Hernán Cortés. La verdadera historia. Antonio Codero

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Hernán Cortés. La verdadera historia - Antonio Codero Historia Incógnita

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su fortuna; por un lado, odiando a su opresor y, por otro, tratando de ganarse su favor para postergar o evitar su destino. Siendo así, los mexicanos desarrollamos, como efecto y por instinto de conservación, formas serviles en nuestro trato y dobles intenciones en nuestro pensamiento, las cuales practicamos inconscientemente hasta la fecha y, como se verá adelante, todavía convivimos con sus consecuencias.

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      Práctica de sacrificios humanos, «una industria de matanza humana» alrededor de la cual se desarrollaba gran parte de la actividad administrativa, de recaudación, religiosa y militar del imperio azteca. «Había la necesidad de alimentar al cosmos, el sol perdería su fuerza si no recibía la sangre de los sacrificios, ya que ésta era la fuerza vital que movía el universo». Contra tal práctica, Cortés no escuchó argumentos: combatió la costumbre apenas tuvo contacto con ella.

      La lengua (la patria es el idioma, decía Unamuno), las costumbres, un gobierno con economía y leyes unificadas, la religión y un territorio definido son lo que hace nación. Estos elementos comunes son los que identifican a los mexicanos y aparecen en su territorio después de 1521. Repito: antes de la Conquista se trataba de diferentes poblaciones antagónicas y dispersas, después, con muchos defectos, surgió la nación. Cualesquiera habitantes de una nación deben, primero, reconocerse juntos, ser, sentirse parte, para luego pretender figurar en el mundo. «Para que Dulcinea fuera universal, primero fue del Toboso», dice, en Mis Tiempos, una inteligencia brillante.

      Capítulo III

       Por qué España

      Ya que evocamos al Quijote, hablemos de su patria. La intervención más importante que ha tenido España en la historia del mundo es la obra que realiza en América. Se equivocan quienes sugieren la conveniencia de haber sido conquistados por otra nación más «avanzada». En aquella época, asevera Agustín Basave Fernández del Valle, «España fue la más preparada para la incorporación y comprensión de los pueblos sometidos». Y dice Vasconcelos: «a través de España, accedemos a la cultura más vieja y más sabia e ilustre de Europa: la cultura latina; y latino es el mestizo hispano-indígena desde que se formó la raza nueva».

      Cuando los romanos llegaron a la Península Ibérica en el siglo segundo antes de Cristo, se encontraron con íberos, celtas y tartesios, los pueblos más antiguos de la hoy España. También estaban ya los griegos y cartagineses disputando el dominio de ese suelo estratégico del mundo antiguo. Los romanos, tenaces, dejaron ahí casi «nada»: un nombre (Hispania), caminos eternos, ciudades de piedra, acueductos, organización política, códigos y, al final del imperio y ya oficializado, el cristianismo. Es decir, la principal aportación de ese imperio fue unidad. Las conquistas romanas comenzaron en tal época y se extendieron por casi todo el territorio.

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      Anfiteatro de Mérida, España. El peninsular hispano recibe el legado greco-romano y lo riega en América. La organización política, la lengua, la religión, entre otras muchas expresiones humanas, son la herencia cultural que Europa implanta en el «nuevo continente».

      Su dominio militar tardó siete siglos en decaer, pero su soberanía subsiste hasta nuestros días a través de una fuerza aún más poderosa: la cultura, que se traduce en orden, disciplina y estructura, pero también en tecnología, filosofía y ciencia. En conclusión, otorgaron la supremacía de ideas y valores, una estructura mental y una forma de organización.

      Diecisiete siglos después, ese mismo mundo romano envía al nuevo continente un procónsul, Hernán Cortés, y funda igualmente ciudades, dicta leyes, impone la religión, da estructura al territorio, nombra autoridades y establece gobiernos. Es decir, Roma, españolizada, vuelve a dar unidad a lo que no tenía. La principal herramienta fue una lengua común, el castellano, hija del latín. Hasta hoy, la mitad occidental del mundo sigue siendo romana, incluyendo México, así como su organización en municipios, el senado, el derecho, la iglesia, la división política, la estructura diplomática, la lengua latina, entre otros rasgos.

      España no era cualquier cosa, venía de una misión espiritual autoimpuesta: salvar la cultura cristiana y recuperar el territorio de la península. Lo anterior, dice López Portillo y Weber, «dota a la Historia de España

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