Los mejores reyes fueron reinas. Vicenta Marquez de la Plata

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Los mejores reyes fueron reinas - Vicenta Marquez de la Plata

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de hierro, que eran codiciados en Japón para su propio desarrollo industrial. Por estas razones, entre otras, se decidió poner fin a la milenaria soberanía china sobre Corea. China, por su parte, trataba de mantener su control sobre el último, mayor y más antiguo de sus Estados vasallo.

18.tif

      El comodoro Matthew Perry en Japón

      El 7 de febrero de 1876, Japón impuso el Tratado Japón-Corea por el que se obligaba a Corea a abrirse al comercio con Japón y otras potencias, además de proclamar su completa independencia de China. Para China esta fue una nueva humillación, ya que Corea había sido tradicionalmente nación vasalla y durante el reinado de Cixí había continuado siéndolo; ahora China, debilitada por las derrotas de las guerras del Opio en 1839 y 1856, no podía impedir la pérdida de su soberanía sobre Corea y Japón reemplazaba la influencia china por la suya.

      Los japoneses provocaban a China sin cesar y se atrevieron a asesinar a la reina Min en Corea, lo cual desencadenó una serie de enfrentamientos que acabaron mal para los chinos. Nadie se atrevió a reprocharle nada a la emperatriz, aunque en secreto la culpaban de descuidar el Ejército y sobre todo la Armada china. Y para colmo de males, el emperador despreciaba a su consorte y se divertía con la concubina Perla, que al final no resultó ser tan incauta y simple como pensaba la emperatriz. Parecía que Cixí nunca podría descansar; cuando no eran los diablos extranjeros, eran los enanos de las islas cercanas o era su propia familia la que no le daba tregua.

19.tif

      Huída de la delegación japonesa a bordo del Flying Fish

      Menos mal que tenía a su diosa particular, Guanyin, a la que podía contar sus penas y creía que se podía comunicar en sueños con ella. El forcejeo entre Japón y China por la influencia sobre Corea no cesó y por fin tras una hambruna en Corea la masa de hambrientos atacó a la delegación japonesa que tuvo que escapar a Chemulpo y después a Nagasaki a bordo del buque de investigación británico Flying Fish.

      En respuesta los japoneses enviaron cuatro buques de guerra y un batallón de tropas a Seúl para salvaguardar los intereses japoneses y exigir una compensación. Los chinos también desplegaron cuatro mil quinientos soldados para hacer frente a los japoneses. Por fin se firmó un tratado denominado Tratado de Chemulpo, firmado en la tarde del 30 de agosto de 1882. Por él se establecía que los conspiradores implicados serían castigados y que se pagaría una indemnización de cincuenta mil yenes a las familias de los japoneses que murieron durante el incidente. El Gobierno japonés recibió además quinientos mil yenes, una disculpa formal y permiso para establecer cuarteles y estacionar sus tropas en sus delegaciones en Seúl. China quedaba, una vez más, desairada. Todo esto llegó a producir una xenofobia que aumentaba de día en día.

      No entraremos en la historia del movimiento Bóxer, toda vez que este no es el sitio adecuado, solo resumiremos su génesis. El general Jung-Lu, de quien tantas veces hemos hablado, dirigió una carta al virrey del distrito del Fu-Kien, Ju-Ying-kue, que empieza así: «Los bóxeres comenzaron a organizarse en dieciocho pueblos del distrito de Kuan y recibieron al principio el nombre de Puños de la Flor del Ciruelo, cuando [en 1895] Li Bingheng era gobernador de la provincia, lejos de oponerse a su acción los enroló en la milicia…». Es decir, que desde el principio estos rebeldes contaron con apoyo de hombres del Gobierno, quienes, lejos de detener sus embestidas y desmanes, los alentaron y ayudaron en lo posible, pues veían en ello verdaderos patriotas que los salvarían de las intromisiones extranjeras. En último término sus acciones estaban encaminadas a aterrorizar y expulsar a las potencias extrajeras y a eliminar a los cristianos chinos, pues creían que esta religión disolvería la cultura china y sus tradiciones. La sociedad secreta de los bóxers reforzaba sus campañas jurando que mataría a todos los extranjeros «hombres peludos primarios» y a sus simpatizantes chinos «hombres peludos secundarios».

