Doce hábitos para un matrimonio saludable. Richard P. Fitzgibbons

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Doce hábitos para un matrimonio saludable - Richard P. Fitzgibbons Claves

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inmoral «a causa del desorden que introduce en la célula familiar y en la sociedad. Este desorden entraña daños graves: para el cónyuge, que se ve abandonado; para los hijos, traumatizados por la separación de los padres, y a menudo viviendo en tensión a causa de sus padres; por su efecto contagioso, que hace de él una verdadera plaga social» (2385).

      El daño a los hijos

      Aunque no lleve al divorcio, el egoísmo de uno o de ambos esposos perjudica a los hijos en muchos aspectos. En primer lugar, impide a los padres dar a sus hijos el amor que necesitan para convertirse en adultos equilibrados y seguros. La falta de una entrega psicológica y espiritualmente saludable puede provocar tristeza, ira secundaria y conductas desafiantes en los hijos, que se sientes inseguros y es posible que sufran trastornos de ansiedad, junto con el temor al divorcio de los padres.

      Del egoísmo nacen la educación permisiva y la indulgencia excesiva con los hijos, las cuales se convierten en un impedimento para el sano desarrollo de su personalidad. A los niños egoístas que no han sido corregidos desde pequeños y de manera continuada les cuesta mucho controlar la ira y otras emociones intensas, y son poco sensibles a las necesidades de los demás.

      No corregir el egoísmo de los hijos también provoca daños en el matrimonio. Cuando en una explosión de ira un hijo maltrata verbalmente a su madre y el padre no lo corrige, la madre se siente menos protegida y el respeto hacia el cónyuge disminuye. Esa pérdida de confianza socava aún más a los matrimonios previamente debilitados por el egoísmo.

      Por lo que he podido observar en la práctica clínica, la educación permisiva ha ido en aumento y ha provocado una avalancha de egoísmo y de conductas secundarias controladoras, irrespetuosas y coléricas frente a los padres, hermanos, profesores e iguales. Es raro que un niño egocéntrico pida perdón por su mala conducta: de hecho, suelen culpar de ella a sus padres.

      Corregir tempranamente y de forma regular el egoísmo de los hijos es una manifestación de lo que Juan Pablo II consideraba una paternidad y una maternidad responsables. Es fundamental enseñar a los jóvenes lo peligroso que resulta para ellos y para la familia si se quiere protegerlos de ese narcisismo que les hace creer que les asiste el derecho a tener y a hacer cuanto quieren y a reaccionar airadamente cuando no ven cumplidos sus deseos. Todos los padres católicos deben convencerse de la importancia de corregir esta fragilidad de la personalidad en beneficio de la salud psicológica de sus hijos, del matrimonio y de la vida de familia.

      El daño a la Iglesia

      Además del daño que ha provocado entre los matrimonios católicos, el egoísmo también ha afectado a las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. No cabe duda de que en ese descenso ha influido nuestra cultura materialista e individualista[7], así como la crisis de abusos sexuales que ha vivido la Iglesia, ya que la incapacidad de dominar el impulso sexual para no hacer daño a un niño manifiesta un egocentrismo exacerbado[8].

      Las causas del egoísmo

      El poderoso tirón del egoísmo lleva a muchos esposos —incluidos los que en el inicio del estado matrimonial fueron cónyuges atentos, cariñosos y delicados— a retraerse de la entrega. Las principales causas de este enemigo del amor son las que siguen.

      La cultura del egoísmo

      El canto de sirenas del egoísmo ejerce una poderosa influencia en nuestra cultura. Nuestras ansias de placer y de comodidades se ven constantemente alimentadas por los espectáculos y la publicidad, que nos empujan a satisfacer cada uno de nuestros deseos. El egoísmo nos separa de Dios y hace que nos cueste más renunciar a nosotros mismos para amar a nuestro cónyuge y a nuestros hijos. Si no luchamos a diario contra él, nos encerramos inconscientemente en nosotros mismos y cerramos nuestro corazón a los demás. Nuestra capacidad de apreciar y tratar con respeto al cónyuge se debilita y crece nuestra tendencia a controlar al otro para lograr nuestros propios fines.

