príncipe. Tras esto Kung recibió órdenes de apartarse de palacio inmediatamente. Pronto por un decreto se le relevó de sus funciones tanto de consejero de Gobierno como de miembro del Gran Consejo y jefe del Ministerio de Asuntos Exteriores. El decreto decía que Kung «ha demostrado ser indigno de la confianza de Sus Majestades», se hablaba de su «nepotismo escandaloso», de sus «tendencias a la rebelión» y otras acusaciones veladas.
Sin embargo, este decreto por el que se prescindía del príncipe molestó al pueblo, pues Kung era muy acreditado y apreciado y Cixí vio tambalearse su propia popularidad, así que unas semanas después repuso a Kung en sus puestos tras anunciar que este «había llorado amargamente por sus errores y pedido perdón». El príncipe volvió formar parte del Gran Consejo pero no se le reintegró su título de consejero de Gobierno, con ello se recortaba su autoridad y se le hacía sentir el poderío de la emperatriz. Era algo más que un toque de atención.
Por fin termina el sepulcro del difunto emperador Xianfeng que se había demorado cuatro años en su construcción. En otoño de 1865 se celebró el funeral, con el difunto se enterró a su primera esposa que había fallecido en 1850 y cuyos restos descansaban desde entonces en el templo de su pueblo, a siete millas de la capital.
Terminada la primera regencia que podemos fechar en 1873, desde 1875 a 1889 las cosas cambiaron para Cixí; aunque su nombre solo figura de tarde en tarde en los decretos imperiales, ella se cuidó mucho de guardarse la decisión última en nombramiento de los funcionarios, reparto de recompensas y castigos, así como otros asuntos administrativos. Esto le aseguraba la fidelidad, interesada o no, del personal administrativo y de palacio, así como la del ejército.
Tras esa larga experiencia ejerciendo el poder, Cixí inició su tercera regencia, en donde ya sin miedo alguno usurpó todos los signos externos del poder que en realidad pertenecían a su hijo, Tongzhi. Recibió audiencia diariamente en el salón grande de palacio y decidía sin el concurse de nadie en los asuntos de Estado. La emperatriz era sin duda autócrata, en nombre de Tongzhi, pero él en verdad no actuaba ni arbitraba. Su presencia era simplemente protocolaria y su actuación nominal.
TONGZHI, EL HIJO DE LA EMPERATRIZ
Los comienzos de la regencia de la emperatriz fueron duros, pero su ambición le prestó fuerzas. Se levantaba al amanecer, se bañaba y desayunaba.
Enseguida atendió a las audiencias en el Salón de Audiencias, allí permaneció toda la mañana. Si surgían había de resolver los difíciles problemas y tenía que hacerlo con acierto, pues la dinastía manchú no estaba firme en el trono. Por doquier surgían los descontentos y bastaba un año de malas cosechas para que todo el mundo se levantase en sublevaciones. Ella, Cixí odiaba a los extranjeros, los odiaba y recelaba de ellos.
Durante la última hora de la tarde, si tenía tiempo, gustaba de pasear por sus jardines, cortar las flores que tanto la cautivaban o incluso pintar. Su vida como mujer no existía; era viuda y se dice que amaba a un hombre, aquel al que había estado prometida desde la cuna; pero sabía que le estaba prohibido. Se conformaba con leer los informes a la luz de las velas e irse a la cama a medianoche, cuando su eunuco entraba en el gabinete y le tocaba levemente en el hombro para recordarle que era hora de acostarse. Su hijo prefirió siempre a su otra madre legal, la emperatriz Zhen, porque a ella la veía más a menudo y porque su carácter era consentidor y cariñoso, y en cambio era a Cixí a quien le tocaba prohibir, marcar horarios y tareas y reñir cuando hacía falta. El niño había crecido y se había convertido en un adolescente, mimado, consentido, y que pasaba excesivo tiempo con los eunucos.
Con demasiada frecuencia los eunucos, que eran los eran encargados de distraer a los príncipes, solo les ayudaban a ser peor de lo que hubiesen sido por sí mismos, transformándolos en seres caprichosos, mimados y consentidos, cuando no en degenerados y viciosos. La personalidad de los eunucos era confusa de entender porque se les privaba de su masculinidad y a veces se veían obligados a llevar una vida difícil, de lo cual solían vengarse influyendo en demasía en las personas a las que servían, de manera que era complicado saber quién era el esclavo y quién el amo.
El joven Tongzhi no se caracterizaba por su responsabilidad y sus ganas de trabajar por el bien del país, ese es un apartado que dejaba totalmente a su madre. Él prefería distraerse, gandulear con los eunucos, jugar con trenes que le traían de tiendas extranjeras y además, según se decía en voz baja en los pasillos de palacio, salir por la noche fuera de la Ciudad Prohibida a visitar los mejores burdeles de Pekín, donde le daba igual acostarse con hombres que con mujeres.
La homosexualidad o la bisexualidad nunca ha sido algo extraño en la cultura china y se dice que el anterior emperador, Xianfeng, también disfrutaba por igual con hombres y mujeres. La emperatriz Cixí, al enterarse de las inclinaciones de su hijo, sabiendo cómo acabó el padre, decidió cortar aquellas tendencias y para ello nada mejor que buscarle esposa aun cuando el joven solo tenía dieciséis años.
Salón en la Ciudad Prohibida
Desde luego Cixí no permitió que fuera su hijo el que eligiera consorte y ella fue la que se arrogó el compromiso de hallar la compañera legal conveniente al futuro Hijo de Cielo. Al fin se decidió por una joven de la misma edad que su hijo, la dama Alute, hija de un influyente manchú. Con este matrimonio la emperatriz esperaba contener las inclinaciones de su hijo dentro de los deberes conyugales y al tiempo distraerlo con una esposa mientras ella continuaba