20.tif

      El barón Klemens August von Ketteler, embajador alemán asesinado por los bóxers

      También era una especie de venganza por las humillaciones a que los hombres enanos (japoneses) les habían sometido en más de una ocasión. También sobrevino al tiempo una gran hambruna que segó casi una cuarta parte de los habitantes del país, todo ello hizo que los ánimos se caldearan y se buscase un enemigo común, los extranjeros y los cristianos, en quienes descargar su ira y su resentimiento.

      Finalmente, las acciones de los bóxers fueron tuteladas, si no instigadas, por Cixí, la emperatriz viuda, que ostentaba el poder. Siguiendo la iniciativa de la emperatriz, varios gobernadores provinciales apoyaron la violenta resistencia de los bóxers en sus jurisdicciones. El asesinato del embajador alemán Von Ketteler disparó los ánimos, y los extranjeros tomaron esta afrenta muy en serio. Los chinos por su parte realizaron actos salvajes, como la quema de algunas iglesias cristianas con todos los fieles dentro. Jung-Lu acudió a hablar con la emperatriz para que parase a los bóxers, pero la anciana dama no quiso escucharle. La guerra estaba servida.

      Fortalecidos por el apoyo de la emperatriz, los bóxers habían saqueado el campo, destruido las estaciones de ferrocarril y las líneas de telégrafos y asesinado a 231 extranjeros y a millares de chinos cristianos.

      El barón Klemens August von Ketteler (Münster, 22 de noviembre de 1853 - Pekín, 20 de junio de 1900) fue un diplomático alemán. Fue educado para ingresar en el ejército, pero renunció a ello en favor de las delegaciones diplomáticas en 1882. Representó al Gobierno alemán en China, Estados Unidos (donde se casó con una estadounidense) y México. En 1899 regresó a Pekín como plenipotenciario. El 20 de junio de 1900, la embajada alemana fue asaltada los rebeldes bóxers. Klemens von Ketteler recibió un disparo mortal por parte de un sargento de tropas irregulares Kansu. Al conocerse su muerte, el Imperio alemán y otras siete naciones más declararon la guerra a China e invadieron Pekín y Manchuria entre 1900 y 1901, hasta que la rebelión bóxer fue destruida.

      El 21 de junio de 1900, la emperatriz, impulsada por su patriotismo, declaró la guerra a todas las potencias extranjeras que «interferían en la vida política china por intereses egoístas». Ante tal peligro, los extranjeros se refugiaron en el barrio de las Legaciones y los bóxers iniciaron un asedio de dos meses a las embajadas en Pekín. Las naciones que sufrieron el ataque, incluyendo Japón, fueron: Rusia, Alemania, Gran Bretaña, Estados Unidos, Austria-Hungría e Italia. Rápidamente se agruparon en una fuerza internacional con la que llegaron a Pekín el 14 de agosto y vencieron fácilmente a los bóxers.

21.tif

      La rebelión bóxer

      El ejército de rescate de los aliados se componía de unos 54 000 hombres a las órdenes del general británico Alfred Gaselee, de los cuales unos 5000 eran chinos contrarios a los bóxers, 20 840 japoneses, 13 150 rusos, 12 020 británicos, 3520 franceses, 3420 estadounidenses, 900 alemanes, 80 italianos y 75 austro-húngaros. En julio desembarcaron cerca de Tianjin y pusieron sitio a la ciudad, que cayó el día 14. También capturaron los fuertes Taku, situados en el estuario del río Hai He, y cuatro destructores chinos, labor en la que se destacó el barón Roger Keyes. Tras asegurar la zona, el ejército de Gaselee partió hacia Pekín (a 120 kilómetros de distancia) el 4 de agosto. La marcha fue sorprendentemente fácil a pesar de que en el recorrido se encontraban estacionados unos 70 000 soldados imperiales y un número aproximado de rebeldes armados, que prefirieron evitarlos.

      La

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