      Una falsa idea de la libertad

      En la proliferación del egoísmo entre los matrimonios ha influido poderosamente una noción equivocada de la libertad. Son muchos los que piensan que la libertad está para hacer lo que uno quiere y que no hay que ponerle límites. No obstante, como explica el obispo Karol Wojtyla (futuro papa Juan Pablo II), el fin de la libertad es elegir donarse al otro. Cuando uno decide casarse, limita voluntariamente su libertad para darse plenamente al cónyuge. «La limitación de la libertad podría ser en sí misma algo negativo y desagradable, pero el amor hace que, por el contrario, sea positiva, alegre y creadora. La libertad está hecha para el amor»[9]. Si las parejas entienden que la libertad está al servicio del amor, son capaces de elegir vencer el egoísmo y comprometerse más plenamente con el cónyuge y con los hijos.

      El pecado original

      Benedicto XVI habla del egoísmo como «la raíz venenosa […] que hace daño a uno mismo y a los demás»[10]. Así es como se refiere al daño causado por el pecado original, el primer pecado cometido por la humanidad, cuando la vanidad y el orgullo de nuestros primeros padres prevalecieron sobre la obediencia a su Creador. La inclinación al egoísmo con la que todos nacemos es constatable por cualquier padre de un hijo pequeño que grita «¡mío!» cuando otro coge el objeto deseado. Hay que esperar a que los niños tengan entre tres años y medio o cuatro para que, con las pacientes correcciones y el buen ejemplo de los padres, estén dispuestos a compartir y a turnarse las cosas. Los adultos, por su parte, solo son capaces de seguir venciendo sus tendencias egoístas con un esfuerzo constante ayudado por la gracia.

      La falta de desarrollo del carácter

      En las familias, las iglesias y las escuelas, se suele advertir de los graves peligros que entraña el autoamor para el desarrollo de un carácter adecuado. A los católicos se les enseña que esos peligros pueden derivar en el odio a Dios, como avisaba san Agustín. No obstante, la pseudopsicología que lleva décadas difundiendo la autoestima, la educación permisiva y el relativismo moral han convertido en algo habitual la actitud del «primero yo». De ahí que los esposos, llevados por esa autoestima desmedida, se obsesionen con sus deseos y sus objetivos personales sin pensar en los de aquellos a quienes se han comprometido a amar. En muchos casos la obsesión por el cuidado de uno mismo ha reemplazado a la responsabilidad moral de buscar el bien del cónyuge y de los hijos.

      La mentalidad anticonceptiva

      Hasta los años 60 del siglo pasado, la enseñanza moral de la Iglesia era para los católicos el criterio que les permitía distinguir el bien del mal. Por supuesto que pecaban, pero rara vez afirmaban ser católicos si se oponían a alguna enseñanza fundamental de la Iglesia. No obstante, con la llegada de la revolución sexual, alimentada por la promesa del sexo sin hijos que supuso la píldora para el control de la natalidad, muchos católicos confiaron en que la Iglesia cambiaría su doctrina. Cuando en 1968 la encíclica del papa Pablo VI Humanae vitae sobre la regulación de la natalidad ratificó la enseñanza constante de la Iglesia sobre la inmoralidad del empleo de la anticoncepción, muchos católicos se rebelaron, afirmando que en determinadas circunstancias su conciencia les permitía el empleo de anticonceptivos.

      Llevados por un falso conocimiento de la biología humana y la antropología, algunos sacerdotes y religiosos respaldaron el empleo de la anticoncepción, mientras que a buena parte de los que se mantuvieron fieles —incluidos los obispos— le faltaron los conocimientos o el coraje para articular con eficacia una doctrina de la Iglesia sobre la anticoncepción. Su silencio facilitó la aceptación y el empleo generalizados de los anticonceptivos por parte de los católicos, alentados por los médicos y las empresas farmacéuticas que se beneficiaban de ello.

      Hubo muchos católicos que no tardaron en adoptar el modelo secular de la familia con dos hijos. Al acceso a la anticoncepción se sumaron otros factores. El alza de los costes de la enseñanza,

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