Los mejores reyes fueron reinas. Vicenta Marquez de la Plata

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Los mejores reyes fueron reinas - Vicenta Marquez de la Plata

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y a la concubina real, obligaron al Hijo del Cielo a firmar un documento en que nombraba a Tse-Yuen, Tuan Hua y Sushun, los tres conspiradores, regentes tras su posible muerte, lo que les quitaba a las dos mujeres toda autoridad sobre el rey niño, Tongzhi. La ley hasta entonces prescribía que la emperatriz y la madre serían las tutoras legales del rey en minoridad, los conspiradores intentaban quitar esta prerrogativa de las dos mujeres y apoderarse del niño y a través de él del poder supremo.

      A la mañana siguiente murió el rey Xianfeng y Tongzhi, de apenas cinco años, era el nuevo emperador. Los conspiradores habían preparado su acción por medio de varios decretos ya escritos, pero se hallaron con una dificultad insalvable, el sello real que había de dar legitimidad a los documentos, no aparecía por ninguna parte y sin él no se podía legitimar documento alguno. En espera de que apareciese se leyó el testamento en que se nombraba regentes a los conspiradores y no se hacía mención de las mujeres: madre y emperatriz viuda.

      El 25 de agosto el príncipe de Kong anunciaba que «el emperador había partido en la jornada del 22 montado en el dragón para entrar en los países de lo alto y que en consecuencia las relaciones oficiales debían ser interrumpidas durante un tiempo». De momento, las relaciones con Occidente quedaron en suspenso.

      En este período la joven Ye-ho-na-la demostró su capacidad de dirigir los acontecimientos sin levantar sospechas. Con la ayuda y complicidad de su eunuco, Ngan Te-he, enviaba informes diarios al príncipe Kung, que estaba en Pekín, y le mantenía al corriente de lo que sucedía. Por otro lado manifestaba al príncipe Tse-Yuen el mayor respeto y consideración. Aparentaba tranquilidad mientras lo trataba con estudiada deferencia, lo que hizo que este se confiase sin sospechar que la paciente concubina estaba tejiendo su tela de araña. No estaba ella dispuesta a dejarse arrebatar el poder que quería ejercer, aunque fuese en nombre de su hijo Tongzhi.

08.tif

      Retrato de Jung-Lu, primo de Yenehara y luego general y consejero

      Tras el período fijado por la etiqueta el entierro del emperador se debía llevar a cabo con toda solemnidad, siguiendo el tradicional protocolo. El féretro debía ser llevado a hombros hasta el lugar en que el difunto había de ser enterrado, que distaba del sitio en que había muerto a unas ciento cincuenta millas del lugar (una milla equivale a 1609 metros, es decir, más de un kilómetro y medio). Todos los personajes del Consejo de Regencia habían de acompañar al catafalco y como este era pesado solo se podrían hacer el equivalente a treinta kilómetros al día en el mejor de los casos. Esto le daba a Cixi un período de unos diez días sin ser espiada por los príncipes y el Gran Mandarín. En sus planes ella ya había contado con ello, pues el protocolo pedía que las emperatrices habían de adelantarse a palacio y ofrecer oblaciones y plegarias por el difunto soberano; allí habían de esperar el regreso de la comitiva funeraria y ofrecer de nuevo junto con los mandatarios otras oraciones y presentes al difunto. Se dieron prisa, pues ambas emperatrices tenían que volver a Pekín y actuar antes de que los dos conspiradores estuvieran presentes, pero el príncipe Tse-Yuen, desconfiado o previsor, también se imaginaba que la emperatriz madre podía estar fraguando alguna trampa o artimaña para arrebatarle el poder si llegaba a Pekín antes que él, esa soberanía por la que él tanto había trabajado. A fin de solucionar el asunto de las emperatrices de forma definitiva se las arregló para integrar en el cortejo de las dos señoras algunos fieles que pertenecían a su guardia de corps para que durante su viaje las mataran. Pero Cixi también contaba con uno de sus fieles en el cortejo de Tse-Yuen: su primo Jung-Lu, quien se enteró de las intenciones de los príncipes y del Gran Mandarín y así, en un punto cerca del lugar en que sabía se había de realizar el crimen, se separó del cortejo fúnebre y acudió con sus hombres a proteger a las dos emperatrices, Zhen y Cixi, antes de que se llevara a cabo el mortal atentado.

      Jung-Lu (1836-1903) era el primo con el que en principio, habían pensado en casar a la joven Yenehara. Luego llegó a general y consejero de la emperatriz Cixí, su pariente, con su apoyo fue nombrado virrey de Zhili. Acabó con los proyectos reformistas del emperador Kuan-siu (período de los cien días) con el apoyo del ejército y restauró en el poder a la emperatriz Cixí.

      Llegados todos sin ningún otro incidente a Pekín, según el protocolo el nuevo emperador, el niño Tongzhi, su madre y la emperatriz Zhen, su tía, acudieron a las puertas de la ciudad para rendir tributo al difunto. Allí, tras intercambiarse cortesías y saludos, la concubina destituyó a los pretendidos tres regentes, no sin darles las gracias, eso sí, por los servicios prestados. En ese momento el príncipe Tse-Yuen tuvo la audacia de decirle a la emperatriz del este que ella no era nadie para destituirle de un cargo que le había dado el difunto emperador, entonces la emperatriz le mandó tomar preso, orden que fue obedecida por sus hombres. Tarde se dieron cuenta los conjurados de que las calles estaban ocupadas por las tropas adeptas a Cixí y que cualquier resistencia hubiera sido inútil. Aquí se probó que la inteligencia de la inexperta emperatriz del este había sido superior a la astucia de los experimentados príncipes y todo su poder; la muchacha ignorante que había venido hacía seis años desde la calle del Estaño se movía como pez en el agua por los vericuetos de palacio.

      Sin perder un instante, las dos emperatrices regularizaron la situación haciendo firmar al niño-emperador los decretos necesarios para formalizar su tutoría en forma legítima, lo que se hizo y selló con el sello real, el llamado «de la autoridad legítimamente trasmitida». Era una ficción legal, pero ello legalizó la situación y la regencia pasaba ahora, como decía la ley y la costumbre, a las dos mujeres.

09.tif

      Trajes chinos en el siglo XIX

      En adelante las dos emperatrices gobernaron aconsejadas por Kung y otros hombres de confianza, en nombre del pequeño emperador. Desde ese momento, aparecieron siempre detrás de un biombo con cortinas de gasa, sin presentarse abiertamente ante las miradas masculinas.

      La mayoría de los días, el pequeño monarca también asistía a las audiencias, aunque cuando se cansaba a menudo acababa la sesión sentado en el regazo de una de sus madres, o tirado en el suelo, jugando con las alfombras, hasta que un eunuco se lo llevaba en brazos.

      En cuanto a los dos príncipes revoltosos, Tse-Yuen y Tuan Hua, se les autorizó para quitarse la vida por su propia mano, salvándose así del descuartizamiento que era la pena por traición y su cómplice, Sushun, fue destinado la peor de las muertes: la de los mil cortes; aunque al final la emperatriz del este accedió a que muriese de otro modo. El Gran Mandarín Sushun, «por la gran bondad de la madre del emperador», fue solamente degollado, eso sí, lo hicieron públicamente para humillarlo más. Su cabeza rodó por el mercado entre las verduras marchitas.

      De esta forma, la emperatriz del este, antes Yenehara, pasaba a ser la emperatriz viuda y de ahí en adelante su nombre sería Cixí.

      Durante la primera regencia la emperatriz Cixí intentó pasar casi desapercibida. Todos los decretos se dictaron en nombre del emperador niño, mientras que la verdadera emperatriz viuda, la dama Zhen, no interfería en el Gobierno, aunque se suponía que en teoría ella compartía en todo la tutoría con la dama Cixí. La acompañaba en las audiencias y confirmaba los decretos en nombre del pequeño soberano. Pero la realidad es que no tomaba parte en nada ni en ninguna decisión.

      Al tiempo que se proclamó el nuevo reinado apareció